Impresiona recorrer la cuenca del Henares, desde Madrid a Guadalajara, con el autobús 221. Kilómetros y kilómetros de polígonos industriales, grandes centros comerciales e interminables urbanizaciones de chalés adosados. De vez en cuando una modesta ermita o alguna vieja casa de ladrillo rojo, como rehenes apresados dentro de la marea de cemento. Y uno se pregunta: ¿cómo se ha podido identificar el vacío cultural, el desierto moral, el tanático triunfo de la mercancía que evidencian estos parajes con un modelo de vida deseable? ¿En qué se ha convertido mi país en aquellos años de “prosperidad” y “desarrollo” que hoy siguen añorando muchas de las actuales víctimas de la crisis?