Como indican Isabel Balza y Curro Garrido, una parte de la escisión entre conciencia ecológica y acción coherente con esa conciencia tiene que ver con la dificultad para construir “ecosujetos” a partir de la ecología científica (que ha sellado con una fuerte impronta el ecologismo, acaso el movimiento social más marcado por la ciencia).
“La biosfera, los ecosistemas, la biodiversidad, la eficiencia energética, no tenían un relato subjetivizador que permitiera unir experiencias individuales y colectivas con un discurso. Quien ha pagado ese coste ha sido la escisión entre conciencia y acción ambiental. Esto explicaría en parte que el aumento de información sobre la crisis ecológica no conlleve un aumento equivalente en las acciones de cambio. La ecología era, y es, algo que queda demasiado lejos y que resulta demasiado frío.”[1]
Podríamos decir que el ecofeminismo sería una “corriente cálida” frente a una ecología política que podríamos situar más bien como “corriente fría” (por analogía con la idea de un “marxismo cálido” que formuló Ernst Bloch).[2] El ecofeminismo constata una importante asimetría de género en las respuestas a la crisis ecológica: “los hombres tienen más opiniones proambientales y las mujeres más actitudes y conductas proambientales” (se da también una proximidad mayor entre mujeres y defensa de los animales no humanos).[3] A partir de ahí, cabe concebir estrategias de subjetivación ecológica y emancipatoria que se apoyen en esa ventaja femenina: la naturaleza y el ambiente biofísico pasan por el filtro de la experiencia individual y social mucho más en las mujeres que en los varones. Además, desde esa óptica podría quizá actuarse mejor contra la miopía hacia el futuro (los descuentos intertemporales de los costes ambientales futuros, diríamos en la jerga de los economistas). “Al fijar los daños difusos y futuros en objetos cercanos e inmediatos y emocionalmente muy valorados frente a aquellos costes ambientales que los discursos científico y político describen como remotos, futuros e inconmensurables, el proceso de subjetivización de la crisis ecológica favorece una sensibilidad directa y personalizada, y en un tiempo cotidiano e inmediato.”[4]
[1] Isabel Balza y Francisco Garrido, “Cuatro tesis sobre la asimetría de género en la percepción y actitudes ante los problemas ecológicos”, en Alicia Puleo (ed.), Ecología y género en diálogo interdisciplinar, Plaza y Valdés, Madrid 2015, p. 153.
[2] Véase Justo Pérez del Corral, El marxismo cálido: Ernst Bloch, Mañana Editorial (col. Herramientas, nº 5), 1977.
[3] Balza y Garrido, op. cit., p. 149.
[4] Balza y Garrido, op. cit., p. 154. Es un asunto que habría que explorar con mucha atención, pues por otra parte ¿no sucede también que al “fijar los daños difusos y futuros en objetos cercanos e inmediatos y emocionalmente muy valorados”, paradigmáticamente los hijos y las hijas, perdemos de vista los horizontes político-morales más amplios? Un buen amigo, padre de un niño pequeño, me escribía: “Pienso en el pequeño Marcos Lautaro y su milagrosa capacidad de concentrar todas mis atenciones y suspender el mundo… no sólo en la admiración ante su presencia, que es así, sino también en cómo te hace afrontar la vida entera, pues todo se supedita a ese pequeño ser y sus necesidades… Es parecido a esa sensación que se da cuando estás con la amada, como si costase creer que ocurre algo en alguna parte, pero incrementado… Pues esta sensación sospecho que es general, y que vínculos tan intensos y responsabilidades tan concretas como la vida frágil de un cuerpo de cachorro humano atan a la gente como un ancla a las coyunturas y al presente sin poder prestar mucha atención a lo que no sea el siguiente paso…y por tanto hace a casi todo el mundo un poco sordo a las cuestiones más sistémicas… y dado que nacemos y morimos y los vínculos de dependencia son tan fuertes, las distancias muy cortas en la racionalidad y la moral, tan cortas como la supervivencia de un bebé, son tan antropológicas, o más, que la imposibilidad de una sociedad transparente que aboliese totalmente la alienación. Entonces me dio por pensar que quizá para que la humanidad pueda enfrentar la crisis socio-ecológica como un asunto de largo alcance necesite ‘guardianes’ en el sentido de Platón… gente que no esté vinculada a una familia, o a unos intereses o dependencias personales tan concretos como para que se obnubile en ellos. Creo que este fin de semana al pensar esto he entendido el valor funcional del celibato religioso, institución que siempre me había parecido una negación básica de la vida humana… Quizá las sociedades necesitan desgajar personas del frenesí de las interdependencias concretas para poder formar nodos generalistas con perspectiva de sistema… con todo lo terrible y contradictorio que esto pueda ser, que sabemos que lo es…” (comunicación personal, 16 de febrero de 2015; yo me permití sugerirle que quizá, más que pensar en los Guardianes de Platón, podríamos hacerlo en las instituciones del tipo Consejo de Ancianos, o Senado, que encontramos en tantas culturas. Pues al fin y al cabo, como decía Gabriel Ferraté antes de suicidarse a los 50 años, “los cincuenta son una edad en la que uno ya ha hecho todo lo que tenía que hacer”, y a partir de esa edad cabe esperar mayor desapego y objetividad en las personas, supuesto que que las condiciones socioculturales sean favorables…).