[Josep Ramoneda piensa que nos amenaza] «un totalitarismo sin necesidad de campos de concentración, digamos, simplemente votar cada cuatro años y lo demás cada cual por su lado, con escasa vida política y con la mínima participación posible. Era un poco el fruto de muchos años de insistir con la idea de que la sociedad no existe, que sólo existen los individuos y generar esta especie de dinámica de la lucha de todos contra todos por la supervivencia, a la competitividad como horizonte ideológico de nuestro tiempo. Entonces, llegamos a una situación de crisis. En esta crisis a mí me parece muy importante recordar siempre algo fundamental, se ha vendido como una crisis económica, que lo es, no hay ninguna duda, pero la insistencia en venderla como sólo una crisis económica tiene objetivos ideológicos como por ejemplo plantear las respuestas, las soluciones, como cuestiones estrictamente de técnica económica. En realidad, esta crisis es mucho más que una crisis económica, es una crisis política, es una crisis cultural, es una crisis moral, es una crisis antropológica, fruto de los cambios tecnológicos de gran envergadura que ha habido, y esto es una de las cosas que aquí yo quiero expresar. Esta crisis culmina lo que para mí es el desastre moral de los últimos treinta años que es el nihilismo y la creencia de que todo está permitido y que, por tanto, la negación de la responsabilidad, el crecimiento no tiene límites, los beneficios empresariales pueden ser de dos dígitos sin ningún problema y sin ningún miedo de que esto reviente nunca, las empresas exigen la desregulación absoluta de todo poder, expandirse sin límites, etc. Y esta cultura nihilista es la culminación de este proceso de hegemonía conservadora y el que conduce a la crisis. Ya decía Claudio Magis en el año 95, que lo vio con mucha antelación, lo vio muy bien, que el siglo XXI se jugaría entre el triunfo del nihilismo o la recuperación del sentido de la responsabilidad de las cosas y así ha sido. (…) Las respuestas de política económica a la crisis están consistiendo en la transferencia de dinero de todos al poder financiero de una manera sistemática y total y además sin exigir responsabilidades a los responsables de los desastres del poder financiero que nos han llevado hasta aquí. Por tanto, es una ruptura de los principios de equidad básicos de una sociedad realmente extraordinaria, de una ruptura que se hace con la impunidad que viene del hecho de que la ciudadanía está muy asustada y el miedo genera angustia. Una cosa que a mí me resulta característica de esta crisis es que los gobernantes siempre tienden a negar, a disimular, que las cosas van mal. Esta crisis no, desde el primer momento han practicado la estrategia de choque: ‘vamos muy mal, es un desastre, nos tendremos que sacrificar todos’, que es una manera de garantizarse la política del pánico, la política del miedo y como que han pillado a la sociedad muy desorientada, muy desorganizada y la política del miedo ha cuajado. (…) El gran engaño de esta crisis es que se ha presentado como una crisis de la deuda, pero la deuda en este país, la deuda pública era irrelevante al lado de la deuda privada y se ha conseguido sumar las dos y presentarlas como deuda soberana obligando al Estado a hacerse cargo de la deuda privada, lo que se ha hecho es una socialización del desastre, de las pérdidas.»