una entrevista en ‘revista de occidente’ (núm. 529, de junio de 2025)

«Confío en la estética de la resistencia» (entrevista por Juana M. Vera Meizoso; he de decir que el título que la revista ha elegido no me convence tanto…)

Habla de técnicas humildes, he ahí su alusión a la técnica del botijo en su libro Rengo Wrongo seguido de Historias del señor W (Gato encerrado, 2022), XIV Premio de Poesía Ciudad de Mérida. “Si no nos concedemos la libertad de vivir despacio, lo esencial de la vida (y con ella lo esencial de la cultura) se nos escapa”, reflexiona. Jorge Riechmann, Madrid, 1962), poeta, traductor, ensayista, licenciado en Ciencias Matemáticas, profesoro universitario de filosofía y ecologista, nos dice que “hemos de aportar lo que nos resulte hacedero a la belleza del mundo sin preguntarnos para qué: simplemente porque la  belleza debería durar, y así ayudarnos y nosotros a ella”. Autor del epílogo del libro Humanismo del árbol de Carlos Edmundo de Ory (Athenaica, 2023), la editorial Cátedra prepara una antología de su obra poética (en la colección Letras Hispánicas) y acaba de publicar Ecologismo: pasado y presente (Catarata, 2024) y Bailar encadenados. Pequeña filosofía de la libertad (y sobre conflictos en el ejercicio de la libertad en tiempos de restricciones ecológicas (Icaria, 2023). En su trayectoria destacan las obras Futuralgia y Entreser (que agrupan buena parte de su obra poética) y el ensayo Fracasar mejor. Íntimamente implicado en la lucha por la conservación de la Tierra, piensa que vivimos “una crisis ecosocial que es más grave que todo lo demás, que pone en riesgo la habitabilidad de la Tierra para seres como nosotros y que nos conduce al colapso civilizatorio”. Como solución propone: “Dejar que los demás seres vivos existan por sí mismos (también en el poema), que los sujetos (también los no humanos), no sean tratados como objetos, que Gaia, o la Madre Tierra, pueda ser nombrada en sus propios términos, que la naturaleza sea”. Premio Hiperion 1997, Premio Stendhal de Traducción (2000) y Premio Internacional Gabriel Celaya (2000), nos pregunta: “¿Podemos contribuir a organizar una segunda mutación antropológica, una metanoia, pero basada en valores contrahegemónicos de amor compasivo, biofilia, conexión con la naturaleza, humanismo no antropocéntrico, igualdad social? Estos serían valores del corazón que nos interesa promover”. Poeta de la realidad, confía en la estética de la resistencia y en que no perdamos la alegría de obrar bien. En esta entrevista analiza las causas y consecuencias de la guerra, del desprecio hacia sí mismo del ser humano y de la digitalización. También nos habla de poesía, una forma de atender. “Una crisis de atención es una crisis de amor y una crisis de amor es una crisis de humanidad”, desvela quien en las próximas líneas también nos hace ver que “sin un elemento de ascetismo ecologista estamos perdidos”.

                                                               Juana M Vera Meizoso

 

P.- Usted alude a la técnica del botijo en su libro Rengo Wrongo seguido de Historias del señor W. (Gato encerrado, 2022), XIV Premo de Poesía Ciudad de Mérida ¿Cuál es la gracia y la bondad de la técnica del botijo, cómo es esta técnica? ¿Ha logrado aplicarla a su poesía, a su prosa, a su vida?

R.- El botijo (al que me he referido no sólo en poemas, sino también en algún ensayo de filosofía de la técnica) es un artefacto humano técnicamente insuperable. Perfecta adecuación entre forma y función, material de disponibilidad muy amplia, fácil transmisión de la técnica constructiva, independencia de la red eléctrica o de otras condiciones sociotécnicas difíciles, durabilidad, belleza, reintegración completa en los ciclos de la naturaleza cuando acaba su vida útil… ¡Insuperable! Es un ejemplo excelente de las técnicas humildes que estudia mi joven amigo y colaborador Adrián Almazán, uno de los redactores del reciente informe de Ecologistas en Acción Técnicas humildes para el decrecimiento (2024). El botijo, o la bicicleta, muestran el camino por el cual nuestras insostenibles sociedades industriales podrían hacer las paces con la naturaleza (aunque, por supuesto y por desgracia, no están siguiendo estas sendas).

 

En la obra titulada Fracasar mejor (segunda edición en Kaotica Lbros, 2024), usted reflexiona: “Lo más lamentable del degenerativo individualismo que fomenta el capitalismo tardío es el fenomenal estrechamiento de perspectiva que induce. Los límites del individuo son los barrotes de una prisión. Vivimos de las conexiones, los lazos, los vínculos”. ¿Cómo utilizar con inteligencia las nuevas tecnologías para que creen lazos, vínculos, conexiones reales y los fomenten, en vez de adicción y aislamiento, irrealidad e inconsciencia?

Objetaría algo del planteamiento con dos cuestiones previas. ¿Cómo puede ser que identifiquemos sin más “nuevas tecnologías” con tecnologías digitales -en vez de, por ejemplo, técnicas avanzadas en agroecología, o en organización de asambleas democráticas? También aquí hay algo de “fenomenal estrechamiento de perspectiva”, ¿no le parece? Y en segundo lugar: ¿por qué hemos de dar por sentado que esas nuevas tecnologías hay que usarlas sí o sí, que son algo indiscutible, y lo único que cabe plantear es “utilizarlas con inteligencia”? ¿Hemos de resignarnos a una sociedad algorítmica donde plataformas opacas en manos de media docena de megamillonarios deciden elecciones, esquivan impuestos, destruyen nuestra noción de lo verdadero y lo falso, secuestran nuestra capacidad de atención y dan forma a una sociedad cada vez menos libre? Aunque la formidable máquina de propaganda en cuyo seno vivimos se obstina en hacernos creer que verde y digital van de la mano, lo cierto es que un futuro de sustentabilidad exigiría no digitalizar aún más y más rápido, sino lo contrario. Lo argumenté en un artículo del año 2020 titulado “Decrecer, desgitalizar -quince tesis”, en la revista (digital) 15-15-15.

