PRINCIPIOS PARA UNA BIOÉTICA COMO SI LA VIDA IMPORTASE -patchwork
Con la participación de Néstor Esteban, Álvaro Gómez Alcántara, David González Álvarez, Nathalia González Soto, Martina Gozalo, Sergio Martínez Botija, Mariana Muñoz, Andrea Oviedo, Jesús Pinto, Pablo Romero, Adrián Santamaría, Juan Carlos Urquía (estudiantes de 4º curso del Grado en Filosofía de la UAM).
- Pensar sistémicamente y evitar los reduccionismos innecesarios. Intentemos no ser reduccionistas. Ello no quiere decir que tengamos que ser unos hegelianos, ni mucho menos. Más bien, se trata de no ver siempre un fenómeno aislado: a veces puede ser correcto y pertinente, sin duda, pero sospechemos de esta actitud por sistema -nunca mejor dicho- para no incurrir en miopías indeseables. Quizá ésta fue la gran enseñanza de Manuel Sacristán. El que tengamos que ser sistémicos no quiere decir, por cierto, que no quede lugar para la (bio)ética, sino que hemos de contextualizar su discurso y saber identificar las condiciones de realidad desde las que se está hablando.
- Comprender y autocomprendernos sub specie aeternitatis. Este principio es muy general, a la vez muy moderno y muy del final de la Modernidad: está entre lo interno y lo externo, lo pequeño y lo total, lo continuo y lo discontinuo. Si es lo primero (muy moderno), es porque su formulación es claramente spinozista: “El amor intelectual del alma hacia Dios [o naturaleza] es el mismo amor con el que Dios se ama a sí mismo, no en cuanto que Dios es infinito, sino en la medida en que puede explicarse desde la esencia del alma humana, considerada desde la perspectiva de la eternidad, es decir, el amor intelectual del alma hacia Dios es una parte del amor infinito con que Dios se ama a sí mismo [las cursivas y subrayados son míos]”[1]. Esto implica muchas cosas, la primera es que hemos de adoptar una perspectiva epistemo-ontológica que supere la división sujeto-objeto, humano-animal, humano-naturaleza, técnica/ cultura-naturaleza; es por esto que es también un principio ampliamente tardo- o epi-moderno, ya que en este final de la Modernidad lo que se está poniendo en juego es una superación de estas dicotomías. Pero, también, el entender-se sub specie aeternitatis supone una superación del individualismo, pues supone una invitación a pensarse como dentro de una totalidad: como un modo de la eternidad. Una eternidad que puede ser de historias y narraciones, y que se prolonga en el tiempo y el espacio; o una eternidad de los múltiples entes que habitan el universo, vivos o no; o del paso biológico, geológico, solar y universal del tiempo.
- Articular los saberes científicos hacia un enfoque transdisciplinar. La presencia de planteamientos teóricos como la teoría Gaia de mano de autores como Carlos de Castro evidencia el potencial posible que puede alcanzar una teoría que sepa articular saberes de diversas disciplinas, cosa que la teoría Gaia logra al aunar física, biología, termodinámica, ecología, teoría de sistemas, entre otras.
- Tomar conciencia de la condición humana. Quizá no podamos decir en qué consiste, en abstracto y de forma esencialista, algo así como la “condición humana” (término pomposo allá donde los haya). Pero sí sabemos, más o menos, que somos simios averiados: finitos, inter- y eco- dependientes y que viven a su vez en un planeta finito y con recursos limitados. Habremos de tomar conciencia de ello, con las consecuencias que tiene hacerlo.
