Algo importante que señala Ignacio Echevarría con respecto al canon literario –pero no sería diferente en lo que a otros cánones se refiere, el filosófico por ejemplo–: el canon siempre está determinado, “en muy superior medida de lo que se está dispuesto a reconocer, por un factor tan difícilmente evaluable como es la ideología dominante, a menudo camuflada bajo el disfraz de lo que se entiende por ‘gusto’.” Y sigue también apuntando: “El canon es por antonomasia políticamente correcto, y el acceso al mismo implica siempre la desactivación del potencial subversivo que eventualmente encarnaban el autor o la obra en cuestión” (“El canon y lo políticamente correcto”, El Cultural, 10 de enero de 2014).
Digámoslo de otra manera: aunque tantos escritores e intelectuales aspiren a criticar duramente al establishment y a que el establishment, al mismo tiempo, les dé premios, ¡ambas aspiraciones no son compatibles! O renuncia usted a la crítica –a la que va en serio, aquel tipo de crítica donde el decir y el hacer van juntos–, o renuncia usted a los premios, prebendas y privilegios.
Mis maestros Manuel Sacristán y Paco Fernández Buey, dos de los pensadores más importantes de la España del siglo XX, no forman parte del canon de la filosofía española.