tratar al público como a niños de once años

Ah, madurar –la vieja intimación de la Ilustración europea: salir de la minoría de edad de la que nosotros, nosotras mismas somos a la postre responsables…[1]

 

Hay algo profundamente pueril en las fantasías de omnipotencia en las que nos regodeamos, colectivamente, los habitantes de las sociedades industrializadas.[2] La fantasía infantil de movilidad absoluta e instantánea (la alfombra o la escoba voladora, el deseo que instantáneamente nos transporta a otro lugar o tiempo) la persiguen el fabricante de automóviles y el planificador del transporte. La fantasía infantil de la inmortalidad, de la juventud perfecta, de la curación instantánea, la persiguen por igual el personal sanitario, la industria cosmética y los ingenieros genéticos. La fantasía infantil de la abundancia inagotable y eterna (Jauja, Cornucopia) está escrita en los estandartes de la sociedad de consumo.

 

Leí hace años en una entrevista con Chicho Ibáñez Serrador, el popular realizador televisivo, una cosa que me impresionó bastante. (Lo impresionante no era el contenido de su afirmación, sino el momento de sinceridad: se estaba diciendo lo que no debía decirse. Se hacía pública una de las verdades centrales de nuestra sociedad, verdad que –para que no se conmuevan los cimientos de la dominación– no puede admitirse que lo sea.) Ibáñez Serrador dijo que, en su trabajo –crear televisión–, él tenía que suponer que se dirigía a chavales de trece o catorce años de edad; tenía que tratar a todo su público como a niños y nunca como a adultos.

 

Desde entonces, la cosa ha ido a peor. Hoy, una de las reglas básicas en las campañas electorales convertidas en reality shows dice: no subestimar nunca la ignorancia del votante. “La mentira y la exageración han caracterizado las campañas de Donald Trump y Boris Johnson pero Trump ha llevado su menosprecio por el electorado más lejos, limitándose a utilizar lenguaje infantil en sus discursos, declaraciones y tuiteos. Su palabra favorita es yo, la cuarta que más utiliza es Trump, y entre las 13 más utilizadas están perdedor, perdedor total, idiotas, tontos y estúpidos. Un estudio detallado hecho por una universidad de Estados Unidos ha concluido que el vocabulario y la gramática de Trump corresponden a la forma habitual de hablar de niños de once años o menos…”[3]

 

Enorme es la presión para que no lleguemos nunca a ser adultos, o al menos nos comportemos como niños en los asuntos que nos atañen a todos. (Y con demasiada frecuencia nos plegamos fácilmente a esa presión, abdicamos de nuestra responsabilidad, esquivamos el comprometernos con nuestras propias vidas.) Asistimos a la destrucción del uso público de la razón. Paul Valéry afirmó en cierta ocasión que la política era el arte de mantener a la gente apartada de los asuntos que verdaderamente les concernían: tal es la definición de política que hoy se pone cotidianamente en práctica, a veces cínicamente, a veces ni eso.

 

“Es verdad que las gentes de hoy en día no creen en la posibilidad de una sociedad autogobernada y esto hace que una tal sociedad sea, hoy, imposible. No creen porque no quieren creer, y no lo quieren creer porque no lo creen. Pero si en alguna ocasión empiezan a quererlo, entonces lo creerán y podrán.”[4]

 

Quien dice: “los seres humanos son como son, y por ser así su naturaleza nunca se podrá construir con ellos un orden social distinto”, es el mismo que tiene en sus manos el poder (los resortes de socialización, los recursos económicos, los medios de formación de masas, etc) para hacer que los seres humanos sean “como son” –y no distintos.

 

Quien afirma que no hay alternativas es el mismo que tiene el poder para destruirlas. (Aquel dibujo de no sé qué humorista gráfico. Una voz desde lo alto sentencia: “No estáis preparados para la democracia”. El hombrecillo pregunta: “¿Cómo lo saben?” La voz: “Porque hemos consagrado a ello lo mejor de nuestros esfuerzos”.)

[1] Immanuel Kant, en su celebérrimo opúsculo Qué es la Ilustración, argumentaba: “La Ilustración es la salida del hombre de su autoculpable minoría de edad. La minoría de edad significa la incapacidad de servirse de su propio entendimiento sin la guía de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad cuando la causa de ella no reside en la carencia de entendimiento, sino en la falta de decisión y valor para servirse por sí mismo de él sin la guía de otro. Sapere aude! [¡Atrévete a saber!] ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento!, he aquí el lema de la Ilustración…”

[2] Recupero aquí un fragmento de mi texto inicial en Jorge Riechmann (coord.), Necesitar, desear, vivir, Catarata, Madrid 1998, p. 35-36.

[3] John Carlin, “El salto a la modernidad”, El País, 23 de mayo de 2016; http://internacional.elpais.com/internacional/2016/05/22/actualidad/1463923563_855703.html

[4]  Cornelius Castoriadis: “Una sociedad a la deriva” (entrevista). Archipiélago 17, Madrid 1994, p. 109.