- Reconocer los límites biofísicos de nuestro planeta y cómo la actividad humana los ha sobrepasado. Nuestra actividad, ligada a la noción de progreso-desarrollo, y la comprensión de esta como perteneciente a la serie “+ consumo = + producción = + progreso”, ha traído consigo una pérdida de conciencia social al respecto de los límites que presenta el planeta del que formamos parte. En efecto, nuestro planeta no puede soportar la carga que supone este crecimiento exponencial sin límites por el simple motivo de que, materialmente hablando, la Tierra tiene límites, límites que ya se están sobrepasando en nuestra situación actual no solo con la explotación y obtención de recursos, sino también con otro factor clave que el ideario del progreso no tiene en cuenta: la generación de residuos. La Tierra, como cualquier otro sistema vivo, tiene procesos de reciclado que funcionan adecuándose a la actividad de los organismos que se desarrollan en ella. Sin embargo, el ser humano ha ido generando exponencialmente cada vez más residuos que en muchos casos no es que la biosfera no tenga tiempo de reciclar, sino que, de hecho, no puede, pues los compuestos de nuestros residuos no son asimilables por el sistema vivo que conforma la biosfera.
- Sustituir el antropocentrismo androcéntrico por biocentrismo, con todo lo que ello implica. Biocentrismo implica poner la vida en el centro y hacerlo consecuentemente. De lo contrario hasta las teorías más excelsas pueden permitir su destrucción y hasta aportar herramientas para ello, destrucción que es también la de los seres humanos. A pesar de que el respeto ante la vida no parece ser innato, o si lo es, es posible modificarlo para lo contrario (nosotrxs somos la prueba de ello), hay múltiples motivos para desear un biocentrismo que van desde cuestiones prácticas que refieren a la supervivencia del planeta y de la propia especie, cuestiones que -cabe suponer- son las que reconoce la razón (y más dado el momento histórico en el que nos encontramos): científicas, pero también espirituales, existenciales, biográficas… Lo relevante en un cambio como éste son las implicaciones que conlleva, como por ejemplo el hecho de que lxs que formamos parte de Occidente tengamos que ajustarnos en la práctica al nuevo paradigma modificando gran parte de los cimientos de nuestro ideario y cosmovisión. Entre las sustituciones a realizar podría estar cambiar nuestra imposición de nuestra construcción de la noción de “SER” por la asunción de un “ser-con” mucho más realista. Optar un biocentrismo implicaría también ampliar la comunidad moral cambiando los valores asociados a ella y construir, en definitiva, una concepción de la realidad en la que toda ésta no tenga que sostener espejos que reflejan al Hombre Blanco. Destruir los espejos implica transformarlo todo, incluida la forma de conocer con su lógica y metodología implícitas, por un conocimiento que se deje rectificar por la vida y que sea sumamente cauteloso, es decir, que lo seamos nosotrxs. Implica también asumir que si dejamos entrar a más seres vivientes en nuestra comunidad moral, es probable que acabemos por desmontar la casa entera rescatando únicamente algunos elementos que, combinados con otros, puedan construir una nueva bioética menos perjudicial para todxs. Así, pienso que biocentrismo supone en última instancia abandonar esta “soledad obstinada”, como diría María Zambrano, que nos llena de soberbia, cambiándola por un saberse en común en un todo (que es distinto que poseerlo).
- De aquí se seguiría, como un subprincipio, reducir al mínimo posible el sufrimiento de todos los seres sintientes. Incluir en nuestra consideración moral no ya sólo a todos los seres humanos, sino a todo ser sintiente, pues estos son también pacientes morales. Evitar cualquier sufrimiento innecesario, producido de manera directa o estructural. Hemos de tener en cuenta que “vida ≠ vida humana”: este punto sugiere que habremos de replantearnos la cuestión de los pacientes morales y el antropocentrismo. Deberemos asumir, igualmente, nuestra eco-dependencia con nuestro entorno. La vida es inteligente en sí misma; los sistemas vivos se auto-organizan y auto-reproducen, pero saber esto no implica pensar que los seres humanos tengamos derecho a actuar sin asumir las consecuencias porque los propios sistemas vivos se recuperarán por sí mismos. Tomar esta postura implicaría colocar al ser humano en el centro, entender el mundo desde una perspectiva antropocéntrica extremadamente miope, cuando la realidad es que todo lo vivo tiene su importancia y forma un todo complejo interdependiente. Por ello hay que considerar al ser humano como un miembro más de ese conjunto de comunidades bióticas que juntas componen la Tierra como un gran organismo vivo (Gaia).
