Nuestra vida pública es, esencialmente, el reino de la mentira, el autoengaño y la insidia. Lo es al menos por cinco razones: 1) una “mala raíz” antropológica ya que, de manera plausible, la clase de inteligencia que nos caracteriza se desarrolló evolutivamente a partir de las ventajas que proporciona manipular y engañar.[1] 2) El carácter competitivo, excluyente y dominador de la actividad política en sociedades patriarcales y clasistas, que tiende a excluir el respeto por el otro y la deliberación racional que busca acuerdos justos. 3) La necesidad de autoengaño por parte de la gran mayoría de las personas, que viven en situaciones inaceptables pero tienen que reducir las disonancias cognitivas, reconciliarse con la realidad, proteger su autoimagen idealizada. 4) La fragmentación del conocimiento, esa “barbarie del especialismo” frente a la que prevenía Ortega: cerradas comunidades académicas de investigadores que trabajan sobre cuestiones muy concretas con lenguajes cada vez más esotéricos, y privatización creciente de los resultados de la investigación por parte de megacorporaciones sólo pendientes de su cuenta de resultados. Faltan los lugares para la recomposición de esas piezas dispersas en mapas que pudieran servir para orientarnos colectivamente; al mismo tiempo que, como sociedad, el omnipresente internet distribuido en los smartphones nos vuelve cada vez más desatentos, distraídos y superficiales (shallow es el adjetivo que propone Nicholas Carr). 5) La influencia tóxica de la industria del marketing y las public relations (es decir, la industria de la manipulación científica de las “masas”) que se desarrolla en EEUU desde hace un siglo, y ha sido luego exportada al mundo entero.
[1] Dos primatólogos de la Univ. de St. Andrews, Andrew Whiten y Richard Byrne, han propuesto la hipótesis de la inteligencia maquiavélica: “El incremento del tamaño del cerebro, y el consiguiente incremento de la inteligencia, se ven propiciados no por las exigencias del mundo mecánico [relaciones entre las cosas], sino por las del mundo social [relaciones entre los seres que son como yo]. (…) Vivir en grupo entraña nuevas posibilidades y exigencias concomitantes. (…) La primera posibilidad es la de manipular y explotar a los compañeros y, de ese modo, conseguir todas las ventajas de vivir en grupo y tropezar con menos inconvenientes. Semejantes manipulación y explotación se basan en la capacidad de engaño. (…) La vida en grupo también te exigirá ser lo bastante listo para determinar cuándo te están engañando. La consecuencia es una escalada de la inteligencia impulsada por el imperativo de engañar y no ser engañado. (…) Existe otra posibilidad que brinda la vida en grupo: formar alianzas con los semejantes. (…) Para hacerlo deberemos poseer la capacidad de intrigar. (…) Si otros intrigan continuamente contra ti y tú quieres seguir siendo parte del grupo, deberás intrigar continuamente contra ellos. (…) En estos grupos la capacidad de intrigar entraña la necesidad de intrigar. (…) Intriga y engaño son la forma de inteligencia social que poseen simios y monos. Por algún motivo los lobos nunca recorrieron ese camino. (…) Los simios son más inteligentes que los lobos porque, en última instancia, son mejores intrigantes y engañadores que los lobos. De aquí se deriva la diferencia entre la inteligencia símica y la lupina. (…) Nuestra inteligencia científica y artística es consecuencia de nuestra inteligencia social. (…) Beethoven pudo componer la Heroica sólo porque él era el producto de una larga historia natural que giraba en torno a la capacidad de mentir más que ser el blanco de las mentiras, y de maquinar más que ser objeto de maquinaciones. Somos injustos con otras criaturas y nos hacemos un flaco favor a nosotros mismos cuando olvidamos el origen de nuestra inteligencia. No nos salió gratis. Nuestra complejidad, nuestra modernidad, nuestro arte, nuestra cultura, nuestra ciencia, nuestras verdades, nuestra –a nuestro modo de ver– grandeza: todo ello lo compramos, y la moneda utilizada fue la intriga y el engaño. La maquinación y la mentira son la esencia de nuestra inteligencia superior, como gusanos enroscados en el corazón de una manzana.” Mark Rowlands, El filósofo y el lobo, Seix Barral 2009, p. 77-81.