 

“La poesía es el mundo en su mejor lugar”, escribió René Char, a quien usted admira, a quien usted ha traducido. ¿Podría hablarnos de ese mejor lugar? ¿Tiene que ver -ese mejor lugar- con el ahí, al que usted dedica un poemario?

¿Qué sabe uno de la poesía o sobre la poesía? Poco o nada. Pero en la poesía, por la poesía y a través de la poesía va uno sabiendo mucho sobre el mundo, sobre los otros, sobre uno mismo. “Todavía quedan renglones en nuestra historia”, escribe un poeta palestino (en la antología titulada Palestina/ 48 que ha preparado Luz Gómez). Trataremos de seguir escribiendo renglones de prosa rectos y versos que acompañen e iluminen. También decía la poeta polaca Wislawa Szymborska (en su discurso de recepción del Premio Nóbel) que los poetas tendrán siempre mucho trabajo “porque en este mundo todo es asombroso y no hay nada corriente”. Sí, la poesía nos muestra -siquiera durante un instante, a veces sólo a la luz del relámpago- el mundo en su mejor lugar. Quizá sólo se trate de trabajar cada día en el poema como el campesino cultiva su predio: así lo hicieron Joan Brossa, o Mary Oliver, o Juan Ramón Jiménez. Oponer toda la resistencia posible contra Tánatos, apoyar cuanto podamos a las fuerzas de Eros, y aportar lo que nos resulte hacedero a la belleza del mundo. Sin preguntar para qué: simplemente aportar porque la belleza debería durar, y así ayudarnos, y nosotros a ella. Junto a la poesía como mundo en su mejor lugar (Char), no deberíamos olvidar, sin embargo, la otra importante dimensión que evocaba el poeta argentino Roberto Juarroz: el poeta como cultivador de grietas. Crítica y celebración; poesía que dice no junto a poesía que dice sí. Ambas dimensiones, la de Juarroz y la de Char, me parecen necesarias. Otra manera de expresar esto: poesía de testimonio y poesía de indagación constituyen las dimensiones horizontal y vertical de la poesía; suelo sugerir quse intersecan en el ahí de lo humano.

 

“Poner en primer plano la obra, la vida de las formas literarias y no la de los autores”, escribió Milan Kundera. Usted recoge este pensamiento en uno de sus poemas. ¿Qué supondría esto, de realizarse, para la industria editorial?

Hay que cuidar el libro, sí. Pero ¿no habría que cuidar sobre todo las posibilidades de transformación de lo humano, la metanoia, en esta época de sujetos ahormados por el credo neoliberal de empresa y competición? La industria editorial, como otras industrias, ¿no debería atender a su función social (ecológico-social), antes que a la obtención de beneficios? ¿No tiene importantes responsabilidades formativas hacia la sociedad, y ecológicas hacia la biosfera? Ya sé lo que replicará mucha gente: es que esa industria ha de operar en mercados capitalistas… Sí, ése es nuestro problema. ¿El capitalismo resulta compatible con la perviviencia de nuestra humanidad y con la habitabilidad de la Tierra? La pregunta, por desgracia, es retórica. Hay que decir, por otro lado, que en nuestro país contamos con ejemplos inspiradores de iniciativas editoriales cuyos criterios sí que se hallan a la altura de las circunstancias: pienso por ejemplo en la asamblearia editorial Árdora, en esa suerte de campamentos poéticos literarios que son los encuentros de Voces del Extremo en Moguer, en las audaces acciones del colectivo Militancia Poética, en el tesón surrealista de la revista Salamandra, en las intervenciones callejeras de la Brigada Poética, en los trabajos impertinentes de artistas como Isaías Griñolo o Antonio Gómez, en los vivaces encuentros de edición alternativa EDITA en Punta Umbría… y no menciono sino algunos casos que conozco de cerca entre docenas de ejemplos posibles. Precisamente, contesto a las preguntas de esta entrevista desde el encuentro Voces del Extremo (Poesía y resonancia, en esta edición del 2024 que se celebra, como cada año en Moguer, a finales de julio. No sé si alguien ha empleado el término retroutopías (sí que conozco la retrotopía de Zygmunt Bauman, pero se refiere a un fenómeno un poco diferente del que quiero ahora considerar). Las retroutopías serían cursos mejores de historia alternativa: los pasados mejores que se hubieran materializado si la historia, en ciertos puntos de encrucijada, hubiese seguido otro camino (“¿en qué momento se jodió el Perú?”). Moguer representa algo de eso para mí: la cultura institucionista y republicana que encarnaba de forma señera Juan Ramón Jiménez (junto a Zenobia Camprubí), la España anarquista que se prolonga en la vasta obra de Antonio Orihuela… Sin que nuestra ensoñación retroutópica nos permita olvidar, claro, cómo todo eso se mezcla con algunos de los rasgos más terribles de nuestro presente: el extractivismo agrícola del cultivo del fresón y otros frutos rojos, el Coto de Doñana en agonía, la explotación de mano de obra inmigrante semiesclava en los invernaderos… Moguer (Voces del Extremo) es un tránsito, es una vibración que se expande, en un devenir habitable allí donde todo querría fijarnos en un estar inaceptable. Ha dicho alguna vez el poeta onubense Daniel Macías que “Moguer es una puerta estelar que Juan Ramón Jiménez dejó abierta en su patio para que nosotros entremos. Ahí siempre somos lo desnudo y puro de todo este blablablá”. Ay, uno intuye que los buenos pasados de las retroutopías no son, por desgracia, menos inaccesibles que los buenos futuros de las utopías que podemos imaginar hoy. Pero no desesperemos. Hay espacios de libertad practicamente en todas las situaciones. Ahora bien, identificarlos, aprovecharlos y ensancharlos tiene un precio. Y no siempre estamos dispuestos a pagar ese precio…

