Uno de esos encuentros irrepetibles que duran sólo un instante: al cruzar la calle, dos ancianos. Él empujando la silla de ruedas de ella, riendo con boca desdentada; también ella con expresión de júbilo bajo el sol matinal.
Qué sensación de gozo y plenitud en ambos rostros, a pesar de los estragos de la edad.
Apenas un par de segundos, y ya estamos en las aceras opuestas, y el flujo de automóviles nos separa para siempre. Pero me han hecho ver –otra vez— que la vida es un regalo. Debemos transmitirla y –como decía el activista y artista chino Ai Weiwei en una entrevista que leí esta mañana— “luchar por su dignidad”.