desplazamientos de la Gran Ameba
El ensayista estadounidense Nate Hagens, antaño profesional de elevada posición en Wall Street y hoy ecologista experto en energía, ha propuesto una perturbadora pero acertada imagen del “superorganismo humano” como Gran Ameba.
“El superorganismo (al que aquí llamaré cariñosamente la Ameba) no piensa; utilizando el excedente financiero optimizado por el mercado, avanza deslizándose, absorbiendo a los majetes que viven con baja entropía, mirando exclusivamente a corto plazo el camino que se encuentra justo enfrente; y sólo cambia el rumbo cuando puede recolectar más.”[1]
La Gran Ameba adelante un pseudópodo para apoderarse del siguiente yacimiento de materia-energía de baja entropía. Quizá podría emitir igualmente un pseudópodo que se volviese sobre ella misma, tornándose reflexiva (ah, la suprema importancia de los bucles de realimentación…). Pero lo segundo exige mucho más esfuerzo. Si la Gran Ameba se deja caer por su pendiente deslizante (llamémoslo Maximum Power Principle),[2] emitirá pseudópodos de la primera especie.
Y, en efecto, así se comporta el superorganismo humano en casi todas las circunstancias… Y así nos va.
sobre complejidad, energía
y los movimientos de la Gran Ameba
Pero ese casi todas resulta crucial: la diferencia entre poco y nada sobre la que he llamado la atención tantas veces.
Cabe pensar que lo que estaba intentando en la toma de conciencia ecológica de los años sesenta y setenta del siglo XX era precisamente desarrollar ese pseudópodo a través del cual la Gran Ameba volviera reflexivamente sobre sí misma… Un proceso que fue trágicamente desbaratado por el neoliberalismo triunfante a partir de los años ochenta, pero que no necesariamente tenía que fracasar.
Lo diré de otra forma: afirma Manuel Casal Lodeiro (un amigo con quien estoy de acuerdo en muchas cosas) que “si tenemos cada vez menos energía, no podremos mantener la complejidad social, pues su nivel es función directa de la disponibilidad (del flujo) de energía”.[3] Establecer esa relación biunívoca entre complejidad social y uso de energía es sostener que somos Gran Ameba y sólo Gran Ameba (sin posibilidad de pseudópodo de retroalimentación). Pero ¿dónde queda entonces la conciencia humana? Por frágiles que sean y amenazadas que se encuentren ¿dónde quedan las posibilidades de racionalidad humana? De hecho, tal posición sería de autoderrota para activistas como Manuel, pues todos sus esfuerzos de concienciación para la transformación social (empezando por la misma entrevista que acabo de citar y el libro al que se refiere)[4] resultarían baldíos: no habría ni la menor posibilidad de autotransformación para la Gran Ameba.
Resulta ocioso subrayar la importancia de esta cuestión. Hagamos el experimento mental siguiente: supongamos que, por un conjunto de desarrollos sociopolíticos casi milagroso, la mayoría de la humanidad toma conciencia del abismo ecológico-social ante el que se encuentra y decide organizar el decrecimiento metabólico necesario para evitar lo peor. Es casi como suponer el triunfo revolucionario del ecosocialismo y el ecofeminismo a corto plazo: pero no nos arredremos ante tamaña improbabilidad y sigamos adelante un momento con el experimento mental. Entonces, naciones sobredesarrolladas como las europeas logran en unos pocos decenios reducir su uso de energía en la proporción que Casal Lodeiro juzga necesaria (que es análoga a lo que nos sugieren los climatólogos como Kevin Anderson o los economistas permacultores como Ted Trainer): quizá una décima parte de nuestro desbocado uso actual. ¿Implicaría eso, de forma mecánica, una reducción del 90% de la complejidad social y cultural? No necesariamente. Es obvio que, en una transición más o menos ordenada, el conocimiento científico y técnico acumulado en estos últimos decenios permitiría preservar importantes logros civilizatorios con ese uso muy reducido de energía y otros recursos. Me puede servir como punto de referencia el mundo de mis abuelos, por ejemplo Alcalá de Henares hacia 1930 (de allí era toda la familia de mis abuelos maternos), o incluso mejor, Alcalá el 14 de abril de 1931. Con aquel mismo nivel del uso de energía y materiales, pero los conocimientos del 14 de abril de 2017, muchos elementos de la condición humana podrían ser bastante mejores que entonces. Si se quiere en forma de imagen vívida: el Alcalá de 1931, pero con un buen sistema sanitario público universal, con internet y con la espléndida huerta del Henares gestionada de acuerdo con sanos principios agroecológicos (y permaculturales).
