«there is no right or wrong…»

En el retrete del Café Berlín de Gotemburgo leí la siguiente pintada: THERE IS NO RIGHT OR WRONG, JUST CONSEQUENCES OF YOUR ACTIONS.

Notemos que no es en absoluto un nivel filosófico bajo, para tratarse de un graffiti en tal lugar… Nos remite al “ama y haz lo que quieras” de Agustín de Hipona; al “más allá del bien y del mal” de Friedrich Nietzsche; a la propuesta de “ética sin códigos” que formuló Leszek Kolakowski… Y nos remite, por supuesto, a intuiciones fundamentales del budismo.

Buda y sus seguidores constatan lo que llaman anatta (en pali, anatman en sánscrito): la insustancialidad del yo (no-yo o “sinyó” serían términos quizá adecuados), la carencia de un yo firme y perdurable. Además, dukkha (el sufrimiento como realidad omnipresente en el mundo) y anicca (la inestabilidad o mutabilidad de todos los fenómenos) están relacionados entre sí: por intentar aferrarse al flujo fenoménico constante como si fuera algo consistente, el ser humano se ve arrastrado al remolino del sufrimiento.

Otra intuición básica se refiere a la íntima conexión de todo con todo. El budismo ha formulado esta realidad mediante la llamada cadena de causalidad (kamma o karma). Karma –explica Juan Masiá— “remite a la repercusión de todo en todo. Esta originación y dependencia mutua de todas las cosas interrelacionadas da lugar al mundo pasajero y efímero (samsara), en el que predomina el sufrimiento (dukkha).”

El budismo invita al ser humano a tomar conciencia de las condiciones del sufrimiento: ignorancia (avidiya) e ilusión (maya). Y ello con el objetivo de reducir, quizá incluso eliminar el sufrimiento. Alguien así esclarecido estaría de acuerdo con la pintada en el retrete del café sueco: oposiciones como la de “correcto/ incorrecto” se nos dan en un nivel superficial de la realidad, puramente fenoménico; pero el mundo de los fenómenos carece de cualquier consistencia. Para alguien más consciente y lúcido, lo que cuentan son las consecuencias de las propias acciones. Se trataría de juzgar menos –resistirnos a esa fuerte tendencia humana al juicio moral rápido e intuitivo, tendencia probablemente anclada en nuestra biología— y de comprender más. Unos versos del Dhammapada nos exhortan: “Comprende que tu cuerpo/ es apenas la espuma de una ola,/ la sombra de una sombra apenas./ Rompe las floridas flechas del deseo/ y escapa del reino de la muerte./ (…) La abeja liba néctar de las flores/ sin ajar su belleza o su perfume:/ así vive el maestro donde vive.”

Juzgar menos y comprender más. Una amiga me escribía: “Quizá sea ya el momento de alejarnos de propuestas normativas simplificadas y asumir la complejidad inherente al intento de tratar conectar nuestras preocupaciones con el mundo. (…) Frente a las propuestas normativas, una necesidad imperiosa: recuperar la complejidad de lo existente y reavivar nuestra imaginación para reconectar con el mundo.” Y también: “¿Quién eres tú para decirme lo que tengo que hacer? O dicho de otro modo, ¿por qué he de confiar en ti, qué es lo que legitima tu discurso? ¿Qué cambiaría en el mundo si alguien tan insignificante como yo asumiese ese esfuerzo? ¿No habría más bien que denunciar el error de asumir que hemos de esforzarnos por algo que nos resulta ajeno y que, en realidad, poco va a cambiar el orden de las cosas? Quizá –y digo quizá porque no tengo certezas– el único camino pase por la previa comprensión de una realidad compleja, con todas sus implicaciones. Comprensión para la que sin duda hay muchas resistencias, empezando por las que uno mismo, con las orejas cerradas al otro, alimenta todos los días, reafirmando posiciones de desencuentro… (Y de esto tú no puedes escaparte, por muchos periódicos o libros que leas.)”

Sí, la comprensión debe de ser lo primero. Mas ¿podemos decir adiós a la normatividad? Desde la superior comprensión de quien afirma THERE IS NO RIGHT OR WRONG, JUST CONSEQUENCES OF YOUR ACTIONS, ¿qué hacemos con las normas y las reglas?

Por atractivo que nos resulte muchas veces, no podemos pensar en un mundo humano sin normas. ¿Por qué? La respuesta breve dice: porque podemos hacernos –y de hecho nos hacemos– mucho daño unos a otros. Acordamos normas para contener la destructividad humana. “Ama y haz lo que quieras”: pero sólo en un mundo liberado, bajo el signo del amor, podríamos obviar normas y reglas. Si no vivimos en ese mundo, lo normativo ha de seguir con nosotros. El Dhammapada, otra vez: “Todos los seres tiemblan ante la violencia./ Todos temen la muerte, todos aman la vida./ Tú no mates ni seas causa de matanza./ Si te ves a ti mismo en los demás,/ ¿a quién puedes hacer daño?”

Y así, nos recuerda Gary Snyder, “el principal mandato ético [del budismo] se conoce como el Primer Precepto. Versa sobre el dañar y quitar la vida, ahimsa en sánscrito, glosado como no causar daño innecesario.” Sobre esta norma de no-violencia y no-dominación no sólo ha insistido el budismo, por supuesto, sino todas las grandes tradiciones ético-religiosas (aunque no todas han extendido el círculo de los seres protegidos del daño innecesario más allá de lo humano).

A estas alturas de la historia, una ética aceptable ha de ser autónoma, y una política aceptable ha de ser democrática. Eso implica que la respuesta a “quién eres tú para decirme lo que tengo que hacer” viene a sugerir: soy sólo alguien que recuerda lo que tú misma asumiste, o podrías asumir en tus mejores momentos. Y tú haces exactamente lo mismo conmigo.

Buda significa “el despierto”, “el iluminado”. Se nos ha transmitido que Siddartha Gotama alcanzó la iluminación a los 35 años; pero lejos de permanecer en ese nivel superior de realidad, regresó “al siglo” –como dirían nuestros abuelos— para tratar de ayudar a los demás y dedicó los 45 años siguientes a la predicación. De esa opción del fundador por reducir el sufrimiento de todos los seres vivos han derivado los budistas la figura fundamental del bodhisattva. Kenneth Rexroth:

“Un Bodhisattva es un ser que vuelve la espalda a la Gloria del Nirvana con la promesa de no ingresar en la paz eterna hasta que no lleve con él a todos los demás seres. El Bodhisattva emprende esta acción, afirma el budismo místico, de manera indiferente, puesto que sabe que no existe el ser ni la nada, ni la paz ni la ilusión, ni el redimido ni el salvador, ni la verdad ni el efecto.”

La oración del bodhisattva reza: que alcance la iluminación para el beneficio de todos los seres sintientes.