La mirada de uno de esos anglosajones enamorados de España o, más en general de lo mediterráneo: “Todo lo que necesitas saber sobre España es que, desde las dos horas siguientes al corte de luz en todo el país [el 28 de abril], las playas estaban abarrotadas, las bandas tocaban en cada plaza y la gente estaba en las calles riendo y bailando. Mi pareja pasó junto a una mesa con veinte personas de cincuenta y tantos años que hacían ridículos sombreros de papel de aluminio con antenas encima. Este bendito grupo sólo se detenía para darse vuelta, hacer muecas tontas a los transeúntes, reír histéricamente, luego tomar otra cerveza y seguir con sus labores. El día que llegue el apocalipsis y la sociedad se sumerja en un caos absoluto, alguien tendrá que hacerle saber a Cataluña que eso es algo ‘malo’.”[1]
El sesgo optimista es muy evidente, la idealización de nuestra sociabilidad mediterránea también; y sin embargo hay algo aquí que importa retener. Con la súbita regresión a un mundo no electrificado, y si uno ha tenido la suerte de que el suceso no le encontrara lejos de casa (¡no perdamos de vista la tragedia de nuestra organización territorial y socioeconómica!), se abren grandes oportunidades de una convivencialidad amable, un reencuentro cara a cara con amigos y vecinos que resulta intrínsecamente satisfactorio. Hacia el futuro: en un mundo que se encontrara en un nivel tecnológico muy inferior al actual, pero con igualibertad y buenos vínculos sociales, la vida podría ser muy hermosa.
[1] https://x.com/_brentbaum/status/1917110027397050800