Queriendo hacer el bien, a veces se hace el mal. Queriendo hacer el mal, a veces se hace el bien. No hace falta un doctorado en Teoría Avanzada de los Sistemas Complejos por el Instituto Salk de La Jolla, California, para averiguar esto: lo sabemos por sociología elemental desde hace un par de siglos. Los fenómenos sociales son efectos de agregación, decía Raymond Boudon: y estos efectos pueden no ser buscados por los agentes. Max Weber lo llamó paradoja de las consecuencias; Karl Marx insistía en que los seres humanos hacen la historia, pero no saben que la hacen; Adam Ferguson dictaminó que la historia es el resultado de la acción humana y no de la intención humana. No hace falta, para asentir a la sabiduría popular que nos susurra: el camino del infierno está empedrado con buenas intenciones, para eso no hace falta echar al muladar tres milenios de reflexión ético-política… Así que cuando un apuntalador del desorden existente como don José María Ruiz Soroa venga a justificar retrospectivamente la hoja de la guillotina sobre el cuello del ciudadano Robespierre, reo de ignorancia en sociología elemental, y en haciéndolo acumule sobre el cadáver del ajusticiado tan crasa ignorancia en filosofía moral elemental –la moral es “un tipo de doctrina explicativa en el que por pura necesidad se proclama que el bien fluye necesariamente del bien y del mal se deriva más mal”, se atreve a escribir el articulista y abogado[1]–, en tal caso, efectivamente, dejemos el turno de réplica a la más discreta y mejor informada Bruja Avería.