una entrevista que realiza raüll valls de ‘alba sud’

Jorge Riechmann: “Cada vez se hace más difícil mantener la ficción que sin un cambio de sistema se pueda hacer frente a la crisis ecosocial”

RAÜL VALLS | ALBA SUD

Hablamos con Jorge Riechmann, filósofo, politólogo, poeta, traductor y activista ecologista, sobre su sugerente propuesta de un “ecosocialismo descalzo” como forma de abordar el desafío decrecentista. 

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Crédito Fotografía: Jorge Riechmann.

Jorge Riechmann (Madrid, 1962) es filósofo, politólogo, poeta y traductor. Con una larga trayectoria en el activismo social, es miembro de Ecologistas en Acción y autor de una prolífica obra ensayística donde principalmente ha reflexionado sobre ética ecológica. Ha desarrollado la sugerente propuesta de un “ecosocialismo descalzo” como forma de abordar el desafío decrecentista. Escribe el blog, Tratar de comprender, tratar de ayudar, donde se pueden seguir las noticias de su prolífica producción y propuestas.

Para empezar, amigo Jorge, desde Alba Sud queremos manifestar nuestro total solidaridad ante la causa judicial a la que se os está sometiendo a los quince activistas de Rebelión Científica por la acción reivindicativa realizada el 6 de abril de 2022. ¿Como está vuestra situación legal? Y, por otra parte, ¿cómo ves la oleada represiva que ha colocado en el punto de mira legal a movimientos ecologistas como los Soulèvemens de la Terre en Francia o el uso indiscriminado del término ecoterrorismo para calificar cualquier acción de protesta ante el deterioro ambiental?

En la primavera de 2022, durante una semana larga de movilizaciones impulsadas a nivel internacional por Rebelión Científica, grupo que nació de Extinction Rebellion, se organizaron diversas acciones reivindicativas. También en Madrid, donde participamos unas setenta personas vinculadas a varios colectivos, como Ecologistas en Acción (donde yo tengo mi militancia principal). La protesta, el 6 de abril de 2022, consistió en acercarnos sin ser descubiertos al Congreso de los Diputados y verter un líquido biodegradable de color rojizo, que se limpia fácilmente, en las escaleras del Congreso. La policía nos retiró al poco tiempo y se produjeron identificaciones que luego derivaron en la detención de 15 personas. En un principio la cosa parecía grave ya que se nos acusó haber detenido las actividades parlamentarias, lo cual apuntaba a una posible causa “antiterrorista” y que el caso hubiera acabado en la Audiencia Nacional. Finalmente no fue así. Fueron decayendo las acusaciones iniciales, como la de detener la actividad del Congreso o la resistencia a la autoridad y ha quedado quedo solo en firme la de daños al patrimonio histórico por la que la Fiscalía de Madrid pide 21 meses de cárcel.

Por otro lado, también estoy pendiente de otro juicio por la acción climática del 7-O de 2019, cuando unos trescientos activistas bloqueamos con éxito durante un par de horas el puente sobre la Castellana, junto a Nuevos Ministerios. Se nos acusa de resistencia a la autoridad (art. 550 del Código Penal), castigada con penas de prisión de uno a cuatro años y multa de tres a seis meses. Toda nuestra ‘resistencia’ consistió en tratar de que no nos lesionaran al retirarnos del puente ocupado (algunos compañeros y compañeras sí que fueron dañadas, incluso con algún hueso roto).

Esta clase de acciones defienden bienes comunes globales: nuestra atmósfera, la estabilidad climática, un planeta habitable (para seres como nosotros). Ciertamente, estamos asistiendo a un incremento de la represión contra las protestas ecologistas. Creo que esto se debe a que cada vez se hace más difícil mantener la ficción que sin cambios sistémicos se puede hacer frente a la crisis ecosocial (y a la tragedia climática en particular), ficción sostenida por las ideas de “desarrollo sostenible” y “capitalismo verde”. Una parte cada vez más importante de los investigadores e investigadoras se hacen conscientes de la magnitud del problema y de la necesidad de este cambio sistémico. Ante esto vemos una defensa cerrada del statu quo, con una serie de fenómenos conectados como la militarización de las relaciones internacionales y las escaladas bélicas que estamos viviendo.

En los últimos tres años hemos vivido un fuerte y agrio debate en el movimiento ecologista entre aquellos a los que algunos han denominado peyorativamente “colapsistas” y otros sectores más vinculados a la posibilidad de un “Green New Deal”. ¿Cómo valoras esta confrontación?¿Qué aspectos negativos y positivos, si los hay, le encuentras?

