«sólo una rueda en el engranaje»

La economía financiera, cada vez más desvinculada de la productiva, ha engordado elefantiásicamente hasta sobreponerse tanto a esa “economía real” como a las instituciones democráticas. Constituye un factor causal determinante de la crisis ecológica, al crear cantidades ingentes de “dinero financiero” en forma de una deuda que nunca podrá ser reembolsada por la producción real, pero que impulsa al crecimiento enloquecido de ésta última. Susan George –en Sus crisis, nuestras soluciones— emplea el esquema de una serie de esferas concéntricas ordenadas en una jerarquía de importancia decreciente (en el mundo actual, las finanzas dominan a la economía productiva, ésta a la sociedad, y ésta última se impone sobre la naturaleza) para mostrar cómo vivimos en un mundo al revés: pues la ingente tarea a la que nos enfrentamos “consiste en invertir el orden de estas esferas para que sea exactamente el contrario del actual”[1].

Como señala Paolo Cacciari, las decisiones sobre qué producir y cómo hacerlo dependen cada vez menos “de la voluntad de los que detentan la propiedad, cada vez más anónima e impersonal, ni tampoco de quienes la gestionan, un ámbito cada vez más profesionalizado, mercenario e indiferente a la posible utilidad social del trabajo propio ni de los demás, sino que depende de los ‘mecanismos del mercado’. Quien manda es la lógica del sistema, los automatismos financieros. (…) Se trabaja para obtener los beneficios más altos en el tiempo más corto posible. (…) En última instancia es absolutamente indiferente el qué, el cómo y el dónde producir y a qué consumidor dirigirse, sino que lo importante es qué multiplicador financiero consigue meter en circulación la mayor cantidad de dinero. La producción material ha llegado a ser un apéndice casual, instrumental, un puro soporte físico para realizar transacciones financieras”[2].

Apenas cabe encontrar mejor ilustración de estas apreciaciones que la entrevista que el bróker francés Jérôme Kerviel –quizá el mayor especulador de la historia: apostó hasta 50.000 millones de euros a la evolución del mercado bursátil alemán– dio a la revista alemana Der Spiegel (y a El País) en noviembre de 2010. En Alemania –su campo de trabajo en la especulación financiera que practicaba, en beneficio del banco francés Société Générale— se ha publicado su libro autoexculpatorio Nur ein Rad im Getriebe (Finanzbuch Verlag 2010), y la entrevista insiste la evasión de responsabilidades que el libro enuncia ya desde su título mismo: yo sólo era una rueda en el engranaje, yo sólo cumplía con mi deber. “Obediencia debida” como profesional del mundo de las finanzas, en este caso. Cuando el entrevistador le indica que “nunca hasta ahora un empleado de banco había causado pérdidas tan cuantiosas con sus apuestas en el mercado bursátil”, Kerviel replica: “Yo no me he embolsado ni un céntimo; no me he enriquecido ni he defraudado lo más mínimo. Sólo pretendía ser un buen empleado, generando los mayores beneficios posibles para mi empresa. No era más que una pieza del engranaje y de repente me veo convertido en el principal culpable de la crisis financiera”. Ante la observación de que “Daniel Boston, el presidente del banco para el que trabajaba, dijo que usted era un terrorista porque había arriesgado 50.000 millones de euros con sus negocios especulativos. Eso es, más o menos, lo que vale todo el banco”, Kerviel insiste:

“Mi único objetivo era maximizar los beneficios de mi empresa. Entré en una espiral en la que, con apoyo de mis jefes, siempre se ascendía más y más. (…) Se tarda un segundo en invertir 150 millones de euros. Cuatro en invertir 1.000 millones. Es algo que sucede tan rápido en el ordenador que se pierde el sentido de las cantidades manejadas. El mercado internacional es tan grande que absorbe cualquier orden en cuestión de segundos. La rueda gira cada vez más deprisa, se ha vuelto loca”[3].

Leer estas declaraciones despierta –en cualquier lector/a con un mínimo de conciencia histórica— asociaciones siniestras. En efecto, el tenor de esta autoexculpación que apela a la “obediencia debida” es el mismo que hallamos en la defensa de los criminales nazis juzgados por las potencias aliadas tras el final de la segunda guerra mundial. Recordemos un paso de uno de los libros esenciales para la filosofía moral del siglo XX, Los hundidos y los salvados de Primo Levi:

“Las respuestas a estas dos preguntas [¿Por qué lo hacías? ¿Te dabas cuenta de que estabas cometiendo un delito?], o bien a otras similares, son muy semejantes entre sí, independientemente de la personalidad del interrogado, sea éste un profesional ambicioso e inteligente como Speer, un fanático glacial como Eichmann, funcionarios miopes como Stangl de Treblinka y Höss de Auschwitz o animales obstusos como Boger y Kaduk, inventores de torturas. Expresadas de distinta manera, y con mayor o menor soberbia de acuerdo con el nivel mental y cultural del hablante, todas vienen a decir esencialmente lo mismo: lo hice porque me lo mandaron; otros (mis superiores) han cometido actos peores que los míos; dada la educación que he recibido y el ambiente en que he vivido no podía hacer otra cosa; si no lo hubiera hecho yo, lo habría hecho otro en mi lugar, con más brutalidad.”[4]

El mundo moral del neoliberalismo/ neoconservadurismo es el de la “irresponsabilidad organizada” al que ya hace mucho se refería Ulrich Beck[5]: lucha (en forma de competencia mercantil) de todos contra todos, individualismo anómico, dominación del fuerte sobre el débil.


[1] Susan George, Sus crisis, nuestras soluciones, Icaria, Barcelona 2010, p. 8.

[2] Paolo Cacciari, Decrecimiento o barbarie, Icaria, Barcelona 2010, p. 41.

[3] El País, 21 de noviembre de 2010. Por cierto, para los nuevos Plutarcos: trazar las vidas paralelas de Lucio Urtubia –el albañil anarquista protagonista del documental Lucio, de Aitor Arregui— y de este Kerviel.

[4] Primo Levi, Los hundidos y los salvados, Muchnik, Barcelona 1989, p. 23.

[5] Gegengifte: die organisierte Unverantwortlichkeit, Suhrkamp, Frankfurt am Main 1988.