Joaquim Sempere ha llamado en varias ocasiones la atención sobre esta cuestión: “Se ha dicho que civilización está asociada a complejidad, y que complejidad está asociada al control de la energía. Joseph Tainter ofrece interesantes reflexiones al respecto. Pero ahora nos encontramos ante un caso excepcional en la historia humana: el paso a una transición sociometabólica en la que, previsiblemente, se reducirá el consumo de energía en lugar de aumentar, como ha señalado Marina Fischer-Kowalski. Un razonamiento mecanicista puede llevar a anticipar una regresión civilizatoria: a menos energía, menos complejidad y menos civilización. Pero tal vez conviene revisar el concepto de complejidad. Ciertos avances técnicos, sobre todo en comunicaciones, quizás permitan a la vez simplificar el metabolismo físico con el entorno natural –aumentando la resiliencia de la sociedad— sin abandonar la complejidad cultural que hace posible una civilización rica en oportunidades para las personas. Revisar el concepto de complejidad según esta línea ofrece, pues, una interesante tarea teórica…”[5]
Es lo mismo que ha señalado Paco Puche en algún momento. No deberíamos suponer que la naturaleza sea determinista respecto a la acción humana y que el ánthropos se comporte como una mera especie más dentro de la biosfera, es decir, sólo como una Gran Ameba: “como agentes intencionales y desde un punto de vista social, los seres humanos ejecutan procesos cualitativamente diferentes: los conceptos biológicos de predación, forrajeo y territorialidad no son equivalentes a los de caza, recolección, distribución y tenencia que son meta-biológicos”.[6] El librero, ensayista y ecologista malagueño se apoya en el gran antropólogo Marshall Sahlins: “En condiciones materiales muy similares, los órdenes y fines culturales pueden ser bastantes disímiles. (…) En un sentido la naturaleza tienen siempre la supremacía (…) pero los seres humanos no se limitan a sobrevivir. Sobreviven en una forma definida.”[7]
Cuando sobreviven, claro.
[1] Continúa así su reflexión: “Esta recolección, cuando se suman los 7.300 millones de ‘votos’, termina buscando energía bruta que quemar y la transfiere a unos pocos micro-litros de neurotransmisores. La Ameba no piensa en energía neta porque está más allá de su horizonte visual (aunque últimamente reconoce con cierta dificultad que algo no está yendo bien). Y a la Ameba, desde luego, no le preocupan lo más mínimo las externalidades. No puede verlas, a menos que le bloqueen el camino de acceso a la recolección de baja entropía.
La Ameba terrestre se encontró en su camino con algunos baches en los años 70 del siglo XX. La Tasa de Retorno Energético (TRE) llegó a un máximo y comenzó a disminuir. Los problemas del sistema monetario obligaron a Nixon a salirse del patrón oro y desde ese momento en adelante no existe una moneda en la Tierra que tenga un recurso natural vinculado a ella, y todo el dinero se crea de la nada; el 95% aproximadamente a través de créditos bancarios comerciales, que siguen la misma regla en todos los países.
Comenzamos entonces con la globalización, para dedicar a las dendritas de la Ameba a succionar entropía de las regiones geográficas con menor coste. Aprovechamos la tecnología para construir una máquina térmica más grande. Y lo más importante (y peligroso), comenzamos a utilizar la deuda y el crédito como formas de traernos los recursos futuros hacia el presente. Nada de esto se hizo de forma consciente: fue una simple reacción a los deseos y necesidades de las masas en cada tiempo, para seguir funcionando a base de ir agregando los beneficios optimizados de las mini-amebas. [Esta parte de la narración de Hagens es la que hay que cuestionar, claro está… No han sido “los deseos y necesidades de las masas”, sino las opciones de la clase dominante y el mecanismo autoexpansivo de la acumulación de capital. Pero sigamos.]
