se publicó un gran libro de emilio santiago muiño

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Prólogo a ¡No es una estafa! Es una crisis (de civilización)

 

Para acompañar a Emilio Santiago Muiño

 

“En medio de la confusión de la sociedad del espectáculo y el griterío mercantil, nuestra capacidad para la racionalidad colectiva se está pudriendo”, nos advierte el joven investigador Emilio Santiago Muiño en el libro imprescindible al que estas anotaciones sirven de modesto prólogo. Estamos presos en gigantescas fantasmagorías, dentro de superburbujas culturales y cognitivas que nos impiden atender incluso a cuestiones de supervivencia en sentido estricto. Buda –y todas las demás sabidurías de la “Era Axial”- nos intima a despertar… Lo mismo Kant –y todas las demás Ilustraciones-: madurar, llegar a la edad adulta. ¿Seremos como sociedad capaces de ello –en tiempo y plazo? Las interrogaciones se nos vuelven cada vez más apremiantes.

(La supervivencia de la humanidad está hoy amenazada –en un doble sentido. La humanidad en cuanto conjunto de los seres humanos se halla amenazada por el colapso ecológico-social. Pero también la humanidad en sentido normativo, más allá de la zoología y la antropología: la posibilidad de construir comunidades de seres humanos libres está hoy amenazada por la lastimosa deriva hacia alguna clase de posthumanidad.)

 

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Estamos al borde del precipicio. El movimiento ecologista decía y sigue diciendo: detengámonos, retrocedamos unos pasos, busquemos otros caminos –¡pues existen y son practicables! Pero la inmensa mayoría de la gente no escucha esas razonables admoniciones…[1] Atienden en cambio a quienes les dicen: no te inquietes, salta, e instantáneamente te crecerán alas de ángel en la espalda. Nuestros nanotecnólogos, informáticos e ingenieros genéticos se están encargando de ello. El proyecto principal de la revolución científica –escribe el historiador israelí Yuval Noah Harari— es dar a la humanidad la vida eterna.

El plan del capitalismo –en la medida en que pudiera decirse que hay un plan— sería algo así: después de devastar la biosfera terrestre, agotar sus recursos naturales y tornar inhabitable lo que otrora fuera un planeta acogedor, nos transformaremos en dioses y emigraremos a las estrellas.[2] (En esencia, eso nos proponen los tecnólatras que alientan la fe en la Singularidad.)

El transhumanismo y la fe tecnolátrica en la Singularidad equivalen –con alguna sofisticación adicional— a la convicción de que vendrán los nobles extraterrestres en sus platillos volantes y nos salvarán de nuestros pecados ecológicos y sociales. Necesitaríamos algo con un poco más de consistencia intelectual, ¿no creen ustedes?

 

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El modo de funcionamiento básico de esta sociedad es la huida hacia adelante en un mundo de fantasía (“economía de Tierra plana”, como si los recursos naturales fuesen infinitos y la entropía no existiera).

Ser ateo, hoy, es en primer lugar descreer de las promesas de salvación de la Tecnociencia (cada vez más férreamente uncida al capitalismo), que nos asegura desde cada pantalla retroiluminada que logrará evitar el colapso ecológico-social y nos convertirá en dioses.

Pero se pongan como se pongan, Apple y Google no abolirán las leyes de la termodinámica, no superarán la finitud del medio terrestre, no eliminarán las condiciones de nuestra ecodependencia… Sumisa grey de tecnólatras, tomen nota.

 

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El negacionismo no sólo se refiere al fenómeno del calentamiento climático. Hay un negacionismo más general que se dirige a la crisis ecológica como tal, y especialmente a todo lo que suponga asumir los límites biofísicos del planeta. En este sentido amplio, la cultura dominante es sin duda negacionista…

Nos hallamos entre el negacionismo de quienes rechazan como injustificado catastrofismo todo lo que perturbe su confort intelectual, y el cinismo –también confortable— de quienes dan todo por perdido sin haber movido un dedo para tratar de corregir las cosas… Y aquel negacionismo no dista mucho de este cinismo.

