una indiferencia que se vuelve contra nosotros mismos

Hoy, sólo una indiferencia letal ante la suerte de los otros –el “contrato de indiferencia mutua” que teorizó Norman Geras— explica quizá que sigamos aceptando la siniestra definición de “normalidad” socialmente vigente, sobre todo en los países del Norte.

Cabría conectar la reflexión de Benjamn Constant sobre la “libertad de los modernos”, en los primeros tiempos del liberalismo europeo, con esta letal degradación social presente. Como se sabe, Constant distinguía entre la “libertad de los antiguos” (en la polis griega o la República romana) y la “libertad de los modernos”. Sostuvo que la primera consistía en la “participación activa y constante del poder colectivo”, siendo su objeto “dividir el poder social entre todos los ciudadanos de una misma patria”. Sin embargo, la libertad de los modernos se compone “del goce pacífico y de la independencia privada”, siendo su objeto “la seguridad de sus goces privados”… Se diría que este disfrute seguro de los goces privados acaba conduciendo al tétrico “contrato de indiferencia mutua” de Norman Geras.

Pero semejante indiferencia acaba volviéndose contra nosotros mismos: porque somos interdependientes y ecodependientes.