- No pensar bíos y zoé en contraposición. Concebir la distinción elemental entre estos dos términos como una distinción entre, por un lado, la bíos como los modos de vida que referirían específicamente al ser humano, y por otro lado, la zoé como la vida, en común, de todos los animales. La idea que se extrae de estos dos términos sería pensar en la bíos del ser humano como englobante de su zoé.
- Pensarnos como animales con responsabilidades especiales. Si atendemos a los límites biofísicos y al proceso de coevolución, se nos impone la necesidad de reinterpretar la noción del ser humano, acercándonos a una noción que lo entienda como un animal inmerso en el mundo del que forma parte, relacionado con el mismo y con el resto de seres vivos que forman parte de su entorno, e incluso también estrechamente ligado a las condiciones físicas del mismo, en la medida que adaptamos y nos adaptamos al entorno a la par que el resto de animales. Entendernos como conformantes de este mundo supone, por tanto, entender nuestra naturaleza en sintonía con la biosfera. Pensar más allá del antropocentrismo no quiere decir desconocer la singularidad humana ni situarse más allá de la responsabilidad, pues somos “animales con responsabilidades especiales”; en la medida que tenemos la capacidad de transformar el entorno hasta el punto de colapsarlo, debemos responsabilizarnos de esta potencialidad, y actuar de forma verdaderamente coherente con nosotros mismos, esto es, de acuerdo con nuestra situación en el mundo. En este sentido, pues, en la medida en que la economía, la cultura y la política hegemónicas se han desarrollado en contra de las bases materiales que sostienen la vida, y que la vida humana se inserta en un medio natural del que forma parte y con el que interactúa para satisfacer las condiciones de su existencia, se hace necesaria la toma de responsabilidades por parte de los seres humanos en general, y en particular de aquellos seres humanos que han mantenido una posición de dominación y explotación global. En otras palabras: se hace necesario la toma de conciencia del ser humano como un animal con responsabilidades especiales, ligadas a su capacidad de adaptación y transformación del medio, la cual ha sido sobreutilizada por los modos hegemónicos de explotación de los medios materiales necesarios para la vida.
- Cuidarnos entre nosotrxs. Hemos de ser capaces de preparar una morada en la que quepan lxs otrxs, sabiendo que sin su participación no es posible tal tarea. Cuidar no tiene un significado unívoco, salvo tal vez el de tomar en cuenta a lxs que no son yo a la vez que reconozco su implicación en mi constitución misma. A nivel contextual y referido a nuestro tiempo y a las comunidades humanas, opino que el cuidado requiere hoy especialmente aprender a ceder la palabra sobre todo por parte de los que la tienen todo el tiempo, sin que ello constituya un drama para el que la cede. Éste es el acto básico de consideración que revienta por los aires la reducción del otro a la nada. Por otro lado, cuidar es además tomar consciencia de que en un mundo de relaciones y no de seres aislados nadie se vale por sí solo y de que, por tanto, todos somos dependientes y frágiles. De nuevo se trata de atender a las relaciones existentes entre seres vivos y de ser consecuentes a nivel ético con nuestra co-dependencia y co-existencia. El aprender a ver, que es también aprender a esperar, es muy relevante en lo que al cuidado respecta, ¡bien lo saben lxs que cuidan de plantas!, así como el saber ser precavidx.