Cada vez que una espita energética se va cerrando, surgen nuevas reglas o inyecciones monetarias que suavizan la trayectoria. En las primeras etapas, todavía existía una carrera armamentística entre la energía y el dinero. En 2008 quedó claro que los bancos comerciales y los mercados del crédito privado ya no podían seguir alimentando adecuadamente a la Ameba. Por tanto, se saltaron la jerarquía y comenzaron a gestionar directamente y a la vista de todos el acceso a la espita monetaria, que llegaron a abrir de forma considerable. En un momento en el que el coste real del capital (el petróleo) estaba aumentando, se inundó el mundo de créditos a bajo interés, convirtiendo el dinero en algo prácticamente gratuito.
Pero crearon demasiado y el gran cuerpo se vio imposibilitado de generar algún tipo de crecimiento con sentido y ahora nos encontramos en un pulso deflacionario preliminar. En la actualidad, aproximadamente un 30% de los bonos de los gobiernos del mundo tienen rendimientos negativos y alrededor del 90% tienen rendimientos inferiores al 2%. Las entidades gubernamentales de los gobiernos de Japón y Europa están comprando bonos a un ritmo tal que en el plazo de diez años les darán la propiedad completa de todos los bonos emitidos(los gobiernos están comprando dinero para comprar bienes que requieren energía y por tanto, también están garantizando -y comprando- los mismos bonos en el mercado abierto).
El mayor supuesto falso sobre el que se apoya la sociedad moderna es que el dinero y la energía son intercambiables y que todos los dólares pasados, presentes y futuros (o yenes o euros, etc.) son iguales y se convertirán en los bienes que el dinero representa. (…) Estamos ahora en una situación en la que la OCDE (descontando los derivados financieros, que son en su mayoría simplemente hipotéticos y no suponen reclamaciones sobre activos físicos) tiene unos 300 billones de dólares de lo que ‘la gente cree que posee’ en términos de stocks, bonos, depósitos, dinero, etc. de la OCDE, frente a los 80 billones de lo que se denominan ‘ingresos’ del PIB mundial anual. Es el mayor esquema de estafa piramidal (esquema Ponzi) que jamás se haya visto en este (u otro) planeta.” Nate Hagens, “¿Qué sucedería si los paneles fotovoltaicos fuesen gratuitos?”, en Crisis energética, 3 de octubre de 2016; http://www.crisisenergetica.org/article.php?story=20161003140431501
[2] El “Maximum Power Principle” intuido por diversos biólogos desde tiempos de Lotka fue enunciado por Howard T. Odum en estos términos: “Durante la auto-organización, se desarrollan y prevalecen diseños de sistemas que maximizan el consumo de energía y su transformación, así como aquellos usos que refuerzan la producción y la eficiencia” “During self-organization, system designs develop and prevail that maximize power intake, energy transformation, and those uses that reinforce production and efficiency”, leemos en la Wikipedia (https://en.wikipedia.org/wiki/Maximum_power_principle ). Desde la biología evolucionista se ha sugerido también una importante Constructal Law (https://en.wikipedia.org/wiki/Constructal_law ).
«Todos queremos más», enseña una canción de la que se han hecho múltiples versiones (hay una, por ejemplo, de Peret). El “Maximum Power Principle” viene a ser el “todos queremos más” elevado a rango de conjetura científica de alto nivel. El gran desafío es vencer esa conventional wisdom y ser capaces de afirmar: lo suficiente basta.
[3] Manuel Casal Lodeiro (entrevistado por Miguel Fuentes), “La izquierda ante el colapso”, Viento Sur, 10 de marzo de 2017; http://vientosur.info/spip.php?article12334
[4] Manuel Casal Lodeiro, La izquierda ante el colapso de la civilización industrial, La Oveja Roja, Madrid 2016.
[5] Síntesis (realizada por el propio autor, Joaquim Sempere) de la ponencia presentada en el Simposio internacional “¿Mejor con menos? Decrecimiento, austeridad y bienestar”, 6, 7 y 8 de octubre de 2014, Facultat de Ciències Socials de la Universitat de Valencia.
[6] Paco Puche, “Por qué cooperamos y por qué no”, en el libro del mismo autor Lecturas impertinentes, Eds. del Genal, Málaga 2013, p. 163 y ss. También en Rebelión, febrero de 2013, p. 22; http://www.rebelion.org/docs/163325.pdf
[7] Marshall Sahlins, Cultura y razón práctica. Contra el utilitarismo en teoría antropológica. Gedisa, Barcelona 2006, [1976], p. 168.