Hace veinte años, el 8 de abril de 2004, un francotirador español en Irak mató a un miliciano chií. ¿Qué significa matar a un ser humano? La prensa cuenta que el cadáver del iraquí quedó tendido frente a Manuel (nombre ficticio), quien tuvo que observar durante 24 horas el cuerpo sin vida de su víctima. La imagen quedó grabada a fuego en su memoria. Al día siguiente, “el mando empezó a cuestionarse abiertamente la decisión tomada [de disparar al supuesto espía], creándole una culpabilidad que lleva arrastrando desde entonces”, según su abogado (en el proceso que ahora ha estado tratando la Audiencia Nacional). “Como consecuencia de ello, vive en un estado de inseguridad, ansiedad y estrés permanente”, que le llevó a “intentar quitarse la vida”. A su regreso a España, “tenía pesadillas” y “no podía hablar con sus amigos de lo acaecido”.[1] Esto, para la medicina, es trastorno ansioso depresivo y estrés postraumático crónico; para una conciencia moral no demasiado embrutecida es la reacción de un ser humano que, en medio de la crueldad de la guerra, hace honor a su humanidad y a la humanidad del enemigo. Un asesinato es un asesinato, no un lance de videojuego…
[1] Miguel Martínez, “El largo trauma del boina verde”, El País, 30 de septiembre de 2024. ¿Cómo no evocar aquí a Günther Anders y su diálogo con Claude Eatherly? (Anders, Hiroshima ist überall, Beck Verlag, Múnich 1982.)