Recogía yo hace años, en uno de los textos de Canciones allende lo humano (“Apuntes de pedagogía parda para sembrar preocupaciones y prejuicios”), unas declaraciones de Vartan Gregorian, director de la Biblioteca Pública de Nueva York en el orwelliano año de 1984: “Toda la información disponible en el mundo se dobla cada cinco años. ¡Se dobla! Pero ocurre el siguiente fenómeno: a medida que la información crece hay un decrecimiento en el uso de esa información. En 1975, estudios realizados en Japón decían que sólo el 10% de la información que se produce es utilizada; el 90% se desperdicia. Actualmente se utiliza sólo el 1% o el 2%”.[1]
Todo eso ha seguido extremándose desde entonces. Hoy, nos dice Javier Sampedro, “la biblioteca de Alejandría arde de nuevo”. ¿Todo el conocimiento impreso se deposita en internet? Nada de eso. “Hay millones de papers (artículos científicos revisados por pares) que están en riesgo de desaparecer. Toda esa producción de los investigadores mundiales flota ahora mismo en un limbo existencial, porque no están compilados en ninguna de las principales bases de datos digitales que utilizan los científicos y los profesores, y en las que se basarán los historiadores del futuro para entender nuestra época, una tarea nada fácil. De una muestra de siete millones de papers identificados por su DOI (digital object identifier, una especie de matrícula de las publicaciones académicas y oficiales), nada menos que dos millones están ausentes de los archivos que consulta todo el mundo. La producción de conocimiento, que alcanza una velocidad récord en nuestro tiempo, ha desbordado por completo el tesón de los archiveros, sean de carne o de silicio. En lo que va de siglo XXI han desaparecido 174 revistas profesionales de acceso libre. La Biblioteca de Alejandría se nos está quemando, y esta vez sin ayuda de César ni de Cleopatra…”[2]
El problema, hoy igual que ayer, es cómo se transforma esa masa monstruosa de información (desbocada, inabarcable, cancerosa) en conocimiento y consciencia. Toda esa información sin formación de seres humanos capaces de comprender lo que sucede y dar sentido a nuestras muy desorientadas vidas.
[1] Citadas en El País, 22 de noviembre de 1984. Y añadí entonces (hace veinte años, 2004) las líneas siguientes:
Este fenómeno no ha hecho sino acrecentarse a medida que se desarrollaba la llamada “sociedad de la información”. Así, en 1999 había 500 millones de páginas web; en 2002 se calculaban ya 6.000 millones. Se estima que el volumen de páginas web de que disponemos y, por lo tanto, el volumen de información accesible mediante un simple enchufe a internet, se dobla cada tres meses a un ritmo frenético. El ritmo de desarrollo del conocimiento científico es más difícil de medir, pero diversas estimaciones concluyen que el stock de ciencia válida se ha venido doblando aproximadamente cada 15 años, que es también el ritmo al que se doblan las revistas científicas especializadas y el branching (la ramificación) de especialidades científicas. Así, sin exageración puede decirse que ambos crecen en progresión geométrica, pero la información lo hace cada tres meses y el conocimiento científico cada 15 años. Los datos proceden de Emilio Lamo de Espinosa, “Información, ciencia y sabiduría”, El País, 22 de enero de 2004.
[2] Javier Sampedro, “La Biblioteca de Alejandría arde de nuevo”, El País, 30 de noviembre de 2024; https://elpais.com/opinion/2024-11-30/la-biblioteca-de-alejandria-arde-de-nuevo.html