https://espacio-publico.com/debate-en-torno-a-la-transicion-ecologica/comment-page-1#comment-7203
(Y en portugués-brasileño: https://www.ihu.unisinos.br/categorias/620402-sobre-as-dificuldades-da-transicao-ecologica-artigo-de-jorge-riechmann )
Sobre las dificultades de la transición ecológica
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Un notable editorial de Nature, en marzo de este año, reivindica el estudio de 1972 The Limits to Growth (el primero de los informes al Club de Roma) y señala que “aunque ahora existe un consenso sobre los efectos irreversibles de las actividades humanas sobre el medio ambiente, los investigadores no se ponen de acuerdo sobre las soluciones, especialmente si éstas implican frenar el crecimiento económico. Este desacuerdo impide actuar. Es hora de que los investigadores pongan fin a su debate. El mundo necesita que se centren en los grandes objetivos de detener la destrucción catastrófica del medio ambiente y mejorar el bienestar”.[1] Volveré después a lo que pueda significar “mejorar el bienestar”. Ahora me interesa subrayar que el editorial de Nature continúa arguyendo que el debate hoy, una vez aceptada la existencia de límites biofísicos al crecimiento, se centra en dos posiciones principales, crecimiento verde versus decrecimiento, y que éstas deberían hacer un esfuerzo por dialogar entre ellas.[2]
Un debate central, sin duda, que se modula y reitera a diferentes niveles. Por ir a lo cercano: un amigo (y compañero de militancia en Ecologistas en Acción) me decía hace algunos días que el debate sobre la transición ecológica (y la transición energética en particular) es extraordinariamente complicado. Nos divide también dentro de los mismos movimientos ecologistas. “La cuestión es si a donde queremos llegar (una sociedad que respete los límites biofísicos) se puede llegar a partir de un sistema industrializado, modificándolo y reduciéndolo, o se puede hacer directamente. Y no parece que tengamos mucho tiempo para ninguna de las dos opciones”.[3] El planteamiento es el mismo que en el editorial de Nature.
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Las causas estructurales del declive civilizacional son diáfanas –si hay que decirlo con una sola palabra: overshoot, extralimitación ecológica–, pero muchas autoridades, muchos grupos de interés, muchas empresas y el sistema de mass-media (que nos deseduca minuciosamente: “medios de formación de masas” los llamaba Agustín García Calvo) persisten en señalar sólo causas coyunturales todo el tiempo: ahora es la pandemia, luego es la invasión de Ucrania, pero no se inquieten ustedes porque nada en el funcionamiento básico de nuestro sistema va mal.
Nuestro problema de fondo es que seguimos siendo una sociedad terraplanista. Seguimos tratando de vivir como si no hubiese límites biofísicos (en un planeta finito cuyos límites hemos traspasado ya). Y eso sitúa la transición ecológica como una misión imposible.
Pues existen límites biofísicos (frente al querer y el hacer humanos). Y por esa razón, hay formas de escasez que no son superables (ahí cabe razonar en términos de exergía, como lo hacen los físicos termodinámicos Antonio Valero y Alicia Valero).[4]
Estamos en situación de overshoot (más allá de los límites). Y por esa razón, los “estilos de vida” de la “clase media” del Norte global han de ser vistos como lo que de hecho son: modos de vida imperiales.[5]
Eso nos plantea un problema político de primer orden, porque también las clases trabajadoras del Norte están presas de esos imaginarios de “clase media” (ejemplos: comer carne, volar en avión, el automóvil privado). Volveré más abajo a esta cuestión.