 

“En mi mesa de novedades tengo a Lucrecio, a Teresa de Cepeda y a la cueva de Chauvet”, nos relata usted en un poema del libro Rengo Wrongo seguido de Historias del señor W. ¿Cómo alimentar el corazón con libros que llegan a las mesas de novedades de las librerías para ser sustituidos por otros en apenas quince días, cómo leer con calma y atención en el corazón de esta vorágine industrial?

Hay que tener en cuenta que en esos poemas habla el señor Wrongo, no necesariamente identificable con el autor que figura en la portada del libro… Wrongo no es Riechmann, aunque tampoco está totalmente separado de él. Pero no se separa tanto como para llamarlo heterónimo. ¿Quizá mejor evocar la figura inquietante del Doppelgänger? En cualquier caso, la mencionada ¡sería una buena mesa de novedades! Si no nos concedemos la libertad de vivir despacio, lo esencial de la vida (y con ella lo esencial de la cultura) se nos escapa. En el ya casi clásico estudio de Diego Marín Poesía paisajística española, (1940-1970), se clasificaban las aproximaciones de aquellos poetas a la naturaleza en tres grandes apartados: a) el paisaje como objeto estético, b) la naturaleza como refugio del espíritu y c) los paisajes urbanos como marco vital de los poetas. Bien, lo que necesitamos en el Siglo de la Gran Prueba no encaja en ninguno de esos tres apartados. Se trata de dejar que los demás seres vivos existan por sí mismos (también en el poema), que los sujetos (también los no humanos) no sean tratados como objetos, que Gaia o la Madre Tierra pueda ser nombrada en sus propios términos, que la naturaleza sea. Un conocido, profesor de literatura en enseñanza secundaria, se lamentaba estos días en una de las sesiones de Voces del Extremo en Moguer: “No se ofrece a los chicos y chicas un poema sobre el paro, un poema sobre la crisis climática, un poema sobre la violencia de género, un poema sobre la migración…” Tiene razón al reclamar una actualización del trabajo sobre poesía en las aulas, pero al mismo tiempo alinea la catástrofe climática (sólo una dimensión de una catástrofe ecosocial mucho más amplia) dentro de una serie de males políticos y lacras sociales, como si fuesen equipotentes. Y no lo son. La crisis ecosocial es mucho más grave que todo lo demás, pues lo que está en juego es la habitabilidad de la Tierra (para seres como nosotros).

 

“Sin tiempo no hay deliberación y sin deliberación y debate no hay democracia. En el mundo de la aceleración social, la democracia va siendo socavada”, reflexiona usted. ¿Qué estamos haciendo mal, cómo podemos corregirnos?

En el mundo del capitalismo impulsado por combustibles fósiles y acelerado por la digitalización, un mundo de ecocidio más genocidio, estamos haciendo mal casi todo… Y lo más grave es que el tiempo se nos está acabando. Lo digo desde hace un decenio: estamos en tiempo de descuento. Vivimos, sí, en un tiempo de descuento. Para ser reformistas, llegamos varios decenios tarde; para ser revolucionarios, llegamos varios decenios tarde. Pierre Bourdieu dijo alguna vez que temía que la gente despertase sólo cuando fuese ya demasiado tarde. Creo que eso puede ya darse por hecho, y la pregunta ahora sería: dentro del “demasiado tarde” que marca nuestro tiempo, ¿para qué quizá no sea aún demasiado tarde? Cuando la política, de manera creciente a lo largo del Siglo de la Gran Prueba, se vaya reduciendo cada vez más a la gestión de situaciones infernales (como ya es el caso para muchos seres humanos y muchísimos seres vivos no humanos, a consecuencia del funcionamiento de las sociedades industriales), ¿valdrá la pena seguir adelante’ Mi respuesta personal es que no. Pero aprender a morir en el Antropoceno no entraña ninguna truculencia, se trata sólo de la tarea humana hásica de aprender a moir (para los seres autoconscientes y mortales que somos) en las especiales circunstancias donde nos sitúa el colapso civilizatorio (en cuyo semo nos encontramos). “El tiempo que nos queda” no evoca ningún drama o tragedia si se declina, como creo deberíamos, hacia el trabajo aún por hacer: lo Abiero que nos convoca. Nos decimos: a los cuarenta años sí que tienes que decidir ya lo que vas a ser -o a los cincuenta-, o a los sesenta… En realidad, en cada momento de nuestras vidas estamos decidiendo lo que somos y vamos a ser.

 

Al inicio de su epílogo para Humanismo del árbol de Carlos Edmundo de Ory (Athenaica, 2023), recoge usted estas palabras de Michael Marder: “El actual cambio de paradigma científico sobre nuestro entendimiento de las plantas es comparable en magnitud e importancia a lo que al final del siglo XVIII Kant consideró como su propio giro copernicano”.

