http://www.lyracompoetics.org/pt/poesia-e-resistencia
Ahí escribía Miguel Casado:
Sí, la poesía es una forma de resistencia. Lo es siempre, por definición.
Pero habría que situarse un poco para desarrollar esta idea. Cuando vinculamos poesía y resistencia, generalmente estamos pensando en la poesía de intención política; sin embargo, yo preferiría, por un lado, una mirada más general, más abarcadora; por otro, me parece necesaria una pregunta previa acerca de ese carácter político.
Cuando pienso la vinculación poesía-resistencia, pienso primero en una resistencia existencial. Es decir, en cómo la poesía busca, construye lugares en los que sería posible sentir el pulso de la existencia; donde se podría acoger un sentido, más allá de la falta de sentido; donde sepodría vivir. El poema como lugar habitable.
Quizá solo en el artificio de la argumentación sea posible separar ese espacio solitario, en que cada uno ventila las cuentas con su propio existir, de un latido político, colectivo. Pero me parece importante poner la resistencia en primer lugar ahí, donde la identidad se juega, se construye o se disuelve, donde cada uno debate consigo mismo si le es posible –o en qué condiciones, o con qué movimientos y cambios– decir yo.
Si luego paso a preguntarme por la poesía de intención política, me asalta la convicción de que la poesía no es cosa de temas. Creo que el valor político que tiene, sin duda, la poesía no aparece más incisivamente cuando habla de política, cuando analiza problemas políticos o sociales, que cuando habla de otro asunto cualquiera. Que la potencia política de la poesía es igual a su potencia poética, hable de lo que hable.
No es fácil explicar esto en el marco que ofrece un cuestionario; prefiero siempre ir a los textos, en vez de hablar en términos generales, y eso no es posible aquí. Partiría, en todo caso, de la experiencia de que el poder, el sistema, la dominación de clase –llamémoslo de cualquier modo en que podamos entendernos– trabaja de manera preferente en el campo del lenguaje: moldea la lengua para dar sentido a sus lógicas, para hacer impensables otras lógicas que se le opusieran, esconde y falsifica la realidad, termina determinándola a través de las palabras. Y que este trabajo permanente de control y modelado de la lengua es el principal de sus mecanismos de control social y político, por encima de los económicos o los policiales. Aquí sería muy útil poder analizar con calma cómo ha evolucionado el viejo concepto de «sentido común» hasta nuestros días, o detenernos en cómo usaba Breton la metáfora de la jaula en el Primer manifiesto;me conformo con mencionarlo.
Para mí, el valor que tiene la poesía como espacio de resistencia política arraiga ahí. Dicho muy rápidamente: entiendo la escritura como la búsqueda de un lugar de lengua-mundo personal que, según lo anterior, solo podría darse como crítica de la establecida. En la medida en que el control del lenguaje es político, el poema siempre es también político, incluso si la conciencia del poeta, su ideología, no lo reconocen. Toda verdadera poesía es un atentado contra la dominación, un gesto de resistencia.
Si pienso en la escritura concreta, solo me interesan aquellos poemas en que la reflexión política se integra en un flujo existencial, indistinta de la intimidad o el paisaje, de las lecturas o los sueños, los trabajos o los días.
Por ejemplo, un poema reciente: la secuencia VI de Le jardin d’encre [El jardín de tinta], obra todavía en curso, de Bernard Noël.
Y ahí escribía yo:
Si uno piensa que la poesía no tiene una función, sino muchas –aceptemos provisionalmente que esta perspectiva más o menos instrumental resulta adecuada para la poesía, lo cual podría cuestionarse a su vez–, resultaría extraño que la poesía supusiese siempre y en todo contexto una forma de resistencia. No hay más que pensar en la distancia que media entre el “yo celebro” de Rilke –donde el poeta pronuncia algo así como un sí extático frente a la existencia y el mundo, a pesar de los aspectos tenebrosos, crueles y abismales que no se desconocen— y la sobrecarga significante de los poemas bajo condiciones de dictadura política –cuando vehiculan, por ejemplo, informaciones, opiniones, reflexiones y esperanzas que en una sociedad más abierta aparecerían en la prensa–. Sin duda, en diversos contextos la poesía sí que puede ser una forma de resistencia. Resistencia, por ejemplo, frente a la clausura de horizontes de sentido; frente a la tendencia a dejarnos caer a lo más bajo de nosotros mismos; frente a la identificación de lo dado con lo posible que propone el pensamiento único (there is no alternative); frente al nihilismo y la apología de la dominación que segrega, a modo de exudado cultural, el sistema socioeconómico dominante (el capitalismo neoliberal, fosilista, financiarizado y globalizado); frente a las tentaciones de la servidumbre voluntaria, el cinismo y la desesperanza.
Hacer arte y artesanía con el lenguaje nos enseña –debería enseñarnos— a hacer arte y artesanía con la vida, puesto que somos seres medularmente lingüísticos. Y ésta última es una tarea inesquivable… Nuestra vida, señala Zygmunt Bauman, “tanto si lo sabemos como si no, y tanto si nos gusta esta noticia como si la lamentamos, es una obra de arte. Para vivir nuestra vida como lo requiere el arte de vivir, como los artistas de cualquier arte, debemos plantearnos retos que sean (al menos en el momento de establecerlos) difíciles de conseguir de entrada (…). Tenemos que intentar lo imposible.”