 

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Only one Earth fue el lema de la primera “cumbre de la Tierra”, la conferencia de NN.UU. en Estocolmo en 1972. Pero el ascenso del neoliberalismo truncó la toma de conciencia sobre los límites del crecimiento que por entonces, en los años setenta, estaba teniendo lugar; y así hoy estamos usando los recursos de la Tierra como si dispusiéramos de un planeta y medio, y aún creciendo… (La huella ecológica conjunta de la humanidad supera hoy el 150% de la biocapacidad de la Tierra, según sabemos por los informes Living Planet que WWF internacional publica cada dos años.)

La desconexión con respecto a las bases biofísicas de nuestra existencia social, y la gravedad de la crisis ecológica, es alucinante. La humanidad está actuando como una gran reunión de gente que operase del siguiente modo: “Señores y señoras, nos hallamos ante el fin del mundo… Bien, pasemos al siguiente punto del orden del día.”

Vamos hacia una sucesión de crisis devastadoras; y no parece que tengamos la sabiduría moral, la inteligencia social ni los recursos políticos para transformar radicalmente este sistema –saliendo del capitalismo, pues haría falta salir del capitalismo— y evitar lo peor.

 

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No hay que considerar la Modernidad europea desde la intrahistoria de las ideas: hay que partir del carbón y del petróleo. La base energética fosilista de la sociedad industrial nos dice más sobre nosotros que los filosofemas de Hegel o de Heidegger.

No hablemos tanto de Estado del Bienestar: hablemos de esclavos energéticos, y las cosas quedarán más claras.[3]

 

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Hay tres supuestos básicos que conforman el “sentido común” que hoy prevalece (y que refleja sobre todo los intereses de las clases dominantes, no hay que ser muy marxista para advertir eso): tres supuestos básicos, y los tres son falsos. El primero dice que el ideologema TINA de Margaret Thatcher (there is no alternative, no hay alternativa al capitalismo) es correcto, y el socialismo cosa del pasado (en la formulación de ese inmortal teórico de la política que es Mariano Rajoy, “no podemos volver a las ideas que fueron liquidadas cuando cayó el Muro de Berlín”). El segundo supuesto dice que la globalización neoliberal es irreversible. El tercero afirma que el determinante esencial de nuestro futuro es la tecnología, reductivamente entendida como los chismes de Apple y las NTIC que nos llevan a la “sociedad del conocimiento”.

Los tres supuestos son falsos. El descenso energético en el que ya estamos impondrá importantes elementos de desglobalización (pues la base material de la estructura productiva globalizada es la disponibilidad de grandes cantidades de energía barata). El colapso civilizatorio en curso hará inviable un futuro high-tech, y los mejores escenarios a que probablemente podamos aspirar se basarán en tecnologías “intermedias” operadas por sociedades mucho más frugales: la digitalización, igual que la globalización, no es irreversible. Por último, en los tiempos muy duros que vienen cooperar y compartir serán las bazas ganadoras frente a competir y explotar: y la cuestión del socialismo, por tanto, volverá a estar sobre la mesa.

 

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En los malos tiempos, sólo salen adelante los más brutales y los más cooperadores. Vienen tiempos malos: hay que hacer lo posible y lo imposible por que nuestras sociedades se decanten hacia la segunda opción, compartir y cooperar.

 

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Pero, pero, pero -todos estos eruditos, profesores, artistas, investigadores, escritores, intelectuales, científicos, expertos -¿no se dan cuenta de que ya no se trata de seguir expandiendo, desarrollando, añadiendo pisos al vasto edificio de la cultura? ¿Que no hay que seguir añadiendo retazos al extenso y sutil patchwork? ¿Que seguir haciendo eso equivale a tocar la lira mientras arde Roma? ¿Que nuestra tarea, ahora, es más tosca e imperiosa: esencialmente, tratar de evitar la caída en la barbarie?[4]

 

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Autocontención: limitarse para dejar existir al otro. Autoconstrucción: bricolaje político-moral para remediar un poco algunas de las graves taras del simio averiado que somos. (Hay que insistir –lo he hecho muchas veces— en que el prefijo auto-, en las palabras autocontención o autoconstrucción, no se refiere a un empeño individual –o con más precisión: no sólo individual– sino fundamentalmente a un proyecto colectivo. Lo contrario, como decía John Dewey en 1930, sería como creer en la magia, pero aquí en el terreno de la moral.)[5]

