Jorge Riechmann: «No hay que pensar la libertad como un juego de todo o nada»
Jorge Riechmann publica Bailar encadenados. Pequeña filosofía de la libertad, un libro donde se plantea y trata de resolver preguntas en torno a uno de los temas filosóficos más relevantes de nuestro tiempo: la libertad. ¿Somos libres o estamos determinados físico-químicamente? ¿Cómo ser libres en un contexto de limitaciones ecológicas? El filósofo y poeta transita el camino que va desde las neurociencias a las humanidades para responder estos interrogantes.
Por Irene Gómez-Olano
Bailar encadenados, publicado por Icaria Editorial, es un libro escrito en las intersecciones. La intersección entre las ciencias cognitivas y la filosofía es una de ellas. Desde las dudas en torno a la naturaleza de la libertad que nos suscitan las neurociencias y la psiquiatría modernas cabe preguntarse si el ser humano está fatalmente determinado por su propia biología o si, por el contrario, todavía hay un espacio de libertad en su vida biológica.
La intersección entre teoría y práctica es otro nudo importante. Si la filosofía es una reflexión que conduce a la acción y que parte del mundo para volver a él, podemos decir que este libro es profundamente filosófico. La libertad no es solamente un tema abstracto desde el que pensar la vida humana, sino un asunto que nos atraviesa hasta en lo más cotidiano. ¿Soy libre cuando compro en Internet tras haber sido influido por la publicidad? ¿Soy libre cuando decido cómo guiar mi vida en un contexto en el que no puedo elegir no estudiar o no trabajar?
El autor, Jorge Riechmann, filósofo y poeta, es escritor de más de un centenar de obras entre las que destacan algunas como Simbioética. Homo sapiens en el entramado de la vida (Plaza y Valdes, 2022), Otro fin del mundo es posible, decían los compañeros (MRA Ediciones, 2019) o Ecosocialismo descalzo. Tentativas (junto con Adrián Almazán, Carmen Madorrán y Emilio Santiago Muíño; Icaria, Barcelona 2018), por señalar algunas de las más recientes. Riechmann es uno de los investigadores en torno a la crisis ecosocial más destacados de nuestro tiempo.
En su último libro nos invita a adentrarnos en el corazón de la filosofía sin renegar de las otras disciplinas que la hacen posible. En un ejercicio de cortesía intelectual, Riechmann nos ofrece un ensayo difícil de escribir pero fácil de leer. Pero, ojo: aunque su lenguaje sea asequible y comprensible, las consecuencias de su reflexión lo cambian absolutamente todo. Si asumimos, como nos invita a considerar, que los seres humanos somos simios con responsabilidades especiales y que nuestra responsabilidad consiste, precisamente, en hacernos cargo de nuestras limitaciones, debemos replantearnos casi todo de nuevo.
El ensayo propone, además, un punto de vista ontológico concreto. Desde una visión del mundo «relacional y sistémica» según la cual existen sistemas de complejidad creciente que interaccionan entre sí y cuyos elementos también lo hacen, podemos pensar en un mundo que no es una «foto fija», sino un complejo autopoiético. El término griego poiesis hace referencia, precisamente, a la construcción. Vivimos en un planeta repleto de vida que se construye y reconstruye a sí misma constantemente.
Bailar encadenados es un libro que nos invita a ser libres y conscientes de esa libertad, aunque cueste. En un contexto en el que el neoliberalismo utiliza el término «libertad» con barra libre, este ensayo nos introduce en una visión de él más ambivalente y contradictoria. Tendemos a entender la libertad desde un punto de vista positivo, como un derecho que podemos ejercer. No solemos pensar que eso pueda conllevar dolor o esfuerzo, pero lo hace: ser libres es hacernos cargo de todas esas determinaciones que limitan nuestra libertad y de nuestras responsabilidades político-morales.
El hecho es que, aunque yo sea libre, los átomos que configuran mi cuerpo no lo son. O no lo son en el grado de libertad en que yo lo soy; un término que introduce el filósofo y que nos permite salir de la lógica establecida según la cual se es o no se es libre en términos absolutos.
Somos predecibles, dice Riechmann, hasta en un 92 % de nuestras conductas, que pueden ser descritas previamente a que ocurran por la Inteligencia Artificial o los dispositivos de Big Data. Eso quiere decir, ¡que somos impredecibles en un 8 %! ¿No es acaso este pequeño porcentaje un lugar de sobra amplio para ejercer nuestra libertad?
Pregunta.- La primera pregunta es requerida: ¿por qué dar «un salto hacia atrás» para pensar el asunto de la libertad? ¿Por qué este tema es importante en 2023?
