Para los técnicos en marketing que tutelan nuestra televisiva y degradada vida política, un programa de 88 páginas (como el que recoge la propuesta del Partido de los Trabajadores brasileño en las elecciones presidenciales de octubre de 2002) es ya “un mamotreto”, según se aprende en El País del 26 de agosto. ¿Pero quién se cree que sea posible una democracia sin esfuerzos –incluyendo esfuerzos de lectura?
En un mundo donde la mitad de la población intenta sobrevivir con ingresos inferiores a dos dólares al día, y donde se produce una masiva exportación criminal de daño desde el centro a las periferias y desde el presente hacia el futuro –en forma de esas “externalidades” socioecológicas que los economistas trivializan como “fallos del mercado”–, la petulancia liberal se atreve a escribir: “Que los precios no intervenidos reflejan bien las necesidades sociales parece cosa confirmada”[1].
Cuando ellos dejen de propalar sus gruesas mentiras, podremos nosotros dejar en paz nuestras verdades gruesas, y dedicarnos a las verdades finas… y también, por qué no, a las mentiras delicadas.
***
Los revolucionarios parisinos de julio de 1848, al llegar el atardecer del primer día de lucha, dispararon en varios lugares –de forma independiente y simultánea— contra los relojes de las torres: lo recuerda Walter Benjamin en la décimoquinta de sus “Tesis de filosofía de la historia”. Los revolucionarios del 2048 tendrán que disparar contra las pantallas situadas en los lugares públicos.
(Hoy, 21 de agosto, al entrar en la estación de metro de Moncloa vi las pantallas de propaganda y adoctrinamiento apagadas, y por un momento abrigué grandes ilusiones. ¡Al menos durante las vacaciones de agosto descansa el ojo del Gran Hermano! Vana esperanza: enseguida me percaté de que sólo se trataba de unas pocas pantallas averiadas, mientras que en las otras el flujo de “información” continuaba chorreando sin pausa sobre los atiborrados viandantes, como en las más ásperas y laborables de las semanas…)
Insensatos que soñáis con el cyborg redentor: ¿no os dais cuenta de que los implantes cerebrales de vuestros anhelos para lo que servirán será para verter directamente en vuestra cabeza la televisión-basura del siglo XXI, aún más degradada que la que padecemos hoy?
***
Hace más de dos siglos, Mozart escribía a su padre en una carta que el mundo sería una cosa muy distinta si los hombres pudiesen percibir el auténtico poder de la armonía.
No permitir que en nuestras vidas mengüe ni un ápice el espacio para la belleza, el deseo ni lo sagrado.
[Jorge Riechmann, Una morada en el aire, Libros del Viejo Topo, Barcelona 2003, p. 24-25. Este «diario de trabajo» va del 18 de agosto de 2002 al 18 de agosto de 2003.]
[1] Álvaro Delgado-Gal, “Ni tanto ni tan calvo”, El País, 27 de agosto de 2002, p. 9.