Podemos reconocer la importancia de las totalidades y los sistemas (ser holistas) en lo ontológico, y mantener no obstante el individualismo moral: son las vidas de los organismos individuales las que cuentan moralmente. Especies y ecosistemas tienen sólo un valor moral derivado. Nos importan, moralmente, los centros de sintiencia y consciencia que llamamos individuos. Pero en la naturaleza son sobre todo las totalidades las que cuentan… Aunque nuestra mejor teoría moral sea individualista (o atomista, como decimos a veces), sucede que, ontológicamente, los individuos cuentan poco -¡la realidad es sistémica, evolutiva y relacional! Nuestra mejor ontología no será individualista. (Se basará, más bien, en sistemas complejos adaptativos.)
No entender esto explica, creo, buena parte de los desencuentros entre animalismo y ecologismo –desencuentros que autoras como Catia Faria u Óscar Horta se empeñan en magnificar, cuando lo deseable en mi opinión sería lo contrario: tender puentes y buscar territorios de confluencia. El ecologismo debe ser antiespecista. Y el animalismo no debería dejarse arrastrar a las fantasías de omnipotencia y control que impregnan profundamente la cultura dominante (basadas, en última instancia, en un fundamento energético fosilista que ya se desvanece)… Necesitamos desarrollar ideas no fosilistas de liberación (humana y animal). La propuesta de una intervención animalista positiva generalizada en la naturaleza me parece una utopía ética desmadrada (fuera de madre, de la Madre Tierra en este caso: Gaia/ Gea).
rbyd44_02_art_pb_riechmann_UTOPÍA_ÉTICA_DESMADRADA