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Hay un hecho al que poca gente se atreve a mirar de frente en este debate: la sobreabundancia energética que nos proporcionaron los combustibles fósiles durante el último siglo y medio es irrepetible (aunque ahora va también de caída: petróleo, carbón y gas natural proporcionan cada vez menos energía neta) y eso conlleva que cualquier transición energética que afrontemos va a ser una transición decrecentista (mejor o peor llevada: de forma igualitaria o de forma genocida). El Green Growth, aunque pueda practicarse ocasionalmente en algunos lugares, no es generalizable. Lo que en un artículo publicado hace un año yo llamaba “Plan B” (la transición energética entendida de forma convencional de simple sustitución de fuentes fósiles por renovables) es inviable.[6]
Si también está claro que el “plan A” de seguir con el business as usual es inviable, y empuja hacia seguir explotando las reservas de combustibles fósiles existentes, todavía en peor posición nos sitúa la militarización mundial que ha acelerado la invasión de Ucrania por Rusia. El presidente de EEUU, Joe Biden, anuncia planes para expandir la perforación en busca de petróleo y gas en el Golfo de México y Alaska el día después de la devastadora decisión del Tribunal Supremo de EEUU sobre el clima,[7] y a pesar de las claras advertencias de los científicos climáticos del mundo de que la expansión de los combustibles fósiles debe terminar de inmediato, señala el climatólogo Peter Kalmus.[8] También la UE echa mano al carbón para suplir el menguante flujo de gas natural ruso.[9] Kalmus manifiesta ingenuidad (quizá fingida) cuando sostiene que “en mi opinión, Biden ha perdido una oportunidad clara e histórica proporcionada por la invasión de Ucrania para usar su púlpito de intimidación y los considerables poderes de su cargo para alejar rápidamente nuestra economía energética de los combustibles fósiles y acercarla a las energías renovables”.[10] Pues pretender seguir manteniendo los modos de vida imperiales del Norte Global exige seguir explotando los combustibles fósiles; y todavía en mayor medida, pretender mantener la hegemonía global en un mundo bélico de “Imperios Combatientes” (Rafael Poch de Feliu) hace imperioso el recurso a todas las reservas existentes de petróleo, carbón y gas natural (desembocando en un infierno climático). La militarización de las relaciones internacionales desemboca necesariamente en el infierno climático: no habrá portaviones estadounidenses ni cazabombarderos chinos movidos por energía solar.
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¿Lo que tenemos es un problema de “falta de voluntad política”, como se dice a menudo? El afamado economista Jeffrey Sachs, apóstol del desarrollo sostenible, de visita en España (invitado por la Fundación Telefónica), sentencia: “Ya sabemos lo que hay que hacer para descarbonizar rápido y existe la tecnología para ello”.[11] Faltaría, entonces, la suficiente voluntad política.
Peter Kalmus escribe este “breve resumen del nuevo informe del IPCC: sabemos qué hay que hacer y sabemos cómo hacerlo; pero ello requiere quitarles sus juguetes a los ricos, y los líderes mundiales no lo están haciendo”.[12] Ahora bien, este populismo climático no ayuda demasiado: hay que quitarles sus juguetes a los ricos, desde luego (¿y dónde están hoy las fuerzas políticas que necesitaríamos para ello?), pero la “clase media” mundial se vería también severamente afectada por las medidas necesarias… No es un asunto del 1% frente al 99%. Como decía Paula Pita (una de nuestras estudiantes del Grado en Filosofía) en su intervención en el acto sobre crisis climática del 5 de abril en la Facultad de Filosofía y Letras de la UAM, se trata de “una lucha ardua, porque es una lucha contra nosotros mismos”.
Nos aferramos, de forma comprensible, a nuestros modos de vida. Si me han enseñado a hacer las cosas de esta forma y es como sé hacerlas, y si todo el sistema de recompensas y castigos de mi sociedad me lleva a hacerlas de este modo, ¿por qué debería cambiar? La respuesta es breve: nuestros modos de vida –capitalistas, patriarcales, coloniales, antropocéntricos– son a la vez injustos (dañan a otros), contraproductivos (nos dañan a nosotros mismos) e inviables (destruyen el futuro). Imposibilitan las formas de vida buena coherentes con perdurar en el planeta Tierra. Y el tiempo para el enorme golpe de timón que necesitaríamos se está agotando rápidamente.