Situarnos como miembros de la comunidad biótica terrestre, unidos a trillones de otros seres por lazos de parentesco evolutivo, y desechar nuestras fantasías de exencionalismo humano, tiene bastante de giro copernicano (con respecto a la cultura dominante). Los estudios sobre cognicion vegetal aportan mucho a ese necesario cambio de paradigma. ¿Qué es vivir? Joaquín Araujo ha recordado en más de una ocasión que el pictograma chino que representa el vivir es una planta creciendo. Vivir bien es una planta firmemente arraigada y creciendo en tierra fértil, en simbiosis con sus hongos (micorrizas), fotosintetizando vida para ella misma y para los demás seres. Todo está ahí, también para nuestra muchas veces turbia conciencia animal, si somos capaces de verlo.

 

“Las amebas son capaces de salir de un laberinto. Los hongos trazan mapas mejor que cualquier ordenador actual”, escribe usted en el epílogo mencionado. Como reflexionan Aldo Leopold, Lynn Margulis o Gregory Bateson, amebas y hongos forman parte de la totalidad relacional: una unidad básica de inteligencia, cuya esencia sería la comunicación y la cooperación, antes que la ley del más fuerte. Si miramos con atención hacia esta verdad, ¿podríamos realizar la revolución necesaria para tornar nuestras vidas en vidas basadas en la cooperación y, como consecuencia, en el respeto integral a la naturaleza?

Hay un trabajo por hacer: reconocer que somos una sociedad enferma (“materia corrupta”, diría el Maquiaveo de los Discorsi) donde el ser humano es despreciador de sí mismo (de sus posibilidades mejores) y enemigo de la naturaleza. Qué pesadilla para el europeo más o menos ilustrado: ¿por qué todo nuestro camino de acumulación de conocimiento y dominación de la naturaleza no nos ha servido de nada -ya que finalmente desemboca en ecocidio más genocidio? Hoy tenemos un gimnasio en cada esquina de cada uno de nuestros barrios, cuando lo que más habría que entrenar son las capacidades morales del ser humano. Hay una tarea de reconciliación, de renovación, de reconstrucción que está por hacer. ¿Tendremos tiempo de llevarla a cabo? Me gustaría recuperar la fórmula de Juan Ramón Jiménez, evocada varias veces estos días en Moguer: sencillez en lo exterior (que en el Siglo de la Gran Prueba traducimos como decrecimiento) más cultivo de lo interior (que hoy habríamos de declinar en términos ecoespiritualidades).

 

¿Cómo lograr esta revolución en una sociedad tecnoidólatra, es decir, con la mirada puesta, mayoritariamente, en las pantallas, no en la naturaleza, no en sí mismos, no en el prójimo?

Pantallas siempre encendidas significa: pensamiento siempre mermado (cuando no imposibilitado). El historiador Niall Ferguson (a quien, por lo demás, su realpolitik arrastra con fuerza hacia el supremacismo blanco) tiene razón en esto que subrayaba en una entrevista de diciembre del año 2023: “La inteligencia artificial también tendrá consecuencias no deseadas para nuestras capacidades cognitivas. Del mismo modo que Google va erosionando nuestra memoria, porque ya no tenemos que recordar las cosas, creo que los Grandes Modelos de Lenguaje [Large Language Models] destruirán realmente nuestra forma de pensar, porque esencialmente construirán argumentos que suenen plausibles para nosotros. Y como somos muy perezosos como especie, la mayoría de la gente esencialmente dejará que lo haga la máquina y perderá la capacidad de hacerlo por sí misma. Si no aislamos a los niños de los Grandes Modelos de Lenguaje y nos aseguramos de que se eduquen sin ellos, no podremos enseñarles a pensar. Creo que simplemente conseguirán que la GPT4 o 5 piense por ellos y eso me preocupa más que los efectos sobre el empleo. Si perdemos la capacidd de construir un argumento en respuesta a una pregunta, porque lo delegamos a una máquina, no tenemos mucho futuro como especie realmente. Ése es mi mayor temor. Los Grandes Modelos Lingüísticos son una invitación a la pereza mental masiva”. Ya ve usted: hasta los liberales mainstream como Ferguson, cuando no se autoengañan, se dan cuenta de que estamos en un tiempo apocalíptico.

 

“Somos una sociedad en guerra contra nosotros mismos y contra todas las formas de vida con las que compartimos la Tierra. Y esto no durará. Hay que convenir con Glenn Albrecht en que la única opción viable para el futuro es una paz mundial entre nosotros y el resto de los seres vivos”, escribe usted en el libro Simbioética. Homo sapiens en el entramado de la vida. Elementos para una ética ecológica y animalista en el seno de una Nueva Cultura de la Tierra gaiana (Plaza y Valdés Editores, 2022). ¿Qué lugar ocupa la ética de la consideración, defendida por Corine Pelluchon, en el desarrollo de esta paz mundial?

Se trataría de reintegrarnos de forma consciente en la vida de Gaia, reduciendo la dominación, la violencia y la crueldad en todo cuanto esté en nuestra mano. Y así superar el tribalismo y avanzar hacia formas de convivencia inclusivas y amorosas, también más allá de lo humano… Participación, nos decía el antropólogo Levy-Bruhl. Consideración, insiste la filósofa Corine Pelluchon. Conexión y amor compasivo para rehacer nuestro vínculo con los diez mil seres. No necesitamos “salvar el mundo”, sólo salvarnos a nosotros mismos de nosotros mismos.

 

Hablamos de estas posibilidades de futuro en un contexto de destrucción y depredación: guerras en Ucrania, Oriente Próximo, África, etcétera. ¿Cuáles son los caminos diplomáticos e institucionales para impulsar e implantar esta paz mundial entre nosotros y el resto de los seres vivos?

