volar

Es sabido que Simone Weil, una de las grandes pensadoras del siglo XX, se dejó morir –cuando su salud era frágil– al no querer alimentarse, en la Gran Bretaña de 1943, mejor de lo que consentían a la gente hacerlo con las cartillas de racionamiento de la Francia ocupada por los ejércitos hitlerianos. Una loca, pensará más de uno. De hecho, el forense que la examinó emitió el dictamen siguiente: “La fallecida se mató al negarse a sí misma suficiente alimento cuando se hallaba con las facultades mentalmente trastornadas”.[1]

 

Si hoy, en la situación de extralimitación planetaria (overshoot) en que nos hallamos, consideramos esa locura de no querer para sí ventajas con respecto a la situación de quienes se hallan peor; si hoy quisiéramos actualizar la locura igualitaria (llamémosla solidaridad) de Simone Weil pensando en los límites biofísicos de la Tierra, ¿qué hallaríamos? Jennie Moore y William E. Rees, a partir de la metodología de la huella ecológica, se plantean esa clase de preguntas. Aproximadamente la quinta parte de la población mundial vivimos en países de renta alta (la mayor parte de Norteamérica, Europa, Japón y Australia, más las elites consumistas de los países de renta baja). Superamos entre tres y seis veces (o incluso más) la capacidad ecológica de nuestro propio territorio, a costa de otros; nos apropiamos de las cuatro quintas partes de los recursos mundiales y generamos la mayor parte de las emisiones de gases de “efecto invernadero”. Grosso modo, ese sector de renta alta vivimos como si dispusiéramos de los recursos y la capacidad asimilativa de tres planetas Tierra. Si nos ciñéramos, a lo Simone Weil, a vivir como en una sola Tierra -¡la cual es de hecho la única morada de que disponemos!-, ¿qué resulta?

 

Según los datos de estos investigadores, la ingesta de carne debería reducirse aproximadamente a una quinta parte (de unos cien kg. anuales a unos veinte). El espacio habitado, a una cuarta parte (de unos 34 metros cuadrados en promedio a 8). El consumo energético por hogar, a una cuarta parte (de 33’5 gigajulios anuales a 8’4). Los desplazamientos en vehículo motorizado, a menos de la décima parte (de 6.600 km./ año a 582). Los desplazamientos en avión, a la vigésimocuarta parte (de 2.943 km./ año a 125). Los vehículos motorizados, a sólo cuatro por mil habitantes. Sí: en un país como España, tendríamos que pasar de veintitantos millones de vehículos a sólo 180.000…[2] Nada de automóviles privados, sino sólo las ambulancias, autobuses y coches de bomberos indispensables.

 

El vuelo de Madrid a Santa Cruz de Tenerife cubre 1.971 km.; ida y vuelta, 3.942 km. Eso significa que, según los cálculos de Rees y Moore, nos correspondería en términos de justicia planetaria uno de estos viajes cada 31 años y medio; dos veces en la vida. O un viaje transatlántico en avión una vez en la vida… si asumimos esa moralidad de Simone Weil que casi todo el mundo juzgará heroica locura.

 

Pero no hacerlo supone ser cómplices del ecocidio y genocidio que están en marcha.

 

Mañana, 19 de septiembre de 2015, vuelo de Madrid a Bogotá.



[1] Lo cita José Jiménez Lozano en su introducción a Simone Weil, Reflexiones sobre las causas de la libertad y la opresión social, Paidos, Barcelona 1995, p. 20.

[2] Jennie Moore y William E. Rees: “Un solo planeta para seguir viviendo”, en Worldwatch Institute: La situación del mundo 2013. ¿Es aún posible lograr la sostenibilidad?, Icaria, Barcelona 2013, p. 81-83.