Así que hay que abordar de frente la difícil cuestión de los niveles de bienestar y los modos de vida imperiales.
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Brexit: nadie votó para que fuésemos más pobres, dice el cartel que enarbola la manifestante británica en enero de 2019.[13] Pero, en relación con la descarbonización, es precisamente lo que deberíamos votar… (Por más que, en un segundo momento, discurramos sobre pobreza en qué sentido, riqueza de qué, cómo concebimos una vida buena, etc.)
Me explico: mucho menos conducir (idealmente, casi ni patinetes eléctricos).
Mucho más bailar.
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“Menos luchar contra la pobreza y más luchar contra la riqueza”, tuitea Gustavo Duch.[14] Y aporta el siguiente cuadro:
Muy significativo… si no olvidamos que el volumen de emisiones individual medio compatible globalmente con el objetivo de 1’5°C como máximo está en 1’1 toneladas de equivalente de CO2/ persona/ año hasta 2050.[15]
Esto es: también esa mitad de nuestra población con menos ingresos cuadruplica el objetivo en emisiones (y el promedio general lo septuplica). Así que “luchar contra la riqueza” incluiría a toda la población pobre, en países sobredesarrollados como el nuestro…
Tal es el enorme desafío ético-político al que hacemos frente: ¿podemos organizarnos para perder privilegios? Después de haber gritado “sí, pero que empiecen los de arriba”, ¿qué hacemos los de abajo? Como antes señalé de pasada, no es una cuestión del 1% frente al 99%, sino más bien (a escala mundial) de 1/5 frente a 4/5, o quizá 1/4 frente a 3/4. Pero resulta que en esa cuarta o quinta parte de “los de arriba” nos hallamos incluidos casi toda la población española y europea (y eso sin considerar siquiera los intereses de las generaciones futuras de seres humanos, y los de todos los seres vivos no humanos con quienes compartimos la biosfera).
Los procesos de relocalización y reterritorialización que van de la mano con el descenso energético conceden mayor peso (potencialmente) al trabajo organizado. La desglobalización mejora, en principio, la posición relativa de las y los trabajadores frente al capital. Pero ¿nos damos cuenta de que lo que está en juego no es una mera lucha distributiva entre trabajo y capital, sino algo mucho mayor, que incluye modos de producción y formas de vida?
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Llamar “catastrofismo” al realismo puede causarnos algún problema. Y llamar “realismo” a las fantasías tecnólatras, algún problema aún mayor.
[1] Editoral de Nature: “¿Existen límites al crecimiento económico? Es hora de poner fin a una discusión de 50 años”, traducido en Viento Sur, 18 de junio de 2022; https://vientosur.info/existen-limites-al-crecimiento-economico-es-hora-de-poner-fin-a-una-discusion-de-50-anos/ . Texto original en Nature 603, 361 (2022), 16 de marzo de 2022; https://www.nature.com/articles/d41586-022-00723-1
[2] “Investigadores como Johan Rockström, del Instituto de Investigación del Impacto Climático de Potsdam (Alemania), defienden que las economías pueden crecer sin hacer inhabitable el planeta. Señalan que hay pruebas, sobre todo en los países nórdicos, de que las economías pueden seguir creciendo aunque las emisiones de carbono empiecen a bajar. Esto demuestra que lo que se necesita es una adopción mucho más rápida de la tecnología, como las energías renovables. Un movimiento de investigación paralelo, conocido como «post-crecimiento» o «decrecimiento», afirma que el mundo debe abandonar la idea de que las economías deben seguir creciendo, porque el propio crecimiento es perjudicial. Entre sus defensores se encuentra Kate Raworth, economista de la Universidad de Oxford (Reino Unido) y autora del libro de 2017 Doughnut Economics, que ha inspirado su propio movimiento mundial (…). Ambas comunidades deben esforzarse más por hablar entre ellas, en lugar de hacerlo contra ellas. No será fácil, pero el aprecio por la misma literatura podría ser un punto de partida. Al fin y al cabo, los límites inspiraron tanto a la comunidad del crecimiento verde como a la del poscrecimiento, y ambas se vieron igualmente influidas por el primer estudio sobre los límites planetarios (J. Rockström et al. Nature 461, 472-475; 2009), que intentó definir los límites de los procesos biofísicos que determinan la capacidad de autorregulación de la Tierra”.
