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Qué simpático nos resulta el infierno de William Blake… Ay, si entre sus chispazos de inteligencia y nuestro presente no hubieran tenido lugar la Shoah o la destrucción atómica de Hiroshima y Nagasaki. Cómo haríamos rimar, también nosotros, Golden Rule con Golden Fool, si entretanto no se hubieran interpuesto antipáticamente el estalinismo o el ecocidio. Ah, con qué sublime ligereza nos permitiríamos anhelar el Infierno para descansar del Cielo, si en el siglo XX no se hubieran desplegado las vesanias políticas de Hitler y Pol Pot. Cómo bromearíamos a cuenta de las arrugas de la Ilustración, la cortedad de la razón y la inversión de los valores, si diversos milicianos en varias guerras cercanas no hubieran asado vivos a demasiados seres humanos, atados sobre parrillas o apresados dentro de neumáticos. Ah, bendita inocencia y bendita experiencia la de este genial poeta y pintor, de quien nos dicen que su mujer decía: “El señor Blake no me brinda mucha compañía: pasa gran parte de su tiempo en el Paraíso.”
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Tanto el Amor como el Odio son necesarios para la existencia humana, que sólo progresa a partir de contrarios, declama heraclíteo este dialéctico poeta: pero a comienzos del siglo XXI, cuando el amor se nos ha encanijado tanto y el odio ha medrado como lo ha hecho –amancebado con la Indiferencia, y a esta señora sí que habría que retratarla con mayúsculas bleikianas–, ¿aún crees que podemos seguir permitiéndonos desear esa clase de progreso? En Blake apreciamos, es cierto, una poética de la transgresión apoyada –entre otros pilares— en la exaltación del deseo y la pureza de la energía. Pero ¿nos atreveríamos hoy a afirmar con tal ímpetu que “el mal activo es mejor que el bien pasivo”?
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Si quisiéramos decirlo con el tóxico lenguaje de la mercadotecnia contemporánea afirmaríamos: el mal es sexy, el bien aburre. Pero eso equivaldría a una brutal falta de respeto, ¿verdad, míster Blake? Por eso retiro la indigna sugerencia casi antes de haberla planteado, y sólo insisto, quizá en otro orden de cosas: un libro de positive thinking podrá excitar mil veces más las mucosas del lector, las bajas pasiones de la lectora, que uno de dialéctica negativa; y sin embargo eso no lo sitúa un milímetro más cerca de la verdad.
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Grande fue este hombre, no toleraremos que se le regatee reconocimiento. Y no debería sorprendernos la periódica infección de sus pupilas quemadas: soñó con incendios de extrema libertad. Es William Blake quien escribió: “En cada grito de cada ser humano/, en el grito de terror del niño,/ en cada voz, en todos los pregones/ oigo las cadenas que nuestra mente ha forjado.” No escatimaremos el tributo debido a su titánico esfuerzo por desgastar esas cadenas, que hoy no nos apresan menos que entonces, aunque los eslabones estén forjados con otros metales. Honor al gnóstico William Blake, cuyo “regüeldo profético” perturbó a René Char, aunque no podamos tendernos a descansar cerca de su yacija.