 

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“La poesía es el mundo en su mejor lugar”, dijo un gran poeta, uno de los mayores del siglo XX. Pero Time is out of joint, había sentenciado otro de los más grandes: los tiempos y los mundos que habitamos están cada vez más fuera de quicio, peligrosamente cerca de abismos que nos cuesta mirar de frente. Las ruedas dentadas han girado cada vez más deprisa mientras se iban acumulando las fracturas de la Edad Moderna. Nuestro siglo XXI suena con sones de postrimería: es el Siglo de la Gran Prueba. Ojalá que la poesía, con su remendado zurrón lleno de dádivas, con sus viáticos antagonistas del estertor, nos ayude a dar algunos pasos lejos del despeñadero –y acercarnos a aquel mejor lugar.

 

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La incapacidad de imaginar un mundo más allá del capital y la mercancía es la sentencia de muerte de esta civilización.

Y ¿qué es civilización?, podríamos preguntar. ¿Cómo responderían nuestros contemporáneos a tal pregunta? Simplificando bastante las cosas, uno diría que hoy la humanidad se divide en dos grandes bandos. La mayoría contestaría que, sin lugar a dudas, la civilización es internet (culminando el asunto en ese dibujo de El Roto, en su serie “Cajero automático”, donde se muestra un ataúd con su letrerito de feria de muestras descansando encima: “Con wifi”). La minoría pensamos que la civilización es la posibilidad de que lleguemos finalmente a ser primates morales (quiero decir, que de verdad encarne en nuestras instituciones y en nuestra vida cotidiana una ética digna de tal nombre y una conciencia de especie). El desenlace de esa pugna secular aún está abierto. Pero –y ésta es la tragedia de la Humanidad en el Siglo de la Gran Prueba- no durante mucho tiempo.

 

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Max Weber decía que la política es algo parecido a perforar gruesas planchas de hierro; y George Orwell decía que ver lo que se tiene delante de los ojos exige una lucha continua. Dos procesos inacabables, dos trabajos sisíficos. Albert Einstein: “La vida es corta y la roca que empujamos con toda nuestra fuerza sólo se mueve de su sitio a intervalos muy largos”.[6] La pregunta terrible que ahora nos asalta es: ¿tiene Sísifo tiempo para seguir haciendo rodar su piedra hacia lo alto de la montaña?

La historia de la emancipación humana la medimos en siglos; la de la devastación de la biosfera en lustros… Ahora se nos van acabando los plazos. Como le decía el gitanillo a Mª Ángeles Maeso, “el reló se ha parao”. Un proverbio vasco afirma que “el día de ayer tiene día de mañana”: atzok bihar. Hoy nos interrogamos: ¿podría ser que nuestro día de ayer ya no tenga día de mañana?

Querido amigo Emilio: lo sabemos todo -quien no cierre los ojos… Ahora no se trata tanto de saber como de hacer. No nos acomodemos en la melancolía.

 

Jorge Riechmann

Soria, Almazán y Medinaceli, julio de 2015

 



[1]Recordemos que la encuesta “Perspectivas de futuro de la sociedad”, realizada en diciembre de 2013 (a una muestra de 1.200 españoles y españolas mayores de 18 años), mostró que el 92% creía probable que, en los próximos veinte o treinta años, haya de reducirse drásticamente el uso de combustibles fósiles, ya sea por agotamiento de los recursos o para evitar un cambio climático catastrófico. Pero de esa gente, sólo el 23’8% cree que habrá escasez de energía y crisis económica (es decir, apenas una de cada cinco personas del total). El resto confía en que las energías renovables, la energía nuclear y quizá nuevos inventos permitirán continuar con el business as usual. Cf. Mercedes Martínez Iglesias, “No tan ricos, pero aún muy consumistas”, ponencia en el Simposio internacional “¿Mejor con menos? Decrecimiento, austeridad y bienestar”, 6, 7 y 8 de octubre de 2014, Facultat de Ciències Socials de la Universitat de Valencia.

