“Un confuciano subió a una montaña a visitar a un amigo taoísta que vivía en una cueva y mientras estaban conversando vieron abajo por el camino del valle a un caminante que pasaba aprisa, y por los andares inconfundibles que llevaba reconocieron al propio maestro del visitante, y el taoísta, entre admirado y confundido, comentó: Así que éste es aquel de quien decís que sabe que nada puede hacerse y sin embargo continúa.” (Rafael Sánchez Ferlosio, Campo de retamas, Random House, Barcelona 2015, p. 25).