un durete pa un filete

Hace veinte años, a mediados de los noventa, me crucé en un vagón del metro de Madrid con un mendigo joven –barbudo y mochilero- que, pidiendo la voluntad, entregaba al personal papelitos amarillos donde se leía: POR FAVOR, NECESITO SU AYUDA… UN DURETE PA UN FILETE. (Tengo uno de ellos pegado en uno de mis cuadernos de trabajo, el 10 de octubre de 1996.) Lo interesante es que, para que la gente cogiese el papelito y lo leyera, aquel hombre advertía continuamente: “¡no es una poesía!” Terminado el reparto se situó en el centro del vagón, advirtió a modo de captatio benevolentiae que “¡no soy poeta!”, y se lanzó a una sentida perorata para informarnos de su calamitosa situación e intentar que aflojarámos la bolsa. (Cualquier cosa antes que ser poeta, condición que como se sabe arrastra a los peores desórdenes, cuando no crímenes que constituyen la peor de las tarjetas de visita para un mendigo que desea suscitar compasión…)

 

Ayer tarde, en una reunión política, un compañero que quería advertirnos frente a la pérdida de tiempo en asuntos carentes de importancia práctica repitió varias veces, enfáticamente: “y todo lo demás para mí es poesía”.

 

Ay, amigos, amigas: ¿de verdad podemos pensar que caracterizar a la poesía como un lujo inútil nos sitúa del lado del principio de realidad?