[2] “Podríamos evitar la desaparición de la humanidad gracias a la colonización de otros planetas”, decía Stephen Hawking –entrevistado por Pablo Jáuregui— en El Mundo el 21 de septiembre de 2014.

[3] En la Atenas clásica, había unos 300.000 esclavos trabajando para 34.000 ciudadanos libres: casi diez para cada uno. En la Roma imperial, 130 millones de esclavos les facilitaban la vida a 20 millones de ciudadanos romanos. Pues bien: en los años noventa del siglo XX, el habitante promedio de la Tierra tenía a su disposición 20 “esclavos energéticos” que no cesaban un instante de trabajar (es decir: ese habitante promedio empleaba la energía equivalente a 20 seres humanos que trabajasen 24 horas al día, 365 días al año). Y en 2011 eran 25 esclavos energéticos en promedio (45 en España, 60 en Alemania, 120 en EEUU) (Antonio Turiel: “El cenit del petróleo y la crisis económica”, ponencia en las Jornadas de Ecología Política y Social, Sevilla (Casa de la Provincia), 12 y 13 de diciembre de 2013).

                Así, el control sobre los combustibles fósiles ha desempeñado un papel central no sólo en la liberación respecto del trabajo físico penoso, sino también en la ampliación de las diferencias de poder y riqueza que caracteriza a la historia moderna. Pues ese promedio de veinte esclavos energéticos per capita no puede ser más engañoso: el norteamericano medio, en los años noventa del siglo XX, usaba entre cincuenta y cien veces más energía que el bangladeshí medio; se servía de 75 “esclavos energéticos”, mientras que el de Bangladesh tenía a su disposición menos de uno (para estos cálculos sobre esclavos energéticos, véase Luis Márquez Delgado, “Integración de la agricultura en el medio ambiente”, en AA.VV.: Agricultura y medio ambiente. Actas del III Foro sobre Desarrollo y Medio Ambiente, Fundación Monteleón, León 2001, p. 256; y también John McNeill, Something New Under the Sun, Penguin, Londres 2000, p. 15-16).

                Tenemos de esta forma una enorme diferencia en el uso de energía exosomática, de cien a uno –que podríamos poner en paralelo con diferencias semejantes en el poder adquisitivo de unos y otros–. Nunca antes, en la historia de nuestro planeta, existió un nivel de desigualdad semejante en lo que a uso de la energía se refiere. A comienzos del siglo XXI ¡sólo la ciudad de Nueva York consume tanta electricidad como toda el África subsahariana! (excluida Sudáfrica)!

[4] ¿Para qué sirve un excelente currículo académico en un mundo 4°C más caliente?, nos pregunta de forma pertinente Ferran Puig Vilar. Un fragmento de su discurso: “Los medios de comunicación mainstream son incapaces de llevar al público la severidad del problema climático (y energético, cabría añadir). Lo son estructuralmente, sistémicamente, de modo que no es cosa de esperar a que vayan cambiar en el futuro. (…)Hoy en día, el poder económico es, básicamente, el poder financiero. El poder financiero tiene una influencia decisiva en los contenidos de los medios, a tres niveles.

El primero, el estándar, el de más a corto plazo, es la contratación de publicidad en grandes cifras que, de ser retirada, podría suponer algo tan serio como la propia inviabilidad del medio o, como mínimo, su severa desestabilización. El segundo es la concesión, o no, de crédito a unas empresas que están financieramente agonizantes. El tercero es que los grupos mediáticos tienen a muchos bancos por accionistas. Y no sólo para controlar mejor el uso del crédito.

El producto central que el sistema financiero vende al mercado no es otra cosa que un futuro mejor. Vende expectativas de futuro. Sin ellas o no se otorgarían créditos, o no se podrían devolver los préstamos con intereses, que es donde reside su negocio. Ocurre en principio con casi todas las inversiones económicas: salvo excepciones, no se realizan si no se percibe un futuro próspero. Es una necesidad esencial del capitalismo. Pero en el caso del sistema financiero este hecho adquiere una importancia decisiva, y la banca (por citar solo un sector económico) no puede permitir que el futuro sea percibido como amenazante para ellos. Y desde luego lo sería si se detuviera el crecimiento económico por un menor uso de los combustibles fósiles, a pesar del imprescindible giro hacia las energías alternativas.