- Ecofeminismo. El ecofeminismo ha traído una concepción del ser humano como un cuerpo vulnerable y finito que hay que cuidar a lo largo de toda su existencia, y de forma más intensa en algunos momentos del ciclo vital. Entiende la vida humana como inserta en un medio natural del cual forma parte y con el que interactúa para obtener lo necesario y así mantener sus condiciones de existencia. En palabras de Yayo Herrero “sólo unos cuantos individuos -mayoritariamente hombres- pueden vivir como si flotasen por encima de los cuerpos y de la naturaleza, pero la política y la economía se han organizado como si ese fuese el sujeto universal”. Esta universalidad fingida bebe de esa noción de un sujeto atemporal y trascendente, y pretende obviar estas condiciones para la vida que el ecofeminismo muestra claramente. De esa forma, pues, el ecofeminismo pretende promover una cultura basada en la suficiencia de lo material, es decir, que tome aquello que es necesario para la vida material de los individuos sin sobreexplotar-como bien hace el tardocapitalismo- los recursos que se encuentran en el planeta. Para ello, pues, se impone sin duda este principio por el que concebir la necesidad de concebir al ser humano como presente, corporal y necesitado de cuidados.
- Retirarse efectivamente (o dar espacio). La idea es sencilla: retirarse para permitir que lo que estamos pisando viva, quitarle el peso de encima para que florezca. Se dirige a todxs lxs que hemos tomado más espacio del que nos corresponde, lo cual sólo puede haberse hecho imponiéndonos con agresividad sobre lxs demás –que no están de más-. Retirarse nace de la consciencia de que no todo vale “a costa de”, no todo vale a costa del genocidio y asesinato en masa de formas de vida. El mundo no se posee, en el mundo se co-existe.
- De aquí se seguiría también el principio de contar con las generaciones futuras. Dejar un planeta habitable para las generaciones futuras, pues estas lo requieren igual que nosotros, y son dignas de la misma consideración moral que las generaciones presentes y vivas
- Controlar nuestra natalidad. Aunque es cierto que nuestros problemas demográficos no serían tan graves si hubiera un reparto de la riqueza más razonable que el actual, no es menos cierto que no nos lo ponemos fácil si la población total sigue creciendo a este ritmo. Por ello, sería razonable que, al menos durante unas generaciones, cada ser humano no pudiera engendrar más que un individuo; es decir, que en el peor de los casos la población mundial se mantendría estable. Sin querer entrar en muchos específicos, una consecuencia razonable de este planteamiento sería que una pareja de padres –del género que fuesen– podría engendrar hasta dos hijos, aunque siempre podrían adoptar el número que quisiese. (Si bien el principio permite, teóricamente, una demografía estable a lo largo de varias generaciones, el efecto previsible sería el decrecimiento general, puesto que, ya fuera por efectos de concienciación o por otros, sería de esperar que muchas personas decidieran no tener el hijo que se les permite tener.)
- Escuchar para incluir de forma efectiva. Aprender a ceder la palabra no basta si no se pretende escuchar al que habla. Se trata de incluir a lxs otrxs en el discurso, pero de incluir su voz y no la nuestra hablando por ellxs. Y allí donde no llega la empatía -porque no llega el oído y la imaginación pierde potencia- ha de llegar la sensatez. Escuchar fuera de la propia lógica (no todo lo escuchable va a ser claro y distinto) para construir un mundo diverso que no obligue a lxs demás a doblegarse para conseguir que les prestemos atención, escuchar también para descolonizar, para establecer relaciones dialógicas y no dialécticas. Esto implica que las políticas que se hayan de aplicar han de incluir las reclamaciones y necesidades de las diversas formaciones culturales de la tierra. No es lo mismo las necesidades del pueblo indígena Maxacalí (cuyo hábitat están aniquilando las industrias madereras) que las necesidades de un ciudadano occidental. Todas las representaciones culturales han de tener su voz en el proyecto; por eso ha de reclamarse actitud de reconciliación entre el gran abanico de ideas que pueden llegar a darse. El diálogo y el respeto son las herramientas necesarias para reconciliar todas las peticiones que harán posible un consenso global para las medidas de conservación y cuidado a las cuales se aspira construir.