Respuesta.- Lo primero sería darnos cuenta que pensar la libertad en 2023 es igual de necesario que hace un siglo, cinco siglos o hace 200 000 años, que es el tiempo que lleva nuestra especie situada en este planeta. Uno intuye que esa pregunta por la libertad y sus restricciones y determinaciones nos ha acompañado a lo largo de todo ese tiempo. Es una pregunta que encontramos desde el comienzo de la reflexión filosófica escrita, una pregunta «de siempre» que en cada momento se va declinando de formas diferentes.
¿Qué sucede en 2023? Encontramos que esa sospecha angustiosa que nos hace preguntarnos si somos libres de verdad o somos, más bien, una suerte de marionetas manejadas por todas esas determinaciones, se nos plantea de manera distinta. Ahora estamos dentro de este mundo de elecciones que pueden ser manipuladas de forma mucho más eficaz que antes a través de herramientas informáticas (recordemos lo que sucedió con la empresa Cambridge Analytica en la primera elección de Trump).
Pero también, de manera más profunda, dentro de la concepción del mundo europea u occidental de los últimos cuatro o cinco siglos, la libertad se vuelve problemática por la vía de la cosmovisión mecanicista, a la base del conocimiento científico. Esta cosmovisión pone en entredicho ciertas ideas de libertad que abrigamos.
En particular, esta sospecha de que no somos tan libres como pensábamos se ha planteado en los últimos decenios por los avances en neurociencias. Teníamos más conciencia de otra clase de determinismos (biológicos, económicos, teológicos) en momentos anteriores, pero ahora tenemos un cuerpo de conocimiento neurocientífico y de psicología cognitiva que lleva a algunos de los investigadores a negar de plano la libertad y, de manera interesante, para algunos de ellos resulta evidente que, entonces, nuestros sistemas judiciales, por ejemplo, deben ser descartados.
Las implicaciones de este determinismo fuerte en forma de «fatalismo» son que, en realidad, el ámbito de la ética y la política pueden dejarse de lado. Si no hay libertad humana, esos ámbitos podemos olvidarlos. Esto, que es un problema «de siempre», es planteado ahora de forma nueva y por eso dedico una parte del libro, al principio, en entrar en diálogo con las neurociencias.
Un ejemplo llamativo del tipo de cuestiones que se suscitan con ese cuerpo de conocimiento nuevo es un estudio emprendido hace unos años en Estados Unidos que analizaba las decisiones judiciales de más de mil procesos de libertad condicional. Se descubrió de forma quizás sorprendente que el mejor predictor de si un juez le concedería la libertad condicional a un preso o lo enviaría de vuelta a la cárcel era cuántas horas habían pasado desde su última comida: los jueces son más benévolos justo después de comer.
Seguramente ninguno de esos jueces consideraría como un factor relevante en su decisión el efecto del azúcar en sangre; hay influencias biológicas subterráneas que nos afectan todo el tiempo, pero normalmente no tenemos ni idea de su existencia. La psicología social y la cognitiva nos hacen tener más en cuenta algunas determinaciones que antes ni siquiera teníamos en cuenta.
¿Tener conciencia de esas restricciones empeora nuestra situación como seres libres? No. Es justo al revés. Solamente si nos hacemos conscientes de esas determinaciones que son reales tenemos opciones de ponerlas fuera de juego (poniendo, por ejemplo, una bandeja de minicruasanes a la entrada del tribunal).
Como dice uno de los aforismos de José Bergamín que, desde que lo leí en la adolescencia, no he podido olvidar, «limitarse no es renunciar, es conseguir». Haciéndonos cargo de las limitaciones podemos ir construyendo autonomía personal y colectiva.
En las primeras páginas de su libro se refiere al miedo que tenemos a ser libres, porque la libertad, como ha dicho, implica deberes morales. ¿En qué consiste este miedo a ser libres? ¿Tenemos miedo a descubrir que no somos tan libres como nosotros pensamos —a descubrir estas limitaciones de las que venimos hablando— o nos da más miedo descubrir que somos libres y que no estamos a la altura de esa libertad?
Si nos da miedo la libertad es, especialmente, por la asociación que hacemos entre ella y la responsabilidad. Si nos hacemos cargo de nuestra libertad, estamos en un campo de juego en el que de repente somos personas con múltiples vínculos con otras personas y seres vivos. Nuestra acción tiene consecuencias. Si pensamos en las cuestiones ecológico-sociales, las repercusiones de nuestra conducta contribuyen, aunque sea a nivel infinitesimal, a generar un problema del cual van a tener que hacerse cargo otros seres humanos y muchos seres vivos durante los próximos miles de años.