No hay mucha censura directa (aunque la hay), ni indicaciones explícitas (aunque las hay, siempre verbales). Lo que se provoca es la autocensura de los propios periodistas y meteorólogos, cuyos perfiles son a su vez elegidos por las empresas entre los más moderados. En definitiva, el sistema conspira para que el público no perciba el cambio climático como algo muy grave o severamente amenazante, y por tanto la presión popular resulta convenientemente acotada. En estas condiciones, el sistema no solo es una amenaza contra sí mismo, sino contra todos nosotros.

Hoy, los medios de comunicación no son otra cosa que instrumentos de propaganda de justificación del sistema, portadores de fe en las bondades y conveniencia del crecimiento del PIB, actual o futuro. Sea esta fe racional, o no lo sea. Esto lleva a que el negacionismo de baja intensidad, como acertadamente denominó Antonio Cerrillo a las presiones a las que está sometido el poder mediático, ejerza una influencia indudable, reconocible. Recordemos que el negacionismo no tiene como finalidad principal negar el cambio climático, aunque esto le sirva en ocasiones de manera instrumental para reducir la percepción de gravedad. Lo que pretende negar es su origen antropogénico, no vaya a ser que decidamos pedir responsabilidades a alguien. Su pretensión es retrasar las respuestas políticas y, por encima de todo, limitar y constreñir el espacio de respuestas posibles al fenómeno, ocultando de facto, por inconvenientes (para ellos a corto plazo), las que serían verdaderamente eficaces. Y es que cada día de retraso son muchos millones de dólares.

Así, de la misma forma que Warren Buffet afirma que la lucha de clases desde luego que existe, y que los ricos la van ganando por goleada, creo que es posible sostener que el negacionismo climático está triunfando, desde luego en sus objetivos centrales de paralización de la movilización ciudadana y de las necesarias acciones de política institucional al respecto. Los resultados a la vista están: los medios no hablan del cambio climático salvo ocasionalmente, y nada indica que el proceso político de la UNFCCC en curso vaya a tomar decisiones realmente efectivas para paliar el problema. En las pocas ocasiones en que los medios hablan de ello lo hacen, en el mejor de los casos, de una forma políticamente correcta, y siempre cosmética.

Otros actores de las sociedades democráticas se encuentran a su vez paralizados por el fenómeno y por el propio sistema. ¿Cuándo hemos oído hablar de cambio climático a Podemos, por ejemplo? ¿No estarán haciendo como Syriza que, como comentó el primer ministro griego Alexis Tsipras personalmente a Naomi Klein, alejó este asunto del discurso público tras la crisis de 2008?

Por si todo ello fuera poco, cabe añadir que la población no quiere saberlo. ¡Pero tiene que saberlo! Luego hay que decirlo más fuerte, y también mejor…” Ferran Puig Vilar, “Los deberes de Casandra”, entrada del 18 de marzo de 2015 en su blog Usted no se lo cree (http://ustednoselocree.com/2015/03/18/los-deberes-de-casandra-suplica-a-la-comunidad-cientifica-del-clima/ )

[5]“Exigir a los individuos que sufren las consecuencias de este derrumbamiento generalizado de las antiguas instituciones y valores que pongan fin a esas consecuencias mediante un acto de volición personal viene a ser como creer en la magia, aquí en el terreno de la moral. La recuperación de individuos capaces de ejercer un autocontrol estable y efectivo sólo será posible si primero se da un ejercicio de la voluntad menos pretencioso pero que permita analizar la realidad social actual y hacerse con ella de acuerdo con las capacidades de cada uno.” John Dewey, Viejo y nuevo individualismo, Paidós, Barcelona 2003, p. 98.

[6]Carta a Hans Mühsam, 22 de enero de 1947. Ahora en Albert Einstein: el libro definitivo de citas, Plataforma Editorial, Barcelona 2014, p. 243.