- Cooperar más que competir. La firme creencia de que los individuos están llamados a luchar entre sí para acceder a los mejores puestos, bien en la escala evolutiva, bien en la escala socioeconómica, ha movilizado toda una corriente de pensamiento ideológica centrada en la lucha entre las partes. Esta creencia sigue siendo firme en nuestros días, y ha encontrado un nuevo sustento en el ideario del progreso, sólo posible ahora gracias a la “libre competencia” de las personas que luchan y dan lo mejor de sí para sobreponerse a otros. El trasfondo de este ideario reside precisamente en la idea darwinista de “la supervivencia del más apto”. Los estudios de Lynn Margulis demostraron, sin embargo, que la evolución no se había dado tanto por competencia, sino más bien por cooperación. Esto es lo que muestra su teoría de la endosimbiosis seriada, la cual describe el origen de las células eucariotas como consecuencia de sucesivas incorporaciones simbiogenéticas de diferentes células procariotas. Así, frente a todo un sistema atrapado por la firme creencia de que sólo podemos crecer si luchamos, Margulis planteó la idea de que, en realidad, es gracias a la cooperación por lo que los organismos han llegado a ser lo que son hoy en día. El ser humano, desde luego, no es una excepción, y es que frente a los denominados “estados de naturaleza”, los estudios que se llevaron a cabo desde el psicoanálisis en adelante demostraron que, desde que el ser humano es ese pequeño animal humano llamado infante, necesita del trato con los otros, de sus relaciones sociales, para crecer y volverse “autónomo”. Lo cierto es que nunca llegamos a ser autónomos del todo; por el contrario, somos interdependientes unxs de otrxs.
- Construir comunidad (G. A. Cohen). Deberíamos aceptar como formas de vida válidas sólo aquéllas que puedan ser universalizadas para toda la humanidad, y cuya universalización pueda ser sustentable. Preocupación por los demás: cada uno ha de estar dispuesto a ayudar a los otros, sabiendo que estos estarán dispuestos en el futuro a ayudarle…
- Tratar de realizar la igualdad de oportunidades socialista (G. A. Cohen). Actuar sobre la desigualdad en todos sus planos posibles, desde la que se da en el reconocimiento hasta la desigualdad de recursos. Permitir las mismas oportunidades de realización y vida buena para todos.
- Cerrar los ciclos. Éste es un principio para toda acción humana. Lo que pretende es sintetizar unas cuantas cuestiones ecológicas en una perspectiva ética. Se trata, así, por un lado, de adoptar esa máxima de la permacultura y tratar de obrar reconociendo los límites marcados por la vida y el medio en que se desarrolla, cerrando todos los procesos relativos a la producción, consumo y generación de desechos de forma que adopten la estructura propia de la circulación de materia y energía dentro de un ecosistema, la cual nunca es lineal. Esto parte del reconocimiento de que habitamos un superorganismo (Gaia) que consiste, precisamente, en el continuo cierre de ciclos que le permiten degradar el gradiente termodinámico producido por el Sol. De ello se deriva otra cuestión quizás central y es que obrar de esa forma conlleva el atender a una limitación de la acción humana. Por tanto, es un principio que establece una guía para la acción y, a la vez, su límite. Es, por decirlo así, un mapa con los senderos ya trazados en él. La limitación la marca la termodinámica de sistemas complejos. Según ella todo lo vivo (y cosas que no lo están), ya pensemos en un organismo, un ecosistema o el planeta Tierra entero, está alejado del equilibrio termodinámico. En un sentido muy general, la acción humana, sobre todo en los últimos tres siglos, ha consistido en promover lo contrario: empujar toda la vida y el entorno de lo vivo hacia el equilibrio termodinámico. Es este el límite definitivo de toda acción.