Hoy la realpolitik es continuar haciendo la guerra: la guerra geopolitica, la guerra contra la naturaleza y la guerra contra el ser humano. Alguien con la lucidez de Boaventura de Sousa Santos nos dice, en una “Carta abierta a los jóvenes sobre la Tercera Guerra Mundial”, una carta de junio del año 2024: “Estoy convencido de que se aproxima una Tercera Guerra Mundial; a diferencia de las anteriores, el campo de batalla será todo el planeta y, por primera vez, incluirá territorio estadounidense; por muy sofisticada que sea la tecnología militar y la Inteligencia Artificial que la sustenta, se ncesitarán soldados sobre el terreno que morirán por millones, junto con poblaciones civiles inocentes, más que en ninguna guerra anterior; estos soldados serán jóvenes y no los señores de la guerra, ya sean políticos (que nunca someterán a referéndum la decisión de hacer la guerra) o empresarios y accionistas de las empresas del complejo militar-industrial; la única certeza que tenemos sobre la guerra es que sabemos cuándo empieza, pero no cuándo termina; la especifidad de la Tercera Guerra Mundial es que cuando termine (todas las guerras terminan), por primera vez estará en riesgo no sólo la supervivencia de la especie humana, sino la vida no humana en el planeta”. ¿Nos aceptamos como hijos de la Madre Tierra (y huérfanos de Dios), como vulnerables seres corporales conscientes de su interdependencia y ecodependencia, sometidos a constricciones ecológicas y vivientes en un mundo con límites biofísicos, o seguimos alimentando autodestructivas fantasías antropófugas?

 

Rusia ha invadido Ucrania. Ucrania se defiende con las armas. Israel es atacado. Israel se defiende con las armas. ¿Qué otras opciones hay además de la guerra tanto en Ucrania como en Oriente Próximo? ¿Es necesaria la guerra para construir la paz? ¿Es justificable la guerra?

 La guerra es, entre otras cosas, la autorización para dejarnos caer en lo peor de nosotros mismos, a una escala masiva. A lo largo de los siglos, los agresores se han presentado siempre como agredidos, y el lema “si quieres la paz, prepárate para la guerra” ha llevado a su perdición a pueblos enteros. La guerra industrial, en la era de las armas nucleares, químicas y biológicas, es un seguro de exterminio para la especie humana. Si no somos capaces de desactivar la violencia armada como medio de resolución de conflictos (y la vía para eso son movimientos ecopacifistas vigorosos en todas partes), estamos perdidos. El gran poeta chino Tu Fu expresó como pocos la angustia ante la violencia desencadenada: “La guerra me asfixia y no duermo,/ incapaz de corregir los errores del mundo…” (“Habitación junto al río”, poema recogido en la antología Bosque de pinceles, Hiperión 2006). ¿Seguiremos sometidos a la maldición de no poder olvidar nunca la Ilíada, el “poema de la fuerza” que nos decía Simone Weil, el poema de la dominación violenta del fuerte sobre el débil?

 

Antes ha hecho usted referencia a los huérfanos de Dios. Sin embargo, hay millones de seres que sienten profundamente la presencia de Dios en sus corazones y confían en su providencia y bondad. Jesucristo nos habló de amor, de entrega, de fe, de confianza y de esperanza. ¿Dónde sitúa usted este mensaje en la realidad, cómo puede influir el mensaje de Jesucristo en el camino hacia la paz?

 Las tareas de metanoia que nos encomendaron los maestros de la Era Axial (Jesucristo, Buda, Lao Zi, Sócrates…) siguen estando a la orden del día. Esto no es asunto sólo para sabios, o para poetas, o para reformadores sociales, sino para cada ser humano. ¿Soy un poeta religioso, como se ha sugerido alguna vez? En el sentido etimológico de la expresión tendría que contestar que sí: religare es reunir y yo he insistido a menudo en la noción de una poesía de vínculos. Como decía un anciano sioux, “todo lo viviente está unido por un cordón umbilical. Las altas montañas y los arroyos, el maiz y el búfalo que pace, el héroe más valiente y el tramposo coyote” (recogido en la antología de poemas amerindios Colibríes encendidos, Leviatán, 1998).

 

“La rabia de una futuralgia que me abrasa” escribe usted en un texto introductorio al primer volumen de su poesía reunida, Futuralgia (Calambur, 2011). ¿Cómo lograr, como dice también usted en sus versos, ser conscientes de nuestra inconsciencia? ¿Cómo abrasarnos de indignación ante la moda de las distopías?

 Escribe Pablo Batalla: “Se han escrito muchas utopías sobre la terraformación de Marte y otros planetas. Hoy el reto es terraformar la propia Tierra”. No, esa idea lleva de manera bastante directa a la geoingienería (probablemente nuestro error definitivo). De lo que se trataría es de terraformarnos a nosotros mismos. Utopías… Hace tiempo que he sustituido mi horizonte utópico por algo así: luchar (con escasas perspectivas de éxito) por evitar las peores distopías. El problema es el capitalismo, sí. Pero el capitalismo no es (sólo) el banco Santander, no es (sólo) Amancio Ortega, no es (sólo) una economía demencial que se autodestruye y autorrefuta (sólo una cuantificación parcial de las “externalidades” ya supera a los beneficios de todas las empresas capitalistas): el capitalismo se ha convertido en un sistema total cuyas ramificaciones penetran muy profundamente en el cuerpo social, dando forma a deseos, cogniciones (ideas y creencias), hábitos, expectativas. El capitalismo no es algo exterior a usted ni a mí.

