En una conferencia impartida en en la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad de Valladolid, hace casi dos decenios (en la primavera de1996), Paco Fernández Buey evocaba las tres funciones clásicas o tradicionales de la universidad que había distinguido Ortega y Gasset en Misión de la Universidad: formar culturalmente, formar científicamente (o más bien científica y técnicamente) y formar para el mandar (o para la creación de la hegemonía, dicho en lenguaje más de Gramsci y menos de Ortega y Gasset). Y señalaba el filósofo palentino:
“De esas funciones casi tradicionales de la universidad hay dos de ellas de las que cada vez se habla menos: casi la reflexión acerca de la universidad hoy ha quedado sustancialmente reducida a la formación tecnocientífica, técnica y científica. Y se habla muy poco de la formación cultural, de la formación de la cultura, y de la formación de la hegemonía, hasta el punto de que la pregunta por la relación entre universidad y sociedad se ha ido reduciendo en los últimos tiempos cada vez más a la unilateralidad de la relación universidad-empresa, y universidad y mercado.”
Las cosas se han puesto peor desde entonces, a medida que se afianzaba el neoliberalismo como proyecto de dominación total (incluyendo la reconstrucción antropológica de la gente: “La economía es el método; el objetivo es cambiar el alma”, como confesaba Margaret Thatcher en el Sunday Times el 7 de mayo de 1988). Hoy las tres funciones clásicas de la universidad tienden a colapsar en una sola: aumentar el capital de los individuos-empresa (su capital intelectual, cultural y relacional) de manera que puedan desempeñarse más competitivamente en los mercados que serán su entorno (se supone que único) en los decenios venideros. La propia universidad se halla desde hace más de un cuarto de siglo en transición hacia el modelo neoliberal de universidad-empresa: un proceso que se realiza más rápidamente en unos países que en otros, con avances y retrocesos, pero que en muchos lugares del mundo –y en particular en España— parece avanzar con muy poco cuestionamiento. “Nunca he visto una universidad más acrítica que la que existe en este momento [1996]”, decía en su conferencia vallisoletana el autor de La gran perturbación, el profesor y amigo que nos dejó demasiado pronto, en el verano de 2012. Ay, si estuviera con nosotros en 2014, con una universidad mucho más acrítica aún que la de los años noventa… No deja de demostrarse que todo lo humano es susceptible de empeoramiento.