Más alto, más alto… Pero la aldeana o el hombre de campo saben que, cuanto más alto, más frágiles son las ramas del árbol y mayor el riesgo de un fatal batacazo. En cambio, cuando un jerarca asume el mando y logra consolidarse en el poder se pone a construir pirámides, y ahí su deliquio reza: más alto, más alto, más alto… (Hay un arco que se extiende desde los ziggurats babilónicos a los rascacielos de Toronto, pasando por el aeropuerto del cacique Fabra en Castellón de la Plana, y los mecanismos de la estafa piramidal capitalista no son ajenos a ese arco, aunque parezcan situarse en un espacio conceptual distinto.[1]) Nuestra tragedia: se nos ha olvidado cómo trepar a los árboles, y hemos consentido –durante demasiado tiempo: unos cuantos milenios ya— en la construcción de pirámides.
[1] Reflexioné al respecto en “De las tramas piramidales ¿a la complejidad autolimitada?”, capítulo 5 de El socialismo puede llegar sólo en bicicleta (Los Libros de la Catarata, Madrid 2012).