 

“El conflicto entre las necesidades humanas y las ciencias ha dejado de alimentar nuestra transformación interior, los valores del corazón”, escribió Pierre Mabille en El espejo de lo maravilloso (Atalanta 2024). Pierre Mabille esperaba que con la rehabilitación de los valores del corazón el entendimiento humano se enderezara. ¿Está usted de acuerdo con Mabille? ¿Cuáles son, a su modo de entender, los valores del corazón?

 ¡Muy atinado lo de Mabille! Sí, necesitamos trabajar esos valores del corazón; pero no a partir de la emocionalización de la vida político-social que despliega el neoliberalismo, sino con el horizonte de una transformación emancipatoria. A mí me gusta mucho la propuesta de volver a conectar con la tradición grecoromana de ejércicios espirituales que ha desarrollado el filósofo frances Pierre Hadot. Leemos en el joven Marx (en el tercero de sus Manuscritos de economía y filosofía) que “si amas sin despertar amor, esto es, si tu amor, en cuanto amor, no produce amor recíproco, si mediante una exteriorización vital como ser humano no te conviertes en ser humano amado, tu amor es impotente; una desgracia”. Cabe trazar un paralelismo con las ciencias sociales y la filosofía en tiempos de tragedia climática y riesgo de colapso ecosocial como los que vivimos hoy: si nuestras reflexiones no son capaces de provocar respuestas fuertes y adecuadas en nuestros interlocutores, si no somos capaces de estimular cambios de conducta y apuntar hacia transformaciones sistémicas, nuestro trabajo es impotente, una desgracia. Pier Paolo Pasolini, en los años últimos que precedieron a su asesinato, mostraba que se había producido una mutación antropológica en la fase de lo que ahora llamamos Gran Aceleración. ¿Podemos contribuir a organizar una segunda mutación antropológica, una metanoia, pero basada en valores contrahegemónicos de amor compasivo, biofilia, conexión con la naturaleza, humanismo no antropocéntrico, igualdad social? Estos serían valores del corazón que nos interesa promover… Serge Christophe Kolm hizo una observación sencilla, pero de extraordinaria importancia, en su entrevista “Un bouddhisme profond pour le monde moderne” (enero de 1984): “Mucha gente ha visto que hacía falta ‘cambiar el mundo’. No hablemos de quienes intentaron hacerlo a la fuerza, y por tanto contra la libertad y la felicidad, incurriendo por el contrario en crímenes sangrientos. Pero quienes lo intentaron con sinceridad en general pensaron que bastaba con cambiar las condiciones externas de los individuos. Ahora bien, las condiciones externas de una persona son, de entrada, las demás personas. Se trata por tanto de una imposibilidad lógica y de tal error se derivan los mayores dramas del siglo XX”. Dialéctica (o vaivén de realimentaciones): transformamos el entorno social para transformar a la persona para transformar el entorno social… Kolm, desde su propuesta de budismo occidental, sugería que “la única soluición es la autotransformación libre de cada uno, donde otras personas no intervienen más que para dar consejos sobre la forma de conocer y dirigir la mente de uno”. Aquí exagera también un poco, pero está apuntando a algo de enorme importancia: no podemos separar metamorfosis (transformación sistémica de estructuras) de metanoia (cambio del corazón).

 

En nuestras casas y en nuestros corazones están, viven con nosotros, la lavadora, la secadora, la cocina moderna de gas o de electricidad, la aspiradora. Estas máquinas nos ayudan a vivir También nos ayudan la televisión, la radio, las redes sociales, el sofá. las sillas del comedor, la mesa de la cocina donde posamos el plato de comida cada día, y el plato mismo. ¿Somos algo más que esta unión con las máquinas, con los muebles, con todos los objetos que nos rodean: cuadros, dibujos, libros? ¿Qué somos cuando prescindimos del sofá, de la lavadora, de la secadora, de lo que ordinariamente y extraordinariamente nos rodea? ¿Podemos prescindir de gran parte de estos objetos y máquinas, es necesario? ¿Cómo hacer en lo profundo del hogar, de la casa, la revolución callada, cómo llevarla a cabo en casa, casa que alguien definió como “nuestra forma de resistir a la intemperie”?

Necesitamos refugios frente a la intemperie, claro que sí. Pero ¿estos han de parecerse más a un búnker antiatómico o a una vivienda en el Albaicín granadino? ¿Cuáles son los costes en energía, materiales, ocupación del territorio y destrucción de la naturaleza de nuestros modos de vida imperiales? Dicho de otra forma: de las comodidades que ahora nos parecen deseables en la vida doméstica ¿cuántas son realmente necesarias para una vida buena y cuáles son realmente generalizables para la enorme población humnana que somos -ocho, diez mil millones de Homo sapiens? ¿Podemos concebir grandes viviendas habitadas por poca gente y repletas de electrodomésticos, según el detestable modelo estadounidense del urban sprawl (extensión de lo urbano como mancha de aceite sobre el territorio), para esa enorme humanidad? Sucede que todos los estudios serios disponibles indican que no: la Tierra no da para tanto… La lavadora moderna es una conquista civilizatoria, sin duda, pero ¿ha de haber una en cada vivienda? ¿Por qué no, mejor, unas pocas de ellas, robustas, reparables, sin obsolescencia programada, en un cuarto de limpieza por cada bloque de viviendas, compartidas entre las vecinas y vecinos? Sin un elemento de ascetismo ecologista para el Siglo de la Gran Prueba, estamos perdidos.

