Los seres humanos apenas somos capaces de vivir en el sinsentido. Desaparecidas para muchos las antiguas fuentes metafísicas de Sentido (“Dios ha muerto”), la Modernidad concibe la vida humana como una serie de experiencias de las cuales podremos (se supone) extraer alguna clase de sentido. Harari recuerda cómo Wilhelm von Humboldt dijo, de forma paradigmática, que el objetivo de la existencia es “una destilación de la más amplia experiencia posible de la vida en sabiduría”.[1] Ahora bien, durante un par de siglos (sobre todo durante el último siglo) los combustibles fósiles han funcionado como multiplicadores de la experiencia humana. Su sentido “existencial” ha sido sobre todo ése: no hay más que pensar en el papel que desempeñan el turismo y los viajes en el capitalismo de consumo contemporáneo. Ésta es una dimensión de la crisis ecológico-social que nos cuesta ver: en un mundo “empobrecido” por restricciones en el uso de la energía, no se trata sólo del fantasma del desabastecimiento, sino que el espectro del sinsentido se yergue aterrador ante los ojos de la mayoría.
[1] Yuval Noah Harari, Homo Deus, Debate, Barcelona 2016, p. 268.