(…) – Tu nuevo libro se desarrolla en torno a una situación de ficción. ¿Cómo se desarrolla?
– Como los lectores ya sabrán, El Informe Lugano II es una ficción. Parto de una comisión –»los solicitantes»− que pide a un grupo de expertos inventados −muy en sintonía con los objetivos de la comisión− cómo asegurar el mantenimiento del capitalismo porque atraviesan una crisis de grandes proporciones y quieren saber qué hacer, de modo que piden asesoramiento a un grupo de trabajo que debe responder a esta pregunta. La conclusión del informe es que se debe acabar con la democracia, que es un «fastidioso sistema político, especialmente desagradable para unos pocos, porque se opone a la minoría, cuyo único objetivo es aumentar sus beneficios y cuotas de poder». El libro está lleno de ironía, e incluso algunas personas me han dicho que les resulta divertido, no sé, pero seguro que sí es muy irónico. En sus conversaciones, el grupo de trabajo dice: «Las buenas noticias son que tenemos más derivados financieros que nunca, más gente rica con unas fortunas interconectadas mayores que nunca, no tenemos cortapisas sobre los bancos, ningún banquero ha ido a la cárcel, hemos tenido las subprimes, pero no ha pasado nada, la legislación existente no es gran cosa, no les ha pasado nada a los defraudadores de impuestos que han proliferado, y todo ello es muy bueno para nosotros, muy positivo». Y añaden, «Pero ideológicamente la gente empieza a entender ciertos temas y ahora tenemos que atender a la democracia, a los derechos humanos… de modo que nuestra principal lucha no va a ser conseguir más dinero, porque eso sabemos bien cómo hacerlo; nuestra principal lucha va a ser hacer creer a la gente que esto es un proceso normal y necesario». Sin embargo, ese objetivo no lo pueden lograr si se mantiene lo que llamo el modelo ilustrado, un modelo crítico que afirma que los derechos humanos son necesarios, que la gente debe tener un sistema de servicios sociales y que no debemos dejar a la gente a su suerte ni privatizar todo porque el Estado es necesario, como lo es que garantice servicios sociales. En último término, el modelo ilustrado está en abierta oposición con el modelo neoliberal, lo que llamo el modelo neoliberal-ilegal. Buena parte de la segunda mitad del libro trata de cómo llevan adelante sus objetivos, como ellos dicen ellos, «cómo controlamos a la gente y evitamos que tengan reacciones pro-democracia y de solidaridad. No, tienen que estar aislados, luchando unos contra otros, compitiendo entre sí, no cooperando y en oposición a todos sus vecinos».
– Es la revolución de los ricos, como muchos interpretan los recortes que están aplicando en el sur de Europa. ¿Y cuál es el balance hasta ahora?
– Sí, es la revolución de los ricos, y el resultado es que la están ganando. Son una clase social; antes era un fenómeno de dimensión nacional, pero la novedad ahora es que han adquirido una dimensión internacional, y son nómadas. Y están ganando porque en los últimos 40-50 años se han dedicado a promover su ideología para convertirla en algo de sentido común en todo el mundo, y lo han conseguido. En contraste, las corrientes progresistas no se han tomado sus ideas suficientemente en serio; piensan que sus ideas son lo bastante buenas como para no necesitar ser defendidas. Por su parte, los integrantes de la clase de Davos son una especie de gramscianos de derechas en el sentido de que persiguen la hegemonía cultural: tomar la Universidad, los medios de comunicación, las iglesias, la economía… dominar de arriba a abajo, hasta conseguir que esas ideas −del tipo de “el mercado es el que mejor sabe”, o “lo privado siempre es mejor que lo público”− sean lo normal. Por supuesto, no están interesados en una vida digna para todos ni en redistribuir la riqueza. (…)