[3] Yo contesté: o si no se puede hacer de ninguna de las dos formas, querido amigo –que es, me temo, nuestra situación real. Pero quede esbozada esa reflexión aporética y aparcada para mejor ocasión.
[4] Antonio Valero y Alicia Valero, Thanatia. Los límites minerales del planeta, Icaria, Barcelona 2021.
[5] Sobre esta cuestión, Alberto Acosta y Ulrich Brand: Salidas del laberinto capitalista. Decrecimiento y postextractivismo, Icaria, Barcelona 2017.
[6] Jorge Riechmann, “Sobre las propuestas energéticas de la Comisión Europea, la necesidad de decrecimiento y los planes A, B y C”, eldiario.es, 24 de julio de 2021; https://www.eldiario.es/ultima-llamada/propuestas-energeticas-comision-europea-necesidad-decrecimiento-planes-b-c_132_8149096.html . Véase también Adrián Almazán y Jorge Riechmann, “¿Cómo caminamos hacia el plan C?”, el ecologista 110, primavera de 2022; https://www.ecologistasenaccion.org/188990/como-caminamos-hacia-el-plan-c/
[7] El 30 de junio de 2022 el Tribunal Supremo de EEUU dictó una sentencia que limita el poder de la EPA (Agencia de Protección Medioambiental) para poner límites a las emisiones de GEI (Gases de Efecto Invernadero), socavando así la lucha contra la crisis climática.
[8] Véase su argumentación unas semanas antes en Peter Kalmus, “Why is Biden boasting about drilling for oil? Our planet demands we stop now”, The Guardian, 31 de marzo de 2022; https://www.theguardian.com/commentisfree/2022/mar/31/why-is-biden-boasting-about-drilling-for-oil-our-planet-demands-we-stop-now
[9] I. Fariza y E.G. Sevillano: “El corte de gas ruso aboca a Europa al carbón”, El País, 26 de junio de 2022.
[10] https://twitter.com/ClimateHuman/status/1543019663222747136
[11] Sachs, “Algo falla en el sistema de EEUU. Y en la naturaleza humana” (entrevista), El País, 22 de junio de 2022.
[12] https://twitter.com/ClimateHuman/status/1511082805849034752
[13] https://www.vanguardia.com/mundo/tension-creciente-por-votacion-del-brexit-ACVL454730
[14] https://twitter.com/gustavoduch/status/1472947125319344132
[15] Con datos del World Inequality Report 2022: https://wir2022.wid.world/ ; https://wir2022.wid.world/www-site/uploads/2022/01/WIR_2022_FullReport.pdf , p. 118. Lo que puntualiza el informe para España (p. 222) es: en España, las emisiones promedio de carbono son hoy de 8 tCO2e per cápita. Esto se encuentra entre las tasas de los países vecinos Portugal (6t) y Francia (9t). Mientras que el 50% inferior emite 4’6 t, el 10% superior emite cinco veces más (21t). Entre 1990 y 2006, con un crecimiento estable del que se beneficiaron también los grupos de población más pobres, las emisiones de carbono en España pasaron del 8’9 a 12’3 tCO2e per cápita. Y en ese período las emisiones para el 50% más pobre de la población aumentaron en más de dos toneladas, hasta 7’5. Después de la crisis financiera, en un contexto de depresión económica, las emisiones de carbono disminuyeron.