 

En su libro Otro fin del mundo es posible, decían los compañeros (MRA ediciones, 2019), habla usted de El siglo de la Gran Prueba, que ha mencionado a lo largo de esta entrevista. Nos habla de crear comunidades de transición dentro de biorregiones resilentes, en un mundo industrial que ya está colapsando. Nos dice que podría ser posible un nuevo comunitarismo no dualista, ecodependiente e interdependiente, alegre y compasivo, combativo y competente, a través de la construcción de la comunidad; de la superación del tribalismo y del metabolismo sustentable. Pone como ejemplo a Sebastián Salgado y a su esposa Lélia, quienes han logrado rehabilitar la naturaleza en el Estado Minas de Gerais de Brasil. ¿Cómo lograr este objetivo cuando, debido a la tecnoidolatría, donde haría falta una revolución ético-política se sigue esperando la salvación por la tecnociencia?

 Los neologismos que van surgiendo en los últimos decenios nos alertan sobre la gravedad del daño que estamos causando: exterminismo, ecocidio, Capitaloceno, desfaunación… No se trata de “proteger el medio ambiente” (como dicen los poderes dominantes conteniendo a duras penas los pujos de risa; ya saben ustedes, nos mean encima y dicen que llueve), sino de aprender a vivir en esta Tierra (como uno más de los wanwu, los Diez Mil Seres de los que nos habla la tradición china). El florecimiento de la vida humana depende de todas las demás formas de vida en el planeta Tierra. (¿Llegaremos a comprender y sentir esto de verdad?). En el plano del ser: holobiontes en un planeta simbiótico. En el plano del deber ser: animales con responsabilidades especiales que tratan de construir una simbioética en el seno de una cultura gaiana. Esta sería mi respuesta, hoy, a la clásica pregunta filosófica ¿qué es el ser humano?

 

“Si yo supiera, oh árboles, como vosotros estar atento a todo mi ser”, escribió Vicente Núñez, a quien usted cita en el Epílogo que ha escrito para el libro Humanismo del árbol de Carlos Edmundo de Ory. Hoy la atención camina junto a la desconsideración. Es decir, nadie presta atención a la atención, ni la considera esencial para la vida. Usted es profesor en la Universidad Autónoma de Madrid. ¿Cómo halla la capacidad de atención de sus estudiantes y cómo logra que desarrollen esta capacidad de atender, de mirar, de escuchar, de detenerse para poder decir, como nos dijo Giner de los Ríos: “En la contemplación de un árbol podríamos pasar enteramente nuestra vida”? ¿Cuáles son las dificultades que halla para lograr esta atención y para desarrollarla en las vidas de sus estudiantes?

Exceso de ruido, exceso de velocidad, exceso de luz eléctrica: en estas tres demasías se condensa y hace evidente nuestra manera errónea de vivir. Pasando rápidamente de un asunto a otro, atrapados en nuestras burbujas comunicativas, desorientados por nuestros sesgos cognitivos y sin prestar atención, la vida se nos escapa. Hablamos de crisis de atención (y leemos estadísticas: según estudios recientes, un adolescente hoy sólo logra concentrarse en una tarea 65 segundos en promedio, mientras que la atención de una persona adulta no rebasa los tres minutos). Pero una crisis de atención es una crisis de amor. Y una crisis de amor es una crisis de humanidad.

 

En Entreser, el segundo libro de su poesía reunida, usted escribe: “Después del vendaval quedarán unas pocas páginas de nuestro asombro./ Unas pocas de nuestro esfuerzo por comprender./ Y unas pocas de nuestro amor./ Eso es mucho, es todo lo que hace falta”. ¿Es el amor el que le mueve en todos los ámbitos de su vida? ¿Podría explicarnos qué es el amor para usted, dónde lo ve reflejado?

El amor es el cimiento sobre el cual puede construirse todo lo demás (como nos muestra, por ejemplo, el poeta Bernardo Santos en su libro Profunda intención, La Imprenta, 2024). Si falla esa base, sólo estaremos anticipando ruinas. Pero concediendo a Eros toda la importancia que tiene -y es enorme-, importa no reducir el amor al enamoramiento, ni siquiera al encuentro esencial con la persona que puede convertirse en compañera de vida. Escribe Paul F. Knitter en Sin Buda no podría ser cristiano (Fragmenta, 2026): “El propósito de la existencia, de toda existencia, la humana y la de todos los seres vivientes, es ser conductos o encarnaciones del esfuerzo del Espíritu por crear una belleza y una unidad cada vez mayores en este marailloso drama que es la existencia. La principal manera en la cual aparece esta belleza es a través de las interconexiones de seres cada vez más diversos… Otra palabra para tales interconexiones vivificantes es la compasión -la bondad amorosa, el amor” ¿Qué haremos cuando casi nada se pueda soportar ya? Quedarán los momentos de belleza, los vínculos de amor y el esfuerzo por no sentir vergüenza ante la mirada de nuestros muertos.

 

“Hay sobre todo una razón/ de fondo/ para persistir en la lucha por la justicia”, escribe usted en un verso. ¿Cuál es esa razón de fondo?

Se puede terminar por citar ese poema de Rengo Wrongo: la razón sería “no dejar en la estacada a los muertos// No permitir que ese caudal milenario/ de esfuerzos y esperanzas/ acabe perdiéndose en arenas estériles/ o en cenegales podridos de la historia// Y al razonar así/ Wrongo suele emplear los términos trabajo/ y sentido/ pero evita cuidadosamente/ las palabras martirio o sacrificio”.

  

Usted escribe: “Me salvó:/ era aún casi un niño./ Encontrar un cuaderno:/ el bosque blanco./ A partir de ahí/ las artes del sosiego/ las artes de la atención/ las artes del silencio”. ¿Así empezó todo? ¿Qué edad tenía usted cuando halló ese cuaderno? ¿Sigue llevando un cuaderno cuando camina? ¿Escribe los versos a mano? ¿Escribe los versos en la mente, al mirar, y luego los salva en unas líneas escritas? ¿Cómo son los procesos esenciales de su creación poética?