- Hacernos cargo de nuestra propia mierda. Tampoco se puede hacer una bioética como si la vida importase sin atender a la cantidad de basura (en el sentido más amplio del término: sirva éste para designar la catástrofe ecológica en la que nos hallamos) que generamos, y las consecuencias que ello acarrea. Habremos de hacernos cargo de nuestra mierda, por lo tanto, para poder hacer una bioética que no sea bióetica como encubrimiento o algo por el estilo.
- Habitar el espacio de la técnica y de los artefactos como lugares de posibilidad para la agencia, la vida buena y el bien de ti mismo y de los otros. Este es un principio que introduce una consideración sobre la técnica y el uso de ella habida cuenta del “gran Otro” que es la naturaleza. De hecho, es una manera de quebrar la distinción entre técnica y naturaleza de una forma no reduccionista. Se trata de entender la técnica humana (y animal) como el modo en que determinada especie se las ha con el mundo. El mundo para el humano (y para otros seres de capacidades análogas) se da siempre mediado técnicamente. Esto se debe a que los artefactos y la técnica son centros de agencia, aperturas de posibilidades. Como centros de agencia y de posibilidad, los artefactos son lugares donde se pone en juego el compromiso, donde se reclama la racionalidad y el cuidado; dado que, aunque por ellos se abran todas las posibilidades imaginables, es por esa razón por la cual hay que haberse con ellos con la precaución suficiente como para no negarlas todas. Por eso, este principio llama a crear con los artefactos la posibilidad de una vida buena para todos los seres. Se llama, así, a no eludir la condición eminentemente técnico/ cultural del ser humano y a no desdeñar la cuestión de que el ser humano no puede sino mediar su realidad con la técnica y con los artefactos, pero también a entender la necesidad de comprometerse con esta condición y entender todos sus límites.
- Aprender a vivir a varios ritmos y a caminar. Desplegar una forma de relacionarse con uno mismo que nos inserte en el entorno que habitamos y nos subjetivice de acuerdo con él. Así, frente a la aceleración cada vez mayor que trata de imprimir el proceso general de producción y consumo sobre los individuos y sociedades, a raíz de la colonización del sistema turbo-tardo-capitalista de las formas de la interioridad (el clásico “no hay afuera”), lo que este principio promueve es una apuesta por la ralentización y rarefacción de la propia vida individual. El comportarse con respecto a la propia vida como quien, teniendo todo el transporte público disponible, un automóvil y poco tiempo que perder, decide ir andando a través de la lluvia en un amplio trayecto. Aunque esto no constituya un genuino afuera al capitalismo, sí que termina insertando al individuo en su entorno, en la naturaleza, sea esta cual sea. Retirarse a una cabaña en el campo (Heidegger y tantos otros), en definitiva, es un gesto burgués que tiene un tiempo dispuesto y previsto dentro de toda la aceleración y que entra dentro de la lógica del sistema capitalista. Pero el contacto con la propia ciudad y su dureza, con la expresiva quietud de los árboles urbanitas y el insulso y monótono vuelo de las palomas, introduce a uno en una relación con su entorno y con esa “naturaleza” -a la que dice escaparse la gente de pueblo que trabaja en la gran urbe- de mucho mayor recorrido y con mucha mayor amplitud. Este principio, entonces, tanto como un cuidado de sí, es también una forma, ni original ni nueva (ya de ella nos había hablado un conservador como Baudelaire en plena revolución industrial), de acercarse al mundo, de conocerlo y de subjetivarse en relación con él. La cuestión es que los límites del caminar también señalan algunos límites a la acción que, por ello, se vuelve local. Los límites de lo local son los límites del paseo (ya lo decía un sabio griego).