Ha sido una controversia con elementos de confusión y en su saldo general bastante negativa. Ha conducido a rupturas personales que han perjudicado a los colectivos implicados en el debate. Negativa, creo, porque estos compañeros y compañeras que han acuñado el término “colapsismo” lo han utilizado como un arma arrojadiza, como algo intrínsecamente negativo de lo que el movimiento ecologista debería desprenderse. Esto culmina ahora en propaganda institucional del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, el MITECO, según la cual el colapsismo es una posición de inacción climática para la cual “ya no hay nada que hacer contra el cambio climático, todos los esfuerzos son inútiles” (tuit del 7 de diciembre de 2023).

Por otro lado estos, llamémosles, “intercambios” más que debate, se han desarrollado frecuentemente en las llamadas redes sociales, muy inadecuados para una discusión sensata, y han contenido demasiada descalificación personal. Yo he debatido sobre todo con Emilio Santiago Muíño. Creo que este grupo, cercano a la revista Corriente cálida, ha desarrollado posiciones un poco tramposas. Juegan con dos conceptos de colapsismo que han caracterizado a su conveniencia para descalificar a aquellos que consideramos como real la posibilidad que estemos ya en un escenario de colapso ecológico y social. Sobre esta cuestión se puede debatir y profundizar con sentido, si tenemos en cuenta y analizamos las tendencias destructivas se están dando y las consecuencias que pueden tener sobre la sociedad humana y el funcionamiento de los ecosistemas. Es un debate legítimo y que hay que abordar, pero que a mi entender han utilizado de una forma muy reduccionista. Han interpretado “colapso” como mero colapso de las estructuras estatales. Ante eso argumentan que los principales estados capitalistas son hoy todavía muy fuertes y que no podemos esperar su hundimiento próximo. Esta visión es reductiva y no nos lleva muy lejos, ya que no se trata solo de pensar que esas tendencias destructivas afecten a estructuras estatales, como las judiciales o militares, de la Unión Europea y los EE.UU., sino que impactan en todas las esferas de la sociedad.

Pero en segundo lugar usan una noción de colapsismo como el cajón de sastre de todos los errores que algunos ecologistas han podido cometer en algún u otro momento. Lo que hacen es construir un tipo ideal de ese colapsista imaginario, que une todos esos errores y algunos clichés al uso, para luego criticarlo. Y eso lo veo tramposo, ya que nadie de los acusados encaja en ese tipo ideal que pretenden. Les reconozco la legítima intención de evitar el pesimismo y la desmovilización, también la electoral, y mantener la esperanza en que podemos hacer algo por cambiar el rumbo de los acontecimientos. Yo no le quito importancia al factor pesimismo/ optimismo, pero no podemos condicionar nuestros análisis al deseo de evitar el ecopesimismo. Hay que explicar con veracidad la realidad a la que nos enfrentamos. Estos días hemos escuchado al secretario general de NN.UU., Antonio Guterres, decir textualmente que “estamos asistiendo a un colapso climático en tiempo real”, recogiendo las advertencias de la mejor ciencia de que disponemos. Y si vamos a las conclusiones del IPBES podemos decir también que estamos asistiendo a un colapso de la biodiversidad en tiempo real. Esto choca frontalmente con el lamentable título del último libro de Emilio Santiago Muíño, Conntra el mito del colapso ecológico. Lo cierto es que estamos asistiendo a ese colapso ecológico en tiempo real.

Foto: Marta Beltrán. 

Ciertamente, las lógicas optimismo/ pesimismo juegan un papel importante en el día a día de los movimientos sociales ecologistas. Debemos hacer equilibrios entre unos datos que nos dibujan un panorama catastrófico y la necesidad de mantener una moral de lucha alta que evite el desánimo y el abandono. ¿Cómo lo abordamos?

Hemos de evitar el desánimo y mantener la tensión de lucha, pero eso no debe ser motivo para el autoengaño. Una de mis diferencias con Emilio es que yo creo que el movimiento ecologista ha sufrido una derrota histórica: hemos luchado durante medio siglo precisamente para no llegar al punto donde estamos ahora. Él lo ve distinto: considera que vamos ganando, ¡pero que no nos hemos dado cuenta! No veo esa tendencia a la victoria, más allá del loable deseo de mantener la moral alta y no abandonar la lucha. Pero no creo que seguir manteniendo la esperanza sea contradictorio con admitir que aquellos objetivos que nos propusimos no se han cumplido y que tendemos hacia el colapso ecosocial. Yo hablo de esperanza contrafáctica.

Las cuestiones relacionadas con la crisis ecológica y energética están más presentes que nunca en los medios de comunicación, por lo menos en las sociedades occidentales. Pero la mayor parte de la población parece que no relaciona la crisis planetaria en marcha con los profundos cambios en los estilos de vida que deberían llevarse a cabo urgentemente ¿Cómo valoras esta desconexión?