 Era casi un niño, sí, tratando de orientarme en los libros y en la escritura. Desde los trece años, esas anotaciones: primero en hojas sueltas, luego en cuadernos. Esbozos de lo que luego llegarían a ser poemas, listas de obras clave por leer, vocabularios que trataba de asimilar, experiencias clave que quería retener; y muchos recortes de periódico. Desde entonces siempre me han acompañado los cuadernos de trabajo (estoy ahora elaborando mis cosas en el número 252, y a esta serie la precedieron papeles sueltos que guardo en carpetas). En esos cuadernos escribo a mano (versos, intuiciones, ciertos desarrollos de pensamienyo) y luego transcribo en los textos de ordenador. Como he explicado en otras ocasiones, quizá lo que diferencia a quien trata de vivir cerca de la poesía sea la calidad de su atención, el empeño de vivir hasta el fondo (vivir viviendo, diría mi amigo Miguel Angel Vázquez), el trabajo de elaboración (consciente o inconsciente) de sus vivencias. Esa clase de personas están siempe de servicio, hasta durante el sueño (algunas escuelas poéticas dirían que sobre todo durane el sueño). En cierto sentido uno vive hacia el poema; pero como esta actitud, las más de las veces, no es fruto de un esfuerzo voluntario, sino más bien un hábito adquirido, la cosa no resulta tan agotadora como podría parecer. Vive así hacia el poema; pero el poema llega, cuaja, cristaliza, se escribe cuando él quiere (o sea, en cualquier momento del día o de la noche, incluyendo la ducha, la duermevela y el autobús). La experiencia del puñado de versos (o a veces el poema entero) escritos a vuelapluma, como recogiendo un dictado, es tan conocida que no vale la pena detenerse en ella. No hay ahí ninguna comunicación numinosa; estamos recogiendo el fruto de lo que nuestra atención y curiosidad sembraron durante aquel vivir hacia el poema.

 

¿Para qué se prepara Jorge Riechmann?

La vida seguirá adelante en la Tierra. Y nosotros seguiremos adelante sólo si somos capaces de reinsertarnos en la red de nuestro planeta simbiótico. Quienes sabemos eso ¿qué vamos a proponernos y qué vamos a hacer? Lo poco que está a nuestro alcance, siendo bien conscientes de la insuficiencia de nuestros actos. Pero sabiendo, al mismo tiempo, que las repercusiones de un curso de acción en un mundo de sistemas complejos, es decir, en nuestro mundo real, son literalmente incalculables; y que el futuro estará lleno de sorpresas. Buenas y malas sorpresas. En una de las conmovedoras cartas que Rosa Luxemburg escribió desde la prisión a Sonia Liebknecht, le decía: “En relación a la revolución social, es preciso tener la misma actitud que en relación a la vida privada: mantener la calma, ver las cosas como un todo y conservar siempre una ligera sonrisa”. De alguna forma, esto no queda lejos del consejo del poeta Adam Zagajewski: “Hay que vivir como si no hubiera pasado nada. Dar largos paseos. Contemplar las puestas de sol. Creer en Dios. Leer poesías. Escribir poesías. Ayudar al prójimo. Hacer la pascua a los tiranos. Alegrarse del amor y llorar la muerte. Como si no hubiera pasado nada”. Frente a la malevolencia cínica (de muy corto recorrido) de quienes se burlan del “buenismo”, permitámonos la intensa alegría que resulta de la solidaridad, la biofilia y la lucha por el bien común. No nos perdamos la alegría de obrar bien.

 

¿Cuáles son sus proyectos?

Sobreponerme cada día a la tentación de dejarse caer, de dar todo por perdido, de ceder a la marea de vileza o al espasmo de la crueldad; seguir haciendo el pequeño trabajo del que uno es capaz, y que debe ser hecho. Günther Anders hablaba de la vergüenza prometeica; aquella que siente el ser humano ante la perfección de sus logros técnicos, la vergüenza de la pobre carne frente al robot. Nunca he sido proclive a ella, pero sí a lo que podríamos llamar vergüenza humanista: la que uno siente ante el terrible fracaso de lo humano.

 

¿En qué confía?

Releyendo viejos cuadernos de trabajo estos días (lo hago para ayudar a la poeta Ariadna G. García en la preparación de una antología de mis poemas que prepara para la colección Letras Hispánicas de la editorial Cátedra) encuentro la respuesta que dirigí a un correo electrónico del investigador David Teira Serrano quien, en junio de 1998, sospechaba que yo confiaba en que la racionalidad ecológica se impusiera por sí sola. Le saqué de su error, precisando que ni siquiera confiaba demasiado en el aprendizaje por catástrofe, y sugerí la siguiente lista de mis objetos de confianza. (A) Confío en la capacidad poética –creadora- del ser humano. (B) En el fondo último de la “resistencia de materiales”, que aparece muchas veces en situaciones extremas, y consigue dar un vuelco a la situación cuando esto parecía ya imposible. (C) En el hilo rojo, que se extravía pero no se pierde del todo, del amor por la igualibertad y el proyecto de autonomía (por decirlo con Cornelius Castoriadis). (D) En que “si no se espera lo inesperado no se lo hallará” (Heráclito de Efeso). (E) En el esfuerzo por que no se cumplan las profecías que se autocumplen, por ejemplo evitando sumarse a rebaños de atontados, inconscientes o criminales. (F) En la estética de la resistencia. (G) En que a veces somos capaces de completar una caricia. (H) En el buen vino y la fruta fresca como viático para la noche oscura. (I) En el auxilio de lo que podríamos llamar la “triple B”: bacterias, bosques y bosquimanos.