- Fomentar de modo prioritario el contacto con la naturaleza y con la vida. Una alta prioridad de todo sistema educativo pasa por promover los valores que como sociedad se defiende. Aunque los meros razonamientos pueden llevar a una persona a entender la constelación de valores que se han ido defendiendo en este escrito, su asunción entusiasta pasa por ofrecer maneras de vivirlos. Por tanto, el aprendizaje de la vida y la naturaleza será fundamental: ya no sólo desde un punto de vista teórico, sino práctico, haciendo accesibles a todo el mundo rudimentos de agricultura, por ejemplo, entre otras enseñanzas que logren hacer entender y sentir a las nuevas generaciones tanto el funcionamiento como la importancia de la tierra y la vida. Estos programas, seguramente, no deban ser tan solo accesibles, sino también obligatorios: imaginemos el equivalente a un servicio militar obligatorio en el que todos los jóvenes tienen que trabajar u determinado número de horas de campo. Cabe señalar que la enseñanza de la importancia de la vida no sólo debe incumbir aspectos de respeto, conocimiento y amor por el resto de seres vivos y el planeta; no hay que olvidar que el trato de humano a humano es, muchas veces, aún más complicado
- Respetar lo viejo y antiguo, propio y ajeno, más cercano o más lejano. Este principio nos orienta ya hacia el pasado y hacia nuestra relación con él. Y en ese pasado cabe toda la historia humana, pero también la historia de la vida propia, ajena o general. La relación con el pasado ha de ser de respeto. No se trata de que cualquier tiempo pasado fuera mejor, sino de entender la acción humana como inserta en esa trama inmensa de tiempo ya sido y que se vuelve sobre nosotros como una necesidad inmensa de justicia (sobre todo ese pasado que grita por bocas acalladas). Esto conlleva el abandono definitivo de un ideal de progreso, que se erige siempre sobre un menosprecio de lo sido y como una sobreestimación de la inteligencia y la imaginación como determinantes de la acción por encima de la memoria. Los recientes descubrimientos en teoría de las emociones y de las razones nos muestran que el papel de la memoria es crucial. Es por ella como podemos decir que tenemos una razón para actuar o sentir tal cosa, porque nos garantiza un relato en que ella se haya inserta. Es por ella que nos decimos “yo” a nosotros mismos. Así, en relación con la totalidad de la humanidad, la memoria como, y la memoria de, especie es tremendamente importante, y hace depender de todo el relato general de la vida la acción colectiva de la humanidad. Una humanidad con memoria de especie se sabe resultado de la evolución y se piensa como dependiente de la trama general de la vida. “Respetar lo antiguo y lo viejo” podría traducirse como “saber mirar bien a un olivo centenario o el cielo nocturno o las ruinas de otras culturas ya periclitadas y olvidadas”. Las sociedades han de construirse como monumentos a todas las memorias y respetar incluso las memorias de los que perdieron y no pudieron dejar a nadie sus recuerdos, la memoria incluso de los que no pueden recordar o, pudiendo hacerlo, nunca nos podrán dejar sus recuerdos. Muertos, represaliados, perseguidos, marginados, seres sin habla: víctimas de todas clases nos piden que les recordemos…
- Ser anticapitalista, feminista, ecologista y pacifista. Todos los principios ético-políticos anunciados anteriormente acaban derivando en uno solo que los sintetiza. A saber, la superación del capitalismo. No se puede hacer una bioética como si la vida importase en el interior de este sistema económico y la cosmovisión y las consecuencias que acarrea.
- No se puede estar de acuerdo con estos principios si no se practican –o si no se intentan practicar- de hecho, ya que adquieren su sentido en la praxis. Así, “acogerlos” sin practicarlos es lo mismo que no acogerlos o, aún peor, similar a apropiarse de ellos anulando su efectividad. Este principio señala cómo se deben entender los demás remitiendo a una concepción del conocimiento, por otro lado nada novedosa, que exige coherencia entre el experimentar, el saber y el vivir.
[1] Spinoza, B. (2011). Ética demostrada según el orden geométrico. Madrid: Alianza. p. 453.