Detrás está la cuestión del cambio sistémico, de superar el capitalismo, lo que para muchos parece inconcebible. También nos daña la idea que la tecnología nos sacará siempre las castañas del fuego. Y parecemos incapaces de desarrollar una mínima racionalidad colectiva que nos permita conectar esas causas, sistémicas, con las consecuencias ecológicas que nos muestran a diario desde la ciencia. En este aspecto creo que no hemos avanzado, sino más bien retrocedido. Pensemos en dos fenómenos recientes muy llamativos que nos permitirían establecer esta conexión: el aceite de oliva y el agua en Barcelona. Han bastado dos años de caída a la mitad de la producción del olivar para ver duplicado el precio del aceite, convirtiéndolo casi en un producto de lujo. Y luego, en Barcelona la espada de Damocles de las restricciones de agua que ha reactivado el debate alrededor de la posibilidad de traerla en barcos o de reforzar las infraestructuras de desalinización y de regeneración de aguas residuales. Todo esto parece suficientemente llamativo para hacer pensar que algo muy básico no funciona.

Pero ante esas alarmas que aparecen en forma de inflación, de precios elevados y posibles restricciones, siguen ofreciendo como soluciones intentos tecnológicos o logísticos de hacer recular, de nuevo, unos límites ecológicos cada vez más inevitables. Son formas de huida hacia delante. Parece que no hay manera de “conectar los puntos” (como dicen los anglosajones), de dar dos o tres pasos de razonamiento que unan el precio del aceite con el calentamiento global y la crisis ecológica. Un manifiesto firmado por cientos de científicos en la antesala de la COP28 de Dubai dice que tiempo atrás estábamos preocupados, que luego nos alarmamos y que ahora estamos aterrorizados. Este tránsito a un terror racional parece que colectivamente somos incapaces de llevarlo a cabo para poder tomar las decisiones sistémicas adecuadas a la envergadura del problema. Pero si, en lugar de un par de malas cosechas de aceite de oliva, hablamos de dos temporadas malas de arroz, veremos hambrunas y muerte para una gran parte de la humanidad.

Estos últimos años en Cataluña se ha producido un fuerte debate dentro del movimiento ecologista entre aquellos sectores conservacionistas que ponen en el centro el paisaje y su preservación y aquellos que defienden que es urgente la transición a las energías renovables. Este debate se ha centrado sobre todo alrededor de los parques eólicos y solares, especialmente el proyecto del parque eólico “Tramuntana” en el Golf de Roses. ¿Cómo lo interpretas?

Es un debate importante que se está dando en todas partes. En Galicia, por ejemplo, Ecologistas en Acción se ha partido en dos. Los movimientos en defensa del territorio chocan a veces contra los partidarios de una transición energética ya mismo y como sea. No es nuevo en la historia del movimiento ecologista, donde a menudo se han dado posiciones NIMBY (“que no me lo pongan cerca a mí”) ante instalaciones problemáticas, como un vertedero o una incineradora. Eran reacciones iniciales ante lo que se percibía como una agresión al territorio y a las vidas de sus habitantes. Pero cuando los colectivos se informaban y eran capaces de ampliar su perspectiva, el movimiento maduraba y era capaz de generar propuestas en positivo, con perspectiva general. Actualmente, han aparecido tres posiciones muy definidas: por un parte, lo que llamo “ambientalismo de lujo” frente a un “ecologismo de emergencia”. Este ambientalismo de lujo obvia los fenómenos de escasez y se moviliza por la protección del paisaje y los valores naturales (cuestión sin duda importante), pero ignora en muchos casos otros factores como el agua, la energía o qué vamos a comer mañana. Del lado del “ecologismo de emergencia”, tenemos compañeros que entienden esa urgencia como estrictamente climática y que ven en el impulso de las energías renovables el factor que nos va a sacar de la zona de peligro en la que estamos. Ni unos ni otros abordan en serio los cambios sistémicos que habría que llevar a cabo: permanecen en el marco del “capitalismo verde”. Por otro lado estaría un tercer sector minoritario que es consciente de la emergencia que vivimos, pero que considera que las soluciones han de desarrollarse dentro de un paradigma alternativo, claramente poscapitalista y decrecentista, y que, por tanto, considera que ha de haber transformaciones profundas en la sociedad.

En 1998, con Paco Fernández Buey, escribisteis Trabajar sin destruir25 años después, ¿cómo ves la cuestión del trabajo en el marco de la transición ecosocial y la relación entre los sindicatos y el movimiento ecologista, la idea de la transición justa y el papel de las clases trabajadoras ante la crisis ecológica y energética? Recordando las movilizaciones de los “chalecos amarillos” u otras tensiones menos mediáticas, pero donde los sindicatos se posicionan en una firme “defensa de los puestos de trabajo”, ¿por dónde intuyes que tiene que ir la posición del movimiento ecologista para evitar enfrentamientos del todo contraproducentes y que nos llevan a un bloqueo?

