¿Por qué nos conviene buscar una buena simbiosis con la naturaleza, en vez de proseguir los autodestructivos empeños de dominación que hoy prevalecen? Sólo una indicación, pero que lleva lejos: una consecuencia interesante de la coevolución —durante muchos millones de años— de los seres vivos y sus agentes infecciosos es que, en el caso de los humanos, cambios como la lactancia artificial, el exceso de cesáreas en los partos o los excesivos niveles de higiene resultan contraproducentes: impiden el contacto con los agentes infecciosos durante la niñez, que resulta fundamental para que madure bien el sistema inmunitario y el infante desarrolle sus propios anticuerpos (los transmitidos por la madre caducan a los dos o tres años).
En los países que llamamos “desarrollados” los estudios epidemiológicos muestran que está aumentando muy rápidamente la incidencia de un grupo de enfermedades que tienen que ver con desarreglos del sistema inmunitario —alergias, asma, artritis reumatoide, esclerosis múltiple…—, que antes eran marginales pero ahora afectan hasta a una tercera parte de los integrantes de las jóvenes generaciones. Por ejemplo, en un estudio publicado en la revista Diabetología se observa que los casos de diabetes de tipo uno (que se suele diagnosticar en la infancia o la adolescencia, y que viene provocada por una respuesta del propio sistema inmunitario que destruye las células beta del páncreas y le impide producir insulina) están aumentando un 3’4% al año de media en Europa.[1]
Entre las conjeturas causales, “se ha planteado que el incremento de los nacimientos por cesárea, que priva a los recién nacidos del baño en la flora vaginal de la madre y su fuente de bacterias beneficiosas, puede estar detrás de unos sistemas inmunológicos deficientes con más probabilidades de provocar enfermedades autoinmunes como la diabetes de tipo uno. Algo similar pasaría con la reducción del tiempo de lactancia materna, que también sirve para entrenar a las defensas del bebé…”[2] En efecto, para explicar estos trastornos, cada vez más investigadores e investigadoras se apuntan a la teoría de la higiene: hemos creado ambientes demasiado asépticos, eliminando demasiados gérmenes y microbios de esos que está encargado de controlar nuestro sistema inmunitario, después de millones de años de coevolución: con el resultado de que éste se trastorna, llegando incluso a reaccionar contra elementos del propio cuerpo humano (reacciones autoinmunes). Así, y contraintuitivamente, demasiada higiene daña gravemente la salud.[3]
Daniel Mediavilla señala que, para un número creciente de investigadores e investigadoras, el intestino humano es el lugar donde se pueden empezar a desvelar algunos de los secretos del aumento de enfermedades como la diabetes. Allí, el microbioma (un ecosistema interno de billones de microorganismos) interactúa con nuestro cuerpo, le ayuda a digerir la comida y regula el funcionamiento del sistema inmune. Se ha observado que la vida occidental ha reducido la diversidad de las bacterias que habitan nuestro interior, que es muy inferior a la de grupos humanos con estilos de vida ancestrales.[4]
En fin: no es por ningún ataque de romanticismo anti-industrial por lo que reclamamos una cultura de simbiosis con la naturaleza. Nos va la vida en ello.
[1] C.C. Patterson y otros, “Trends and cyclical variation in the incidence of childhood type 1 diabetes in 26 European centres in the 25 year period 1989-2013: a multicentre prospective registration study”, Diabetologia, 28 de noviembre de 2018; https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed/30483858
[2] Daniel Mediavilla, “La diabetes tipo 1 crece un 3,4% al año en Europa y nadie sabe por qué”, El País, 6 de diciembre de 2018; https://elpais.com/elpais/2018/12/04/ciencia/1543948443_333724.html
[3] Véase Emilio de Benito: “La excesiva higiene aumenta la exposición a procesos inflamatorios”, El País, 23 de marzo de 2012; https://elpais.com/sociedad/2012/03/22/actualidad/1332426257_511474.html . El autor resume los resultados de una investigación dirigida por Torsten Olszak, de la Universidad de Harvard, publicada en Science. Esto es contraintuitivo, claro, sólo para quienes están presos de una visión lineal de las cosas, y no han caído en la cuenta de cómo el progreso llega a trabajar contra sí mismo y convertirse en retroprogreso. En el capítulo final de Un mundo vulnerable acumulé bastante evidencia en este sentido, que tiende a validar lo que podemos llamar hipótesis de umbral: el crecimiento económico, por ejemplo, puede una buena cosa en sus primeros estadios, pero superado cierto umbral se torna contraproducente (los efectos negativos prevalecen sobre los positivos) (véase Jorge Riechmann: “Regresos del progreso, sinrazones de la razón (sobre modernidad, progreso, crisis de civilización y sustentabilidad)”, capítulo XII de Un mundo vulnerable –Ensayos sobre ecología, ética y tecnociencia, Los Libros de la Catarata, Madrid 2000). Esta teoría de la higiene, que relaciona la escasez de bacterias con los desarreglos del sistema inmunitario, es otro excelente ejemplo de hipótesis de umbral, que debería ayudarnos a seguir pensando sobre “progreso”, retroprogreso y la necesidad de redefinir un auténtico progreso.
[4] Daniel Mediavilla, “La diabetes tipo 1…”, op. cit.