una entrevista (gracias a marta montojo)

https://efeverde.com/jorge-riechmann-mayoria-sociedad-negacionista/

 

Jorge Riechmann: “La inmensa mayoría de la sociedad es negacionista”

 

Existen varios niveles de negacionismo climático o ecológico, sostiene el filósofo y poeta Jorge Riechmann, quien va más allá de lo que comúnmente se entiende como “negacionismo” -la negación de que existe un calentamiento global o una crisis ecológica causada por los humanos- para plantear una visión más amplia del concepto.

Un tipo superior de negacionismo, arguye Riechmann, está en el rechazo de los límites biofísicos: es decir, la idea que impregna la cultura dominante de que la economía puede o incluso debe seguir creciendo como si el planeta fuera capaz de reponer sus recursos indefinidamente.

“La inmensa mayoría de la sociedad es negacionista, en este sentido. Aunque sea con disonancias, aunque de vez en cuando uno abra medio ojo y se dé cuenta de que las cosas van muy mal”, señala el filósofo en una entrevista con EFEverde.

“Dentro de ese negacionismo generalizado, vamos adelante”, agrega. “Ampliamos el aeropuerto de Barajas o construimos un mega puerto en Valencia o en otros lugares. Aunque a veces haya lo que los ingleses llaman lip service, discursos dominicales para quedar bien, esa es la senda de productivismo, extractivismo y consumismo en la que está instalada la mayoría de la sociedad”.

En Ecologismo: pasado y presente (con un par de ideas sobre el futuro), un ensayo que acaba de publicar la editorial Catarata, Riechmann analiza la historia y evolución de los ecologismos -donde incluye también al ambientalismo o al conservacionismo- desde los orígenes del pensamiento ecologista hasta la actualidad.

Aunque el análisis es global, repasa los inicios del pensamiento ecologista en España, en el siglo XIX, hasta los recientes debates en el movimiento ecologista, atravesados por las disputas territoriales que ha generado el despliegue de energías renovables y una brecha que se ha agrandado dentro del movimiento ecologista en los últimos años: la que separa las posturas que anticipan un colapso ya inevitable de las posiciones más “posibilistas”, que defienden que aún hay margen para frenar la debacle climática y ecológica.

Riechmann es una de las figuras más conocidas del ecologismo social en este país. Autor de varias decenas de libros de ecología política -entre los más recientes, Simbioética (2022) y Bailar encadenados (2023)-, compagina su incansable tarea como ensayista con la poesía, y las clases de Ética y Filosofía Política que imparte en la Universidad Autónoma de Madrid, donde es profesor titular. También con sus paseos frecuentes por el campo y con su participación en colectivos como Ecologistas en Acción.

Suele ir acompañado de uno o varios libros, además de un cuaderno en el que plasma reflexiones, versos, ideas o esbozos de artículos, que se mezclan con recortes de prensa subrayados y comentados por él mismo. Desde 1983, cuenta Riechmann, ha ido encadenando cuadernos de trabajo. Ahora, en marzo de 2024, va por el número 250.

Aboga por el ecosocialismo, el Decrecimiento –él lo escribe con mayúscula–, que “no va de hacer menos de lo mismo, sino de avanzar en otra dirección”; el ecofeminismo, y la defensa de la «vida buena», pero no entendida en la dirección de los «deseos expansivos» que «no tienen en cuenta los límites biofísicos del planeta», sino asumiendo la autolimitación “para dejar existir al otro (humano y no humano)”.

Así, reivindica perseguir lo que los griegos llamaban eudaimonía. Pero, frente a los ecologismos que tratan de esquivar discursos basados en el sacrificio y despertar el deseo para ofrecer un horizonte esperanzador, Riechmann no cree que pueda haber un «ecologismo consecuente» que obvie al mismo tiempo la necesidad de cierto ascetismo.

La noción de vida buena que hay que cultivar, abunda en su libro, sería aquella relacionada por ejemplo con la riqueza en tiempo, la producción de belleza, la “libertad real”, la igualdad y la comunidad para una vida con «mucha menos enajenación».

En su caso, confía, la belleza la encuentra sobre todo en la poesía y en “la vivencia de la naturaleza” que ha disfrutado desde su infancia. Por suerte, sus padres eran montañeros y aprovechaban cada ocasión para pasear por la montaña. También la poesía llegó a su vida temprano. Con catorce años publicó ya algún poema en Síntesis, una revista de poesía del Corredor del Henares, algo que inmediatamente le “abrió mundos”.

Para él, hallar estos placeres tiene que ver “con esos encuentros clave que nos hacen ver que la versión contrahecha y jibarizada de la vida que nos propone este sistema no es la única, que uno puede ir por otros caminos”.

 

La derrota del ecologismo

Riechmann atribuye parte de la “derrota” del ecologismo a que cediera demasiado ante la promesa del desarrollo sostenible en la década de 1980, cuando incluso el movimiento creía que era posible y cayó en esas “ilusiones” respecto a una idea de transición energética y ecológica que incurre en lo que ahora llama un “autoengaño”.

