A medida que se ahonda la crisis terminal de nuestro mundo, la fórmula de saludo “¿todo bien?” ha ido desplazando otras que empleábamos antes: ¿cómo te encuentras? ¿Qué tal estás? ¿Cómo van las cosas? Con “¿todo bien?” estamos solicitando de manera implícita una afirmación optimista que hoy ninguna persona lúcida podría entregar de forma responsable. A mí, desde hace años, la formulita de marras me produce un gran rechazo. Sabemos que casi nada está bien y que las cosas van empeorando rápidamente, y al mismo tiempo intuimos que no podemos tirar la toalla, que no debemos ceder al nihilismo en ascenso, aunque sólo fuese por el nexo que nos vincula con nuestros muertos y con las generaciones más jóvenes.
(Jóvenes, estamos en 2025, y para los poderes de este mundo sois material humano para la explotación laboral, psiques cuya atención ha de ser capturada y carne de cañón para la guerra. ¿Despertaremos?)