Hacernos cargo de lo que sabemos y del daño que hacemos puede ser una cosa algo perturbadora. La mayor parte de la gente prefiere mirar hacia otro lado. Por esta razón digo a menudo que estamos en una sociedad en la que tenemos la situación paradójica de haber acumulado más conocimiento que en cualquier momento anterior de la historia humana, haciendo que sepamos más que nunca, pero no nos hacemos cargo de lo que sabemos. No nos creemos lo que sabemos a escala social. La responsabilidad es función tanto de la capacidad de acción como del conocimiento.
Cuando habla de responsabilidad, me llama la atención el contraste con el propio título del libro que es Bailar encadenados, haciendo referencia a una cita de Nietzsche en Más allá del bien y del mal donde nos describe como seres que están bailando con cadenas. Mi pregunta es: ¿por qué esta metáfora? En un mundo de fuertes limitaciones ecológicas, de injusticia y de enormes problemas sociales, ¿podemos seguir bailando? ¿Debemos hacerlo?
En el libro no solo recojo esta formulación de Nietzsche, sino también esta idea que ha expresado la cantante Concha Buika, que decía en una entrevista: «Somos dependientes del aire, de la comida, de que alguien nos toque para sentirnos vivos. Pero, a partir de que eliges de qué quieres depender, resulta más liviano. Libertad es elegir tus cadenas», decía ella, tal vez sin haber leído a Nietzsche, o tal vez sí, pero llegando por su camino a esta poderosa imagen.
Las cadenas son estas múltiples determinaciones a las que, lo queramos (o veamos) o no, estamos sujetos. Pero no son el tipo de cadenas que se imaginan los fatalistas, que nos tienen completamente inmovilizados en un calabozo, sino que tenemos cierta libertad de movimiento a pesar de ellas. Y, en la medida en que vemos esas cadenas tenemos algo más de libertad.
No hay que pensar la libertad como un juego de todo o nada, sino en términos de grados de libertad. Y esa clase de libertad es real y podemos ampliarla con estrategias de conocimiento, toma de conciencia y construcción de autonomía colectiva y personal, porque, a pesar de que estamos en una cultura que tiende a hacernos creer lo contrario, no podemos contraponer la libertad con la igualdad.
Pero, en cualquier caso, contra esa cultura dominante hay que afirmar los vínculos entre igualdad y libertad. Por eso, hay quien ha propuesto el concepto igualibertad, como el valor básico que una sociedad debería perseguir.
Por otro lado, solamente si nos damos cuenta de dónde estamos en el seno de la biosfera terrestre, de todos los vínculos y nexos múltiples con seres vivos y sistemas, podemos ir a una idea de libertad y emancipación, no respecto a la naturaleza en una senda de dominación —que resulta contraproducente—, sino libertad en la naturaleza, como uno más de esos seres conectados en la red de la vida. Puedo aspirar a ganar autonomía dentro de esa red de la vida, no dominándola desde fuera.
Introduce otra metáfora cuando se refiere a la posibilidad de ser libres en un mundo de limitaciones como ser «un barco que navega de bolina». Se trata de un estilo de navegación que consiste en ir en zigzag en contra del viento y así conseguir abrirse paso por el mar. En un contexto en el que nuestras sociedades van de cabeza al desastre ecosocial, quienes se hacen cargo de esta crisis de alguna forma, navegan un poco de bolina. ¿Cree que esto puede cambiar? ¿O está el movimiento ecologista ‘condenado’ a seguir bolineando?
Siempre nos hará falta bolinear. Incluso si tenemos suerte, peleamos bien y llegamos más o menos en condiciones a una sociedad poscapitalista, nos hará falta ahí también navegar de bolina.
Yo no tengo experiencia directa en navegación, pero como imagen es acertada y poderosa. Si yo estoy en una nave de vela, de entrada navego impulsado por la fuerza del viento. En esa medida soy objeto de fuerzas que me sobrepasan. Pero el viejo arte de navegación ha desarrollado también esta técnica para lograr aprovechar la fuerza del viento navegando contra él.
Es una imagen muy buena para ese desarrollo de la libertad humana no desentendiéndose de las limitaciones, sino comprendiéndolas y aprovechándolas también. En condiciones sociales adversas, probablemente hay que navegar más de bolina que si tuviéramos el viento a nuestro favor, pero una de las cosas que creo que hay que tener claras es que tampoco en sociedades poscapitalistas o posrevolucionarias vamos a vernos exentos de seguir bregando con las cuestiones que plantea la libertad humana. Esa fantasía tan humana, demasiado humana de llegar a un estadio social final paradisíaco donde ya no hace falta ocuparse de casi nada es destructiva.