tras la muerte de nelson mandela: melancolía

Murió Nelson Mandela, uno de los grandes políticos del siglo XX. En los tres días posteriores al óbito, la prensa se ha llenado de páginas y páginas que exaltaban los logros políticos y la incuestionable altura moral del dirigente sudafricano, que no es preciso volver a detallar aquí. Hay un notorio deseo de encontrar figuras estimulantes, y también Gandhi y Martin L. King han sido profusamente evocados estos días…

Y sin embargo, la muerte de Mandela, y las reacciones públicas ante la misma, producen una intensa melancolía: una melancolía no vinculada tanto con la pérdida del gran hombre como con la pérdida de horizonte político-moral. Nos hacen reparar una vez más en la profundidad del pozo donde estamos metidos: el pozo negro de este nuestro mundo distópico, caracterizado por la inversión de tantos valores; mundo que por una suerte de embrujo colectivo damos en considerar normal… Mandela, ¡he ahí un político que se preocupaba por el bien común, en lugar de consagrar sus energías a hacer progresar la mercantilización de todo y de todos! ¡Qué héroe milagroso! Pero, en una sociedad normal, Nelson Mandela no sería más que un ciudadano decente haciendo bien su trabajo: un buen abogado, un buen activista, un buen presidente… Ah, sí, en una sociedad normal: no en este aberrante, biocida y genocida distópico mundo nuestro.

La muerte de Mandela nos recuerda que a lo más que pudo llegar el siglo XX, y al precio de esfuerzos casi sobrehumanos, fue a resolver los problemas del siglo XVIII: la abolición de la esclavitud, la igualdad civil de los seres humanos, la construcción del Estado-nación… En fin, ¡los problemas de la Ilustración! ¡Ni siquiera pudimos ni podemos plantear los problemas del siglo XIX, como la superación del capitalismo, que está devastando la biosfera y aniquilando las posibilidades de vida humana decente en el planeta Tierra!