Este es unasunto agridulce, donde vuelve a aparecer como cuestión de fondo la necesidad del cambio sistémico. Algunos sindicatos pequeños, en el País Vasco, o en algunos sectores de la CGT, han manifestado posiciones más sensibles a la necesidad de transición ecosocial fuerte. Yo personalmente estuve vinculado a CC.OO., primero en la Fundación 1º de Mayo y luego en el ISTAS: durante tres lustros trabajamos con la voluntad de ecologizar el sindicato. Pero mi impresión es que en nuestro país los sindicatos mayoritarios y el conjunto de la clase trabajadora sigue sin captar el profundo calado de esta crisis. Eso se muestra en la persistencia del tema de la “transición justa”, que empezamos a difundir a mediados de los años noventa. Se ha convertido en un lugar común dentro del marco del “desarrollo sostenible”, aceptando la posibilidad de un capitalismo verde, sin comprender aquel fondo sistémico del problema. Transición justa acaba siendo una reivindicación sindical que no pone en cuestión el sistema capitalista. No atiende a las urgencias que en estos momentos tenemos y que apuntan a la necesidad de un cambio rápido y radical. Por desgracia, si alguna vez eso fue posible ya no estamos en esa situación donde sea posible realizar la transición ecosocial sin poner en cuestión los marcos sistémicos. Siguiendo con la idea del “ambientalismo de lujo”, se puede hablar de unas tendencias parecidas en el sindicalismo. Hay una aceptación tacita de que nos encontramos en el Norte rico, y a pesar de los destrozos y retrocesos que ha causado el neoliberalismo, se ha mantenido una posición sindical que pone la centralidad en la defensa de lo que (con perspectiva planetaria) hay que considerar ciertos privilegios sociales, con los que no se cuentan en los países del Sur global. Por desgracia, cuando más necesitamos un sindicalismo internacionalista, combativo y revolucionario, menos contamos con él.

Como sabes, en Alba Sud hemos puesto el foco en el turismo, en sus impactos sociales y ambientales, y paralelamente en las alternativas de ocio que llamamos poscapitalistas. Si, tal como defendemos, habrá turismo en la sociedad que surja de la transición ecosocial, ¿cómo lo imaginas?

Desde hace muchos años que mi planteamiento sobre el tema no es distinto al que podría aplicarse a otras esferas de nuestra actividad económica y que se resumiría en la frase: mejor con menos. Es la idea de un “ecosocialismo descalzo” que puse en circulación hace algunos años. Un ejemplo en términos de ese tiempo libre o liberado del trabajo: ¿por qué razón los años sabáticos o los periodos de estudio en el extranjero, como las estancias Erasmus, están limitados a la universidad y algunos sectores minoritarios? Hemos de proponer intercambios que promuevan ese enriquecimiento cultural y en experiencias que supone conocer otros países y culturas, también para una amplia mayoría social. ¿Por qué una conductora de autobús no puede disfrutar de eso? Por otra parte, los impactos del turismo tienen que ver con la velocidad y con una suerte de “extractivismo de experiencias”. Si pudiéramos pensar y avanzar en una combinación de viajes lentos y un tiempo de ocio no tan separado de otras dimensiones de la vida, aunaríamos la minimización de los impactos ecológicos con la riqueza que producen esos viajes e intercambios humanos. Este cambio de paradigma implicaría evitar los viajes compulsivos y acelerados, a muy largas distancias y de fin de semana. Y en cambio podríamos disfrutar de viajes más largos y con una movilidad más lenta, como puede ser la que nos proporciona el tren. Yo colocaría el debate sobre las alternativas turísticas en relación con la aceleración social. Si podemos salir de esta rueda de hámster acelerada se podrán dar formas de descanso reparador adecuadas a un contexto más funcional a la transición ecosocial.

En tu libro Gente que no quiere viajar a Marte dedicabas un capítulo precisamente al tiempo y la necesidad de una transformación de nuestro paradigma temporal para que sea posible un auténtico “tiempo para la vida”. ¿También en las prácticas turísticas?

En 2018 escribí con José Luis Gallego Mater celeritas, un libro que seguía desarrollando las ideas sobre la aceleración contenidas en Gente que no quiere viajar a Marte. Hay autores, como Paul Virilio y ahora el sociólogo alemán Hartmut Rosa, que está pensando y escribiendo mucho y bien sobre estas cuestiones. La aceleración social ha supuesto que el turismo se haya convertido en una eterna e incumplida promesa de satisfacción, donde se empaquetan y mercantilizan las experiencias. Estas se acaban traduciendo en formas de ocio que en realidad producen y reproducen más frustración y no el bienestar que deberían. Cómo organizamos el tiempo y desaceleramos la vida será fundamental para un ocio más lento y por tanto, más saludable y satisfactorio.