En esa década, “cuando aún había tiempo”, Riechmann explica que incluso los autores a quienes el Club de Roma encargó el informe The Limits to Growth -especialistas de diferentes disciplinas que en 1972 publicaron aquel famoso informe que advertía sobre los límites del crecimiento- abrigaban esa esperanza de que el sistema se pudiera reformar desde dentro.

¿Habrían sido diferentes las cosas -estaría el mundo ante tal emergencia climática- si el movimiento ecologista se hubiera mantenido firme en posturas anticapitalistas en lugar de abrazar la posibilidad de un crecimiento verde? “Es difícil hacer juicios retrospectivos”, admite el filósofo, pero su impresión es que sí, que se podría haber corregido el rumbo. “En los 70 la situación estaba mucho más abierta de lo que lo ha estado a partir de los 80”, juzga.

Otro error de los ecologismos, apunta en su libro, ha sido el de “tratar de convencer al de la esquina opuesta”. Pero eso no significa que se pueda obviar la cuestión de la hegemonía, pues en este momento “crucial”, donde “nos jugamos todo”, se necesitarán políticas públicas de redistribución de recursos, de freno al extractivismo, por ejemplo, y de reorientación de prioridades para una economía que no sobrepase la capacidad de carga del planeta.

“Pero tú puedes abrigar la ilusión de que esa hegemonía se construye adoptando posiciones moderadas, buscando que los sectores menos ideologizados del campo contrario se pasen al tuyo, o no ceder en las posiciones que para ti son básicas e irrenunciables y a partir de ahí ir ampliando”, aclara.

En este sentido, critica la transformación de los partidos verdes europeos -y en concreto de los Verdes alemanes -sobre quienes Riechmann escribió su tesis doctoral y un libro en 1994- desde una postura anticapitalista y pacifista con la que se fundaron en 1980 hasta adoptar una posición prácticamente neoliberal.

El problema, precisa, no está en los partidos en sí o en la política electoral que estos puedan hacer, pues eso “también es necesario”, admite. “El problema es que el sistema político es extremadamente resistente al cambio y se ha mostrado muy capaz de ir deglutiendo aquellas iniciativas de partido y electorales que querían ir a otro lugar».

Así, “las fuerzas que en el partido verde alemán impulsaban un cambio sistémico se volvieron minorizadas, fueron expulsadas o algunas dejaron el partido, lo que dio lugar a un partido liberal verde”. Esto fue, lamenta Riechmann, especialmente relevante dado el peso que tenían los Verdes alemanes en el resto de formaciones ecologistas europeas.

 

Construir movimiento social

Riechmann, que ha sido detenido y encausado por participar en varias acciones de desobediencia civil no violenta en protesta junto a Extinction Rebellion dada la inacción climática, llama a la movilización como forma no ya de sortear el colapso civilizatorio -algo que no considera realista- sino de evitar que lleguemos a “la peor de las distopías”.

“Los problemas ecológicos son, esencialmente, asuntos sociopolíticos y culturales”, escribe en su último ensayo. “Presentarlos como cuestiones técnicas –así lo hace sistemáticamente la cultura dominante– es un reduccionismo que trabaja a favor de la ilusión de un “capitalismo verde”–pero esa expresión es un oxímoron–. Hoy no necesitamos (prioritariamente) más avances técnicos, aunque algunos de ellos puedan ser bienvenidos, sino otra praxis social. Necesitamos construir movimiento social”.

El ecologismo, valora Riechmann, se ha mantenido casi siempre en una postura más defensiva que constructiva, una tendencia que, de manera general, no ha logrado revertir. “Está intentando detener una insensatez aquí, una locura allá, el enésimo megaproyecto más allá, con fuerzas insuficientes. Entonces intenta articular unas pocas defensas dentro del avance de una mega maquinaria que desde los 1980 no ha parado”.

Sin embargo, hay ejemplos positivos que pueden resultar inspiradores (aunque no siempre puedan trasladarse a otros contextos), entre los que cita los movimientos de reconstrucción indígena o, en lugares como Europa, los feminismos y ecofeminismos desde la década de los 1970, o los movimientos de defensa del territorio.

Pero ¿por qué movilizarse si ya está todo perdido? “Incluso en las peores situaciones, siempre tenemos cierto margen de acción”, asegura el filósofo. “Organizarse para luchar, aunque sea en luchas defensivas, aporta mucho a las personas también. Uno puede estar perdiendo una batalla y aun así eso tiene sentido. La clave es no quedarse solo, no quedarse aislados, aisladas, sino buscar esos contextos de acción colectiva donde se encuentre sentido”.

En las sociedades “básicamente nihilistas” en las que vivimos, opina Riechmann, satisfacer ese hambre de sentido en la lucha por el bien común forma parte de “cualquier clase de vida buena, aunque uno esté en malas condiciones objetivas”. EFEverde