[Publicado en el diario Hoy de Extremadura, 13 de febrero de 2021]
En un reciente artículo de prensa, el sociólogo (y ministro de Universidades) Manuel Castells se refería a los valores de justicia, igualdad y diversidad de nuestro tiempo. Hablaba, textualmente, de “los grandes desafíos: la justicia social, la defensa de la igualdad y la diversidad y la lucha contra todas las discriminaciones, empezando por defender la igualdad de género y orientación sexual”. Bien, yo diría que nos toca revisar el catálogo de valores de nuestro tiempo: no porque la justicia, la igualdad y la diversidad hayan dejado de ser importantes, sino porque la nuestra es una época de emergencias. En el doble sentido del término: urgencia (emergencia ecológico-social en general, y climática en particular) y aparición de nuevos fenómenos y dinámicas (la biosfera terrestre está sufriendo cambios acelerados a causa de lo que los seres humanos hacemos y dejamos de hacer). Cobran prioridad los valores de sustentabilidad, biofilia, resiliencia, cuidado, desaceleración, sobriedad y amor por el extranjero (no sólo el prójimo/ próximo).
La mayor parte de lo que llamamos “sostenibilidad” son desplazamientos de impacto. Si no lo veo o huelo, si el daño está allende mis fronteras o se desplaza unos años hacia el futuro, si se traslada de un medio a otro –de la atmósfera a las aguas por ejemplo– entonces lo llamo “sostenible”. ¿Dejamos de engañarnos a nosotros mismos?
Esto tiene que ver con el aumento de conflictos mineros que está produciéndose en todo el mundo, y que afecta a la ciudad de Cáceres con el proyecto de mina de litio de Valdeflores. A medida que entramos en el ocaso de la era de los combustibles fósiles (que ha dado forma al mundo en que vivimos, incluso en sus detalles más nimios), y nos atenaza la pinza que forman la catástrofe climática y el descenso energético (estamos ya en el peak oil y no tardarán en llegar los picos del gas natural y el carbón), se produce un esfuerzo desesperado por conservar las estructuras productivas y los modos de vida actuales. Es una huida hacia adelante apoyada en la ilusión de que será posible una transición energética donde lo que dejen de aportar los combustibles fósiles sería sustituido por las fuentes renovables de energía. Pero las cuentas no salen: aunque el futuro será renovable sí o sí, el sobreconsumo energético que hoy nos parece normal en los países “desarrollados” no podrá mantenerse. Nos toca desprendernos de ilusiones renovables y aprender a vivir (bien) con menos.
La corteza terrestre no da para esa sustitución ingente de combustibles fósiles por aprovechamientos renovables de alta tecnología. Vemos escaseces minerales en el horizonte, y no porque lo digan los grupos ecologistas que llevan predicando en el desierto desde hace decenios. Quien tenga dudas, asómese a lo que expone el reciente informe del Banco Mundial Minerals for Climate Action: The Mineral Intensity of the Clean Energy Transition (fácilmente disponible en internet). Si existe sesgo en esta institución y otras análogas, es hacia el optimismo productivista: y aun así, la investigación no deja duda sobre los cuellos de botella con que topará la extracción tanto de metales y “tierras raras” escasas (molibdeno, neodimio, cobalto…) como de materiales más abundantes (cobre, aluminio…). No cabe continuar las fantasías de crecimiento perpetuo en un planeta finito, con recursos naturales limitados.
Y atención: análisis como los del Banco Mundial se desarrollan sin tomar en consideración la degradación de la biosfera que todo este extractivismo adicional pondría en marcha, comprometiendo gravemente el futuro de la especie humana y de millones de otras especies. Por no hablar de los efectos sobre las comunidades locales: desplazamientos, destrucción de los modos de vida y de los ecosistemas que la sustentan…
¿Litio para tratar de sustituir cientos de millones de motores de combustión interna por motores eléctricos y baterías? No, la Tierra no da para eso. Nos corresponde reflexionar sobre las dimensiones, las escalas y los valores básicos. Toca repensar los modelos de movilidad: desplazarnos menos, primar el transporte colectivo, reorganizar los territorios, transformar el modelo de producción y consumo. No podemos dejar tras de nosotros una Tierra esquilmada. No cabe seguir considerando normales modos de vida que funcionan como si fuésemos la última generación humana que va a habitar el tercer planeta del Sistema solar.
Igual que los vecinos y vecinas de Torre de Juan Abad y Torrenueva (entre otros municipios) han conseguido derrotar el destructivo proyecto de minería de tierras raras en su manchego Campo de Montiel, igual que no pasó de ominoso proyecto la central nuclear de Valdecaballeros o la refinería de Tierra de Barros, la gente de Cáceres y la plataforma Salvemos la Sierra se prepara para redoblar su esfuerzo contra el proyecto minero que amenaza la ciudad y su Sierra de la Mosca. Que la buena fortuna acompañe su justa lucha.