Entrevista en Público con el notable filósofo comunista francés Jacques Rancière[1]. Su reflexión sobre capitalismo y democracia es incisivamente lúcida[2]. Et pourtant… En cierto momento declara: “Se habla de crisis de la sociedad, de crisis de la democracia, etc. Es una forma de culpar de la situación actual a las víctimas. Ahora bien, esta situación no es el resultado de una enfermedad de la civilización, sino de la violencia con la que los amos del mundo dirigen hoy su ofensiva contra los pueblos…” Pero aquí se muestra, creo, esa ceguera ante los “nuevos” problemas civilizatorios de los comunistas (o socialdemócratas, o anarquistas) que son sólo comunistas (o socialdemócratas, o anarquistas). En el mismo diario español, el mismo día, se analizan las perspectivas de la industria automovilística mundial: se espera que en apenas diez años, en China, más de trescientos millones de personas accedan a la posibilidad de comprar automóviles, lo cual “salvará la industria del automóvil”[3] (y condenará el clima de nuestro planeta, podríamos añadir nosotros). Ahora bien, la avidez por poseer automóviles privados no es sólo una consecuencia de la violencia ejercida por los amos del mundo contra los pueblos. No es sólo el 1% contra el 99%: esto cuenta, sin duda se trata de un fenómeno determinante, pero aquella avidez por los autos (o los gadgets electrónicos) va más allá. Pone en juego dimensiones profundas (psicológicas y socioculturales) de lo que hay que llamar una crisis de civilización[4], como reconoció tempranamente, desde los años setenta, una parte de la tradición socialista-comunista que hoy, por desgracia, sigue siendo muy minoritaria. Me refiero a pensadores como Manuel Sacristán, y luego discípulos suyos como Paco Fernández Buey y Toni Doménech, que llevan tres decenios tratando de sentar las bases del ecosocialismo/ ecocomunismo en nuestro país.
[1] Se publica ahora en España una selección de sus textos bajo el título de Momentos políticos, editorial Clave Intelectual.
[2] “Cada día se hace más evidente que los estados nacionales sólo actúan como intermediarios para imponer a los pueblos las voluntades de un poder interestatal, a su vez estrechamente dependiente de los poderes financieros. Un poco en todas partes de Europa, los gobiernos, tanto de derechas como de izquierdas, aplican el mismo programa de destrucción sistemática de los servicios públicos y de todas las formas de solidaridad y protección social que garantizaban un mínimo de igualdad en el tejido social. (…) En Europa nos hemos acostumbrado a identificar democracia con el doble sistema de las instituciones representativas y las del libre mercado. Hoy este idilio es cosa del pasado: el libre mercado se muestra cada vez más como una fuerza de constricción que transforma las instituciones representativas en simples agentes de su voluntad y reduce la libertad de elección de los ciudadanos a las variantes de una misma lógica fundamental. En esta situación, o bien denunciamos la propia idea de democracia como una ilusión, o bien repensamos completamente lo que democracia, en el sentido fuerte del término, significa. La democracia no es, para empezar, una forma de Estado. Es, en primer lugar, la realidad de un poder del pueblo que no puede coincidir jamás con una forma de Estado. Siempre habrá tensión entre la democracia como ejercicio de un poder compartido de pensar y actuar, y el Estado, cuyo mismo principio es apropiarse de este poder. Evidentemente los estados justifican esta apropiación argumentando la complejidad de los problemas, la necesidad de pensar a largo plazo, etc. Pero a decir verdad, los políticos están mucho más sometidos al presente. Recuperar los valores de la democracia es, en primer lugar, reafirmar la existencia de una capacidad de juzgar y decidir, que es la de todos, frente a esa monopolización. Es reafirmar asimismo la necesidad de que esta capacidad se ejerza a través de instituciones propias, distintas de las del Estado. La primera virtud democrática es esta virtud de confianza en la capacidad de cualquiera.” Jacques Rancière, “Hablar de crisis de la sociedad es culpar a sus víctimas”, entrevista con Paula Corroto, Público, 15 de enero de 2011.
[3] David Brunat, “China salvará a la industria del automóvil”, Público, 15 de enero de 2011.
[4] Se ha publicado ahora un librito notable al respecto: Edgar Morin y Patrick Viveret, Cómo vivir en tiempos de